lunes, 26 de mayo de 2014

Primera caza

Tres figuras recortadas en el horizonte; negro sobre el naranja de un sol ahogado. Pezuñas sobre polvo, pesada caída y alzada leve, algún que otro resoplido y vista fija a pocos metros del hocico; concentrados en el camino, evitando la distancia que queda, hasta que la impaciencia levanta los ojos y adivina entre el calor borroso, las formas lejanas de un rancho escupido en medio de la nada.

Cruzaron un desfiladero, alto y descarnado, con el sol iluminando sus bordes y bañando una de las paredes. Salieron de nuevo a la extensa llanura, dejando a un lado una colina de rocas grisáceas arañada de grandes arbustos, hasta poder ver claramente el edificio desvencijado.

-Ahí lo tienen, señores: el hotel del señor Jules K. Davis.

-¿Cómo estás tan seguro, Blackwell?

-El bueno de Cob fue quien me lo dijo.

-¿Cob?, ¿Cob “el limpio”? ¿Cómo has conseguido convencerle?, ese no vendría sin sacar tres cuartas partes del botín.

-Ya, pero no vendrá.

Jimmy miró a Lily negando levemente con la cabeza. Ella torció en un suspiro la amarga pregunta y miró con extrañeza aquel hombre elegante de rostro amigable, pelo negro y ojos claros que lucía una estrella en el pecho con cierto brillo burlón.

-¿Sea como sea; cuál es el plan?

-Lo clásico, Jimmy. Acercarnos, pedirle que se entregue y si se niega, conseguir el precio del cadáver.

-Bien, pues que sea la ley quien se acerque. Nosotros te cubriremos desde afuera.

-En verdad preferiría que uno de los dos viniera conmigo; no quisiera que la tentación os haga fallar.

-De acuerdo, Lily se quedará tras esas rocas; yo iré contigo.

-¿Que tal maneja el rifle señorita?

-Yo de ti no me separaría mucho de Jimmy...

Blackwell se llevó la mano al sombrero y sonrió levemente. Segundos después, la nube de polvo llegaba al cercado del rancho.

Los dos postes de la entrada, a duras penas sostenían un cartel ilegible y los restos quebrados de la calavera de una res. Frente al terreno reseco, se alzaba el eco escuálido de la antigua hacienda. El techo estaba medio hundido y las contraventanas, rotas, mostraban el fantasma del viento entre cortinas rasgadas, acompañado por el golpeteo rítmico de tablones sueltos.

Blackwell alejó las manos del cinto, con los dedos bien enhiestos, mientras con el pulgar derecho mantenía oculta la insignificancia de una palmpistol. Hizo un ademán a Jimmy y comenzaron a caminar con paso decidido hacia la puerta principal.

-¡Jules! ¡Jules K. Davis! ¡Soy el sheriff Blackwell,vengo desarmado!

No se escuchó el más mínimo ruido. Siguieron caminando con paso firme, manteniendo el porte, sin apresurarse.

-Oye Blackwell, -susurró Jimmy sin dejar de mirar hacia adelante- ¿Qué le hiciste a Cob?

-Los golpes adecuados hacen hablar a cualquiera. Nada macabro, firme al golpear y generoso al agradecer la colaboración.

-¿Está muerto?

-Se portó bien. Me costó hacerme a la idea de pegarle un tiro, así que lo dejé a lomos de su caballo con una soga en el cuello.

-¿Lo dejaste vivo? ¿A Cob!

-En medio de la nada, maniatado; vivo, lo que se dice vivo... no diría tanto.

-Hace falta mucho más para acabar con él. Cob conoce a gente hasta en el último rincón de este mundo, seguro que lo soltaron... sabía adónde ibas. Olvídate de Jules, él no está en esa casa; hay que salir de aquí.

El primer disparo restalló de entre las rocas grisáceas de la colina; el humo aun se alzaba entre los arbustos cuando un rifle cercano envió su respuesta.

-¡Lily! ¡Joder Blackwell, nos has metido en una ratonera!

