lunes, 15 de febrero de 2016

Pagos

Ilustración de Cortés-Benlloch

«Espera aquí», fue lo último que le dijo una de las chicas de Thorn. Y allí estaba, entre las cuatro paredes de la vieja trastienda del hotel, sentado en una silla cochambrosa, sobre una sucia y raída alfombra llena de oscuras manchas.

Frente a Bowler, la pequeña puerta que daba al hotel permanecía cerrada, dejando pasar únicamente el murmullo incomprensible de dos voces.

Permaneció inmóvil, concentrado en buscar las palabras adecuadas. Aun quedaba algo de ira y la sensación de pérdida y abandono volvía a torturarle; el bálsamo de la embriaguez había desaparecido devorado por el frío cortante que aullaba a través de los viejos tablones. Pero se había dejado llevar, conocía el precio de los actos y estaba dispuesto a hacer todo cuanto fuera necesario para estar en paz con el señor Thorn.

Paseaba el pulgar por las yemas de los dedos, una y otra vez, mientras recreaba la conversación que, en breve, tendría lugar. Escogía y desechaba palabras, intentaba adelantar argumentos para ingeniar formas de rebatirlos; pero eso no era lo suyo.

Era un cabronazo, un tipo sin escrúpulos, fuerte cuando tenía apoyo, capaz de cualquier cosa a la sombra de alguien más grande; sabía que todo era más fácil si contaba con la mano capaz de salvarle de sus actos; los mismos actos para los que había sido instrumento. Era, en definitiva, un ejecutor y nada ni nadie podría librarle de su naturaleza. Debía, pues, hacer lo que fuera necesario para volver a la sombra del señor Thorn.

La puerta se abrió, una figura grande cruzó el umbral, anchos hombros, mandíbula cuadrada y manos grandes y toscas: Jack Crow, el matón de Thorn, entraba curvando sus labios, mostrando una sombra de dientes amarillentos.

Bowler se puso en pie.

—Jack, quiero hablar con el señor Thorn.

—Eso no va a poder ser.

—Escucha, ya sé que no es la hora acordada. Pero debo hablar con él.

—Ya te digo que lo veo difícil. Él no quiere verte.

El matón sonreía ahora más ampliamente. Sus ojos se entrecerraron y enderezó su cuerpo para aumentar su estatura.

—Vamos hombre, no estés tan abatido, era de esperar. Buena la has montado.

Bowler no contestó, se limitó a observar a aquel individuo que tantas veces había estado a su servicio. De nuevo la ausencia de Thorn hacía efecto, tanto tiempo acostumbrado a su sombra lo había dejado completamente indefenso. Aun así recordó quién fue y reunió el valor suficiente para continuar.

—Jack, no tengo nada que tratar contigo, no me moveré de aquí sin hablar con él.

—Y yo te repito que nadie más va a recibirte. Dime todo lo que tengas que decirle y yo se lo transmitiré.

El matón estaba disfrutando, separó ambos pies en pose ofensiva, plantándose entre él y la puerta que daba al interior del hotel y apartó un poco la base de su pelliza, mostrando el mango de un cuchillo Bowie.

—¡Maldita sea Jack, escúchame! Tú sabes que todo cuanto hicimos fue por él, y por este demonio de pueblo. ¡Atiende a razones, maldito hijo de mil padres!

Puede que fuera por la pelliza, quizás por el gélido frío que lo había estado hostigando, pero lo cierto es que aquel tipo parecía más grande de lo que nunca había sido. No obstante intentó sobreponerse, o al menos no ofrecer ninguna pista del estado en que se encontraba. Tenía pocas salidas y, por supuesto, dejar que aquel tipo creciera no era una de ellas.

Miró fijamente al puñal y a aquellas manos, potentes y rápidas, que, en más de una ocasión, habían tumbado a un hombre de un solo golpe.

—¿Qué crees que te pasará a ti, Jack? ¿Crees que será diferente? Acabarás igual que yo. No moverá ni un dedo por ti.

—Yo sé cuál es mi sitio. Sé muy bien lo que puedo y lo que no puedo hacer. Jamás mordería la mano que me da de comer. Esa es la diferencia entre tú y yo. Eras bueno Bowler, muy bueno, pero ya no queda nada de eso.

