lunes, 20 de abril de 2015

Las cosas van a ir mejor


Cuatro ruedas atraviesan la calle principal. El rocío de la mañana ha oscurecido la capa de ceniza. Huele a humo y a pérdida, bajo los escombros aun brillan mortecinas las brasas. La atalaya está derruida, la herrería parcialmente quemada, la casa de Tabitha libre de puerta y la oficina del sheriff y el banco dañados. Will Nake deja una de las maderas quemadas y espera en pie; tras él, Edward y Ralph, no quitan ojo a los recién llegados.


-Disculpe, caballero, ¿falta mucho para un lugar llamado Canatia?

El sheriff observó detenidamente al viajero añejo de chistera y al joven de semblante seco y la chica albina que aguardaban dentro del carro. Miró a su alrededor y dibujando un arco con su brazo derecho, abarcó todo el desastre que los rodeaba.

-Está usted en él, señor...

-Well. Dr. Well, para servirle.

-¿No tiene nombre, doctor?

-Alguno tengo. Pero si busca familiaridad, puede llamarme doc, me es más cercano que el que me otorgaron mis santos padres.

Well mantenía ambas manos a la vista, sujetando las riendas. Sonrió ampliamente y enarcó una ceja en un gesto simpático y sutil.

-Está bien, doc, como ve tenemos algo de trabajo. Así que, ¿por qué no me dice qué le trae por aquí?

-Un acuerdo legal, sheriff. Vengo a entregarle un ayudante...

El viejo doctor se giró teatralmente y señaló al joven Jimmy que bajaba del carro para acercarse al sheriff Nake. Ralph y Edgar vigilaban cada uno de sus pasos, la tensión crecía por momentos hasta que Jimmy echó mano dentro de su camisa y sacó el contrato. 

-Calma señores, el viejo tiene razón; este documento así lo acredita. Mi nombre es Jimmy One, y vengo a reclamar el cargo de alguacil. Sheriff, si quiere puedo darle más credenciales y una carta de recomendación.

-Está bien, trae todo lo que tengas, ayudante, cuanto más mejor; últimamente las visitas no han sido muy agradables... hay algo que debes saber antes de aceptar el cargo. Vayamos a mi oficina, el tejado se ha venido abajo, pero casi mejor; tenía goteras. Hay café de tres días, ¿te gusta el café frío?

-Con que me mantenga despierto, me vale.

-Bien, eso es un buen comienzo...

Well se quitó el sombrero y saludó ceremoniosamente a Ralph y Edgar. A su lado apareció la joven figura de Lily y su bello rostro sonriente acabó de soltar el cable tenso que los aprisionaba.

-Y digo yo, caballeros. Con tanta desgracia como parece haberles acontecido, aventuro la necesidad de un hombre versado en las artes de la medicina. ¿Tienen por fortuna un doctor en este pueblo?

-Sí señor -contestó Edgar-, Tabitha es quien se encarga de ello.

-Mmm, a menos que responda a un capricho cultural, en cuyo caso no tengo objeción alguna, ese es nombre de dama.

-Así es, señor Well. Tabitha es nuestra doctor.

-Comprendo que la situación puedan haberles conducido a tomar medidas extremas. Pero ya no son necesarias. Amigos míos, a partir de ahora pueden disfrutar de los servicios de un verdadero médico.

-Se agradece el ofrecimiento señor, pero Tabitha trabaja bien. Como ella dice, basta con saber hacer las cosas, al fin y al cabo son los actos los que presentan a las personas.

-¡Valiente sandez! ¿De dónde habrá podido sacar esa pobre criatura una idea tan absurda?

Ralph y Edgar miraron más allá de Well, al otro lado del carro. Unos pasos decididos marcaban la inminente respuesta y algo dentro del viejo doctor, le hizo saber que debería tragar con amargura sus palabras.

-Esa idea, señor, fue lo último que pronunció un viejo doctor que a estas alturas debería estar más que muerto.

Aquella voz le cerró los ojos de golpe. Se caló el sombrero y, al abrigo de la oscuridad, buscó, en todo su repertorio, la salida adecuada. Tras un latido, abrió los ojos, extendió las manos y se giro hacia Tabitha con su mejor sonrisa.

-¡Querida amiga! ¡Tenía razón, no es cierto? ¡Salisteis de aquel infecto lugar y ahora sois doctor en un respetable pueblo! Perdonad todos las palabras de este viejo, pues donde dije simple dama jamás hubiera puesto a esta magnífica persona. Tan alta dignidad de saberes y habilidades no puede asociarse a características mortales. Ella es, sin ninguna duda, la maravillosa excepción. Tabitha, ahora os recuerdo, mi amiga. Una entre un millón y, por lo tanto, el argumento aplastante que evidencia cuán grande ha sido mi error.

-Me da igual, lo que piense o lo que diga, Well. Pero le di todo mi dinero, para que hiciera más llevaderos los últimos días de su vida. Mucho bien han debido hacerle porque aun corre sangre por sus venas.

-¿No es fantástico el cuerpo humano? Una experiencia cercana a la muerte solo puede transmitirse con el consiguiente revivir. Tengo tanto que contaros, amiga. Tantas cosas vividas y aprendidas... no podríais imaginar todo lo que ahora sé. Podríamos volver a trabajar juntos, los dos. Sus manos jóvenes y habilidosas y mi experimentada mente. Como en los viejos tiempos, salvando vidas, ¿recordáis todo lo que aprendisteis?. ¿Qué me decís, amiga?, ¿volveríais a trabajar para mí?

-¿Para usted? ¿Pero acaso su descaro no tiene límites? Pues bien, sepa que todo el dinero que le di para aliviar su muerte, se convierte en deuda al conservar su vida. Cierto es que me enseñó todo lo que sabía, y yo lo pagué bien trabajando. Ahora es el momento de que usted pague, o daré parte al sheriff para que rinda cuentas.

-Pero, mi querida amiga, no tengo con qué pagaros. 

-Seré breve porque ahí dentro hay un hombre gravemente herido. Es un buen hombre que casi pierde su vida anoche, pero un tanto brusco ante los cuidados del médico. Ahora mismo está ayudándome un amigo, que podría estar con el alcalde y el resto, enterrando a otro de los nuestros que cayó ayer. Así que ya está empezando a devolver su deuda. Haga el favor de bajar de ese carro y asistirme como enfermero. Y no pierda el tiempo hablando, no pienso escucharle; sé muy bien que acabará liándome.

-Pero, querida Tabitha, no pensaréis que...

Tabitha ignoró sus palabras y se dirigió a su casa. De lejos podía verse la mesa y parte de la fornida figura de Bison, blasfemando, cubierta de trozos de tela empapados en sangre. Junto a él, Jonowl tiraba de unas cuerdas a la vez que intentaba evitar cualquier daño que pudiera hacerse.

Well miró a su alrededor en busca de algún asidero donde apoyarse. Pero Ralph y Edward sonreían divertidos ante la escena. Lily abandonó todo intento por ocultar la carcajada y, poniéndole la mano en el hombro, le dijo alto y claro.

-¡Te ha calado, doc! ¿No querías un trabajo? ¡Pues ya lo tienes! No sé lo que se te estará ocurriendo pero no te aconsejo ponerte a malas con el sheriff, más aun teniendo en cuenta que Jimmy es ahora su ayudante. Yo de ti echaba un buen trago, hacía de tripas corazón y me ponía al servicio de una mujer. ¿Sabes? Al final tenías razón, las cosas van a ir a mejor.

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