Jimmy montó y se dirigió hacia las rocas donde su compañera respondía al fuego enemigo. Mas al salir del cercado las balas mordieron el suelo y rasparon la piel de su montura; no pudo sino mantener la distancia y disparar desde allí.

Lily accionaba la palanca por inercia, enviando casquillos al viento, aligerando la tensión del gatillo continuamente; esforzada al máximo en exorcizar nervio y mantener el ritmo sencillo: cargar, apuntar y disparar, mientras las balas estallaban contra la roca a pocos centímetros de su cabeza. Siguió así unos instantes eternos, notando cómo se acumulaba el calor en el arma hasta que finalmente algo se fundió dentro.

Desde el otro lado, no tardaron en descubrir que su principal amenaza había desaparecido. Los disparos de Jimmy, demasiado lejanos, apenas seguían la dirección adecuada. Envalentonados, salieron de su escondite y fueron a por su presa.

Lily, cogió las riendas del caballo, subió de un salto, como nunca antes había hecho, y, recostada hasta besar las crines, comenzó a galopar como si toda su vida la empujara. Notó el cráneo latiendo y la alegría inmensa del nervio liberado, un aullido desbordante surgió de su garganta mientras las balas silbaban a su alrededor. Engullía la distancia con la misma facilidad con que un puma rasga la carne de sus víctimas, sabiendo en todo momento que si quería, daría la vuelta al mundo, sin que nada ni nadie pudiera detenerla. Hubiera jurado que los disparos rozaron su pelo, que alguna bala dio en sus ropas y que los gritos de sus perseguidores evidenciaban la impotencia del depredador agotado. Y así llegó hasta donde estaba Jimmy y continuó adelante, hacia el cercado, cuando adivinó en su mirada que algo iba mal y, al sentirse segura, el nervio aflojó las cuerdas de su marioneta, dejándola en el suelo atenazada por un inmenso dolor.

-¡Jimmy, cógela! ¡Vamos adentro!

Jimmy solo acertaba a ver sangre. Como pudo, comenzó a envolverla en su propio vestido.

-¡Blackwell, si ella no sale de esta, tú tampoco! ¿Me oyes?

-¡Joder, date prisa o no lo contaremos ninguno!

Jimmy la cogió en brazos y corrió a toda prisa hacia la casa. Blackwell les esperaba junto a la puerta, enviando plomo hacia los carroñeros que se acercaban.

-Seis, puede que siete... y desde el risco vienen más... Déjala ahora Jimmy; o los paramos o se acabó.

Consiguió ver el origen de las dos heridas. Ató como pudo un pedazo de tela, bien prieto, la dejó tumbada sobre un montón de heno y se acercó hacia una de las ventanas.

-De acuerdo Blackwell, o nosotros o ellos.

-Una bala, un tipo. Cob es mío.

lunes, 19 de mayo de 2014

Al otro lado de la soga

La tormenta ha cesado. Un hombre retiene en su cuerpo la mueca inútil de aferrarse a una mesa ya tumbada, otro derrama la mitad superior de su cuerpo sobre la barra con los brazos a merced de la gravedad, mientras un último descansa en el suelo. Un poco más allá, tras la barandilla, a mitad de la escalera, dos cuerpos yacen semidesnudos, entre ropas y botellas, sin retomar la guerra que no consiguieron acabar.

Pestañeó varias veces, pero el embotamiento seguía anclado a su cabeza. Miró a Jimmy y sonrió hasta que el latir del cráneo le devolvió a la borrosa realidad. Apartó con los pies las botellas hasta dar con los zapatos; bajó la falda y abrochó la blusa.

-Jimmy... Jimmy, despierta. Se ha hecho demasiado tarde.

Jimmy abrió los ojos e intentó levantarse hasta que un fuerte mareo le convenció de esperar. Aún tenía una botella en la mano y el regusto acartonado en la garganta, cuando una voz conocida irrumpió en el saloon desde afuera.

-¡Jimmy! ¡Soy el sheriff Blackwell; voy a entrar!

-Sheri... -intentó responderle pero el estruendo interno de su cabeza le obligó a guardar silencio.