—Da igual lo que hagas, Jack. ¿Crees que te ha mandado a por mí por lo que dije en el saloon? Yo ya estaba perdido; lo sabía, por eso me dejé llevar. Llegará un día en que sabrás demasiado y te convertirás en una amenaza futura. Pasarás de ser su hombre fiel a su principal preocupación, porque pasará las noches pensando en el momento en que, voluntaria o involuntariamente, hables más de la cuenta y no hallará otra solución que quitarte de en medio. Y ¿sabes dónde acabarás? Sentado en una mierda de cuchitril, buscando la forma de demostrar que te cortarías un brazo antes que traicionarle; que nunca mereciste la duda.

—¿Has acabado? ¿O tienes algo más que añadir?

Seguía igual, como si nada. Entonces Bowler lo comprendió; al fin y al cabo tenía frente a él su propia imagen. En la mente de aquel tipo, todo cuanto le pasara le tenía sin cuidado; porque nada tenía que ver con él. Thorn era un hombre justo que administraba el castigo necesario a un traidor.

Bowler leyó el inicio en los ojos del matón y echó mano del revólver, notó el cañón liberándose de la funda y llevó el pulgar hasta la presión metálica, mas nada más pudo hacer cuando una de aquellas fuertes manos retorció su brazo y la otra apagó el brillo del puñal en su cuello.

Emitió un susurro, el siseo quejumbroso de alma expulsada. Cayó pesado sobre la alfombra, engrosando el número de manchas, y en ella fue envuelto y apartado hasta que llegara el momento oportuno de hacerse cargo de sus restos.

lunes, 1 de febrero de 2016

Sacudidas



Ilustración de Cortés-Benlloch

Abe dejó el cargamento en la trastienda y avisó a uno de sus ayudantes para que se hiciera cargo; mas el rostro de este lo alertó. Ni siquiera esperó a escuchar nada, pues hay gestos que indican urgencia con mayor claridad que cualquier ristra de palabras.

Cruzó el pequeño portal que daba a la barra y echó un vistazo a todo el saloon. Los primeros visitantes, tras dejar sus cosas en el hotel, hacían acto de presencia para calentar el cuerpo y entonar el alma. Gente trajeada con portes rimbombantes y miradas olímpicas. Algunos reclamaban la suerte con los dados, otros acababan de discutir asuntos imposibles de tratar en su lugar de origen y había quienes esperaban solos, impacientes, con brillo en los ojos, por lo que había de venir; todos y cada uno de ellos sostenían en su mano el pequeño recipiente de cristal lleno hasta los topes de dulce licor dorado. Solo un hombre llamaba la atención en medio de aquel paisaje, un tipo pequeño y enjuto de cara afilada que, sentado como un ser vencido, se aferraba a su mesa donde varios cercos indicaban la intensidad con que había comenzado su negocio.

Abe tuvo que fijarse bien para creer lo que estaba viendo. Se acercó a aquel hombre con cuidado, saludando y sonriendo a todo aquel con el que se cruzaba, hasta que estuvo a su lado y pudo hablarle en voz baja.

–Bowler, ¿se puede saber que haces aquí?

–Obedecer, Abe, obedecer.

–Pues obedece en otro sitio.

–A las 12 tengo que ver a nuestro buen señor Thorn. Solo estoy haciendo tiempo.

–Sabes perfectamente que nadie puede estar a estas horas por aquí.

El hombre se incorporó un poco, hasta alojar su espalda en el respaldo, miró fijamente a Abe, intentando mantener el equilibrio, y le contestó con tono alto y quebrado.

–Pues muy bien, señor Abe Edwards; si es lo que quiere, echaré un último trago y me largaré de aquí.

–Creo que no necesitas otro trago...

–¡Y qué sabrás tú! Sé cómo me miráis y lo que pensáis de mí, pero todos los de este maldito pueblo coméis del hotel. Y ¿sabes una cosa?

–Vamos Bowler, ahora no es el momento. Acompáñame, luego lo verás todo más claro.
Abe acercó sus manos para ayudarle a levantarse, pero Bowler rehusó con violencia y continuó hablando, aun con más fuerza.

