lunes, 23 de septiembre de 2013

One (2)

Por la ventana, el crujido agudo de un pelotón de chicharras reblandece y moldea todo cuanto toca. Las cejas acumulan sudor, una pequeña gota comienza a bajar por el puente de la nariz; barba rasposa de dos días, ojos inquietos y patada de orgullo en el rostro. En frente, un bigote encerado tiembla ante el argumento metálico: un tambor que rueda hasta alinear la muerte con el cañón del revólver.

-Piénsalo bien, Tobías, una mujer negra y dos chavales viajando en un carro. Han estado en varios pueblos de la zona, seguro que te suena de algo... solo te permitiré una respuesta y no se admiten negativas.

Consiguió tragar el aire áspero, pero no apareció ni rastro de saliva. Como traído por la oleada de calor, recordó la primera vez que vio al sombrero de ala recta. Llegó andando, sucio del polvo del camino, delgado y erguido como hierba seca. Entró en su propiedad y le interrumpió mientras descansaba en el porche; hablaba con chasquidos, requiriendo información sobre aquellos pobres chiquillos y su infeliz criada. En aquel momento, comprendió que Violet tenía razón y aquel loco intentaba darles caza. Así que no dudó en llamar a sus hombres, antes siquiera de pararse a escuchar sus devaneos, y sacar a aquel tipo de su propiedad, con la firmeza necesaria para quebrarle algo en el camino. No tenía ni idea del mecanismo que había puesto en marcha.

El sabor a hierro de la sangre, le devolvió a la realidad, ante aquellos ojos enfurecidos que permanecían atentos, clavados sin vacilar, esperando la respuesta. Parecían haber transcurrido varios días, cuando la visita había tenido lugar a primera hora de la mañana. Recordó el discurrir de la horas, sin novedad, pero con una sensación amarga escondida, una desazón latente, la impresión constante de que debía preocuparse por algo sin saber el qué.

Las pupilas volvieron a agrandarse, mientras el aroma a sudor, madera vieja y sangre reseca invadió sus fosas nasales. Esos malditos ojos seguían fijos, esperando respuesta. Intentó tragar de nuevo, mas le fue imposible. Buscó palabras, pero, invadido por el dolor, apenas pudo boquear torpemente mientras en su cabeza martilleaba la imagen de los chiquillos y la espalda ajada de la pobre Violet, escondidos a pocos metros del lugar.

-Venga Tobías, contesta. Solo necesitas la respuesta correcta y me iré de aquí. En lo que a mí respecta no habré estado jamás en este lugar. Olvidamos el precio de tu cabeza y a otra cosa. Es sencillo, deja de balbucear y dime dónde están. Solo unas pocas palabras y todo habrá acabado.

Abrió la boca y con mucho esfuerzo logró emitir un susurro cavernoso. Notaba un rígido rascar como de alambre de espino con cada impulso gutural.

-En el cobertizo... -logró decir arañando la garganta- oculto bajo la colina escarpada.

El rostro del sombrero se destensó, dibujó una sonrisa fina, rayada de dientes amarillentos. Pero los ojos siguieron inyectados en sangre, fijos, mirando a un punto distante.

-Te lo agradezco, Tobías, esto se estaba convirtiendo en algo molesto; dos niños y una mujer, ¿puedes creerlo? Llevo días tras ellos y había llegado a perderles la pista, este tipo de cosas son las que realmente te hunden. Si pierdes una batalla así, estás muerto el resto de tu vida. Se ha de perder contra los grandes, Tobías, jamás contra algo pequeño; porque entonces será cuando te conviertas en un verdadero inútil.

Sintió cierta vergüenza ante el alivio experimentado. Se le escapó una sombra de sonrisa y un eco de agradecimiento a su captor por dejarle libre. Y frotando aún sus muñecas, recordó cómo había pasado el anochecer, encerrado en su cuarto, sentado en su sillón, escuchando los disparos que se sucedían en su casa. Cómo con cada nuevo estallido aumentaba su preocupación, arrancándole un sobresalto. Intentaba leer en las detonaciones la posición de los contendientes, deseando que de un momento a otro entrara uno de sus hombres para informar que todo había acabado. Fue entonces cuando lo vio, fuera de sí, atravesando el umbral, herido, furioso; cojeando de su pierna izquierda, crepitando, con ascuas en los ojos. Y gastó su última carta; apretó los dos gatillos con fuerza, notando el encabritar del arma; llenó la sala de perdigones pero algo debió fallar. Lo último que recordó fue un golpe seco en la sien.

El sombrero de ala recta, tomó un rifle de uno de los cadáveres y remontó colina arriba hasta tener una buena vista del escarpado. No tardó en encontrar un recoveco, oculto en la pared de piedra, con un portón de madera apenas visible a cubierto entre las sombras. Observó el lugar y recordó el mapa de la zona, apuntó a la puerta y comenzó de nuevo el juego.

Disparó de forma vaga, golpeando a una de las rocas. En cosa de segundos, la puerta se entreabrió y una cabeza se asomó con cuidado. Disparó de nuevo, apuntando un palmo más arriba del blanco, asegurándose de mostrar su situación. Tal y como esperaba, aprovecharon la lejanía para salir con el carro a toda velocidad. El sombrero de ala recta se sentó con calma y apuntó aguantando la respiración, apaciguó las necesidades de viento y distancia y detonó la pólvora; uno de los caballos cayó al suelo desequilibrando el carromato. Violet tiró con fuerza de las riendas obligando al otro animal a dirigirse al lado contrario, intentando compensar el movimiento brusco; mas el peso muerto del primer animal acabó volcando el carro.

Estaba feliz, notaba de nuevo la satisfacción de tener las riendas. Disparó un par de veces más, negándoles la vuelta al cobertizo, y los condujo hasta el camino de los tres cerros. Nada había más allá, salvo el mar de polvo amarillo y la Vieja Agreste, el único lugar en varios kilómetros a la redonda en que podrían ocultarse yendo a pie. Ahora tenía que dejarles marchar, debían sufrir el camino y cansarse para buscar el reposo. Había llegado el momento de volver a pensar con la cabeza, en estas cacerías lo más importante es mantenerse fresco y descansado; así que decidió cobrar la recompensa por el cadáver del bueno de Tobías, hacer algo con la herida de su pierna y descansar. Ya todo era cuestión de seguirles con tiempo y preparar, en la montaña, la trampa final.

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