-No voy solo, Jimmy: me acompañan Charlie, Fred y el viejo Dave. No hagas tonterías, esta vez solo se trata de hablar.

Jimmy se giró para echar un vistazo a Lily, pero esta ya se había incorporado y se dirigía hacia una de las habitaciones. Él se limitó a subirse los pantalones y buscar a tientas el revólver, mientras vigilaba a través de la barandilla.

-Igual que en Daisytown, Blackwell, allí también hablamos... de 38s y 44s. Ya me conozco tus pactos.

Desde afuera, el sheriff hizo señas a sus ayudantes: dos vigilarían tras las ventanas y el viejo Dave se mantendría a distancia con el rifle afilado como un ángel guardián.

-Esta vez es distinto, Jimmy; entro.

Apartó la puerta con ambas manos; el chirrido acompañó al primer paso y uno de los cuerpos abrió los ojos. El sheriff levantó las manos mostrando el chaleco negro con motivos en plata y el cinturón vacío.

-Voy desarmado, caballeros.

Los muertos vivientes desterraron el alcohol y buscaron el arma para acabar con el cabrón que los había ido cazando durante años.

Charlie y Fred hicieron su trabajo tras las ventanas. El del suelo cayó antes de poder empuñar el revólver; el de la mesa consiguió enviar una bala un par de metros más allá del blanco, antes de que dos proyectiles atravesasen su pecho; el tipo de la barra se incorporó todo lo rápido que pudo justo antes de que los nudillos del sheriff le devolvieran a su posición inicial. Jimmy dio con el revólver y se dispuso a cargarlo.

-Quieto Jimmy, ni lo intentes. El viejo Dave está apuntándote; ya sabes como se las gasta.

Jimmy dejó a un lado el revólver, lo suficientemente cerca como para cogerlo en caso de que no hubiera otra salida.

-Así que los hermanos Crabbs; ya veo que sabes rodearte de lo peor de...

No pudo acabar la frase, dos chasquidos le obligaron a mirar escaleras arriba, hacia una de las habitaciones desde donde Lily apuntaba con el cañón doble de una escopeta.

-Hola Blackwell, dos a dos. Si Dave roza el gatillo, ten por seguro que me romperé el hombro para volarte esa cabezota.

-¡Lilly! A estas alturas te hacía viviendo entre mesas de juego, perdida en el opio y aguantando las fofas embestidas de algún viejo ricachón. Siempre te gustó la buena vida.

-Sigue así y 12 postas en tu boca solucionarán más de un problema.

-De acuerdo chicos. Vosotros ganáis, puedo dar media vuelta e irme por donde he venido, pero no olvidéis que nosotros somos cuatro y no tenéis salida. Lo más inteligente será que hablemos de una vez.

-¡Habla entonces, maldito estirado, antes de que la resaca me haga vomitar!

-Tranquilo, no hay demasiado que decir. ¿Recuerdas a Jules K. Davis, el que os la jugó en aquel tren? Ha ganado cierta fama y a día de hoy no hay nadie que quiera ir tras él.

Blackwell le acercó un papel con el retrato de un tipo de rostro afilado, ojos grandes saltones y mirada inquieta que estremecía tan solo con verla.

-Buen trabajo el del ilustrador. Y una locura ir tras Jules.

-No irás solo, yo te acompañaré, cincuenta por ciento de lo que saquemos; puedes llevar a tu mujer contigo.

-Iré adonde y con quien me plazca, Blackwell; y no necesito el permiso de nadie. Si voy, quiero mi parte, exactamente igual a la vuestra.

-Cualquiera contradice a tan delicada señorita, escopeta en mano. ¿Qué dices, Jimmy, seremos tres?

-Cada vez que te veo, me arrepiento... Sea, Blackwell, es difícil decir que no a tantos ceros.

-Decidido, “compañeros”, daos un baño y arreglaos un poco; salimos en una hora.

lunes, 5 de mayo de 2014

Decisiones

Un caballo recupera el resuello junto al saloon, calma su sed rompiendo el espejo líquido del abrevadero, ignorando las voces fraguadas en el interior del local. Preguntas, respuestas, asentimientos y negaciones; tonos ariscos, desesperanzados, vengativos, tranquilizadores y quebradizos; dudas, en definitiva, rebotando alocadamente entre techo y paredes, con la esperanza de encontrar el acuerdo.

-...¿Pactar con esos salvajes? ¿Nos hemos vuelto locos o qué?

-Os lo cuento tal y como lo he visto. Viven en un campamento, alimentándose de lo que cazan y recolectan, nada de pueblos ni ciudades. Es la mejor forma de mantener ese agua fuera del alcance de la civilización.

-Amigos, parece que el señor Edgar tiene razón. Si algún otro erigiera una ciudad allí, sería una amenaza para nuestros intereses. Dejémosles, pues, vivir como salvajes si eso es lo que quieren y que siga oculto ese grial.

-¡No sabéis lo que decís! ¿Ya nadie recuerda lo que significa pactar con una tribu india? Se trata de hablar con su jefe, ni más ni menos; cuando este cambie, nadie podrá asegurar que cumplan su palabra.

-Mirad, yo solo os digo que esa gente vive al margen. Más nos vale tener esos vecinos que no otros llegados de las ciudades. Pensad cuando las diligencias cargadas sean algo común, en la sucia lucha que despertará la gente con dinero; ¿no os resulta familiar? ¿no es alejándoos de eso por lo que vinisteis al fin del mundo?

-¡Y yo digo que solo aceptaré un trato con esos indios cuando toda la maldita tribu haya perdido uno de sus brazos!

-Ángel, entiendo tu posición, pero no creas que será mejor pactar con los otros. Puede parecer que los acuerdos con aquellos sean más duraderos, por la seguridad que ofrece el papel escrito, pero en verdad nada harán por ti, ni agradecerán tu ayuda cuando el tiempo y las necesidades vuelvan egoísta su memoria. Recuerda por qué llegaste y no lo olvides, es la única manera de no reproducir aquello que abandonaste.

-Aunque lo olvidara todo, aunque fingiera ignorar los golpes en mi brazo, ¿qué pasará cuando los viajeros hablen? ¿No esperaréis que no cuenten lo que les ha pasado, no? Entonces tendremos aquí a una partida de voluntarios con más ganas de apretar gatillo que de comprender estrategias. Y si la cosa se pone fea, ya podemos ir pensando dónde alojar al ejército cuando llegue; ahí sí que se acabarán los indios y nosotros mismos si no nos apartamos a tiempo.

-Nadie sabe de la existencia de la tribu y así debe seguir siendo. Al fin y al cabo solo se trata del ataque fortuito de cierto grupo rebelde escapado de una reserva; apenas seis o siete individuos que huían hacia el sur con más rabia que probabilidades de éxito. De nosotros depende que continúe todo igual.

DeLoyd soltó las últimas palabras y quedó en silencio, sorprendido en parte por cómo había cambiado todo desde que comenzaran esa alocada empresa; cada vez veía más distantes aquellos hombres trajeados que, heridos por su forma de vida, invocaban la paz en ropas elegantes, casas ordenadas al detalle y  accesorios lujosos atesorados con alma de urraca.  Se acordó de Jeb, el progenitor, y sonrió al advertir cierta intención en todo aquello; “al final va a resultar que el idiota sabía lo que se hacía” se dijo para sí mismo.

El resto mantuvo el silencio, asimilando cuanto se había dicho; parecía no haber mejor salida que la expuesta. Y todas las miradas se dirigieron hacia Ángel, quien pasaba, pensativo, su mano por el muñón de su brazo derecho; sabían que nadie tenía más razones que él para negarse.

-Bien, si todos estáis de acuerdo, así se hará. Pero como haya un solo ataque, como vea una sola flecha volar hacia mi diligencia, yo mismo pienso prender fuego a toda la maldita tribu y os quiero ver a mi lado. Así que, Edgar, dile a esos pieles rojas que se estén quietecitos, que nadie tocará su pueblo.