–¡Ya lo veo claro ahora! ¿Sabes quien soy yo? El puto salvador de esta mierda de sitio. ¡Sin mí no habría nada! Yo soy el que carga con el peso. Soy el que hace lo que hay que hacer. ¿Sabes?, es por mí que todo es...

Abe lo miraba incrédulo, mientras mantenía sus sentidos anclados al resto de parroquianos y notaba el inicio de la bruma previa a la pérdida de control. Mantuvo la calma e intentó hacer razonar a aquel individuo de nuevo, mas Bowler parecía estar a días de distancia, inmune a cualquier argumento.

–Yo hice todo lo que hacía falta para mantener esto en pie. Estuve a su lado en todo momento, siempre dispuesto. Hice lo necesario sin importar el precio; ensucié mis manos porque él no podía hacerlo, y ¿cómo me lo paga? Al primer contratiempo me desecha. ¿Crees que no sé lo que significa esa visita? A las 12 Bowler y trae todo el dinero... Sé que ya nada quiere de mí. No me necesita; hasta aquí ha llegado señor Bowler, gracias por su esfuerzo. ¡Maldita sea!, le di todo, ¿sabes, Abe? Todo, con la creencia de que obtendría su apoyo cuando fuera necesario. Y ¿qué va a ser ahora de mí?

–Entiendo lo que dices. Pero no es momento ni lugar, ahora no estás en disposición de valorar nada...

Bowler se levantó lanzando la silla hacia atrás. Iracundo bramaba con el rostro enrojecido, señalando hiriente a Abe.

–¡Tú no entiendes una mierda! ¡Todo el día tras tu barra, sirviendo tragos, embolsándote el dinero de esta caterva de cuervos gordos!

Uno de los prohombres se levantó y lanzó una queja desde sus alturas. Bowler se giró como una serpiente, con una mano en la empuñadura de su revólver y contestó con rabia enrojecida, escupiendo saliva con cada sílaba.

–¿Qué vas a decir, ricachón! ¡Aquí no tienes voz! ¡Tú y todos los tuyos no sois más que una sarta de hipócritas! ¿Sabéis a por qué venís?

La pregunta quedó en el aire. Sus ojos apuñalaban el rostro asombrado del prohombre que apenas acertaba a armar una ridícula mueca de falsa serenidad.

Abe intentó recuperar el control de la situación, pero su boca permanecía encajada, su garganta se había cerrado por completo y no llegaba palabra alguna a su mente. Solo sus ojos y oídos seguían activos, recibiendo una información que ni siquiera él podía haber imaginado.

–Cada vez que os acercáis a una de esas inocentes jovencitas, tan delicadas y experimentadas, cada vez que acariciáis su carne y jodéis su alma, estáis jodiendo a vuestras propias hijas. No las vuestras, por supuesto, si no las de otros como vosotros, de otras ciudades y pueblos. Todo comenzó con hijas de gente adinerada, de piel cuidada y espíritu cultivado; pero poco a poco fueron arrebatándose flores de más altos jardines, y el calor que notáis entre sus piernas, no es otro que el que acunáis entre las sábanas de vuestro propio hogar. ¿Que cómo lo sé? Bien sencillo, ¡yo os las robé! Yo las saqué de vuestros hogares y las traje aquí, para que pudierais saborearlas.

Bowler se dio la vuelta y, andando hacia atrás, se dirigió a la puerta de salida mientras seguía escupiendo sus palabras.

–Pero lo peor de todo no es eso. Lo peor es que cuando yo me marche, solo os hará falta otro trago para olvidarlo todo. Alguno puede que sienta algo en las entrañas, pero la mayoría gozará, con mayor placer si cabe, al saber la verdadera naturaleza de lo que espera en el hotel del señor Thorn.

Bowler dejó atrás el eco de sus palabras entre batir de puertas. Observó a uno de los ayudantes de Abe dirigiéndose a toda prisa hacia el hotel y le siguió, decidido a aclarar las cosas fuera o no la hora indicada.

Dentro del saloon, el silencio dio paso al revuelo, la indignación y la vergüenza de los pocos que decidieron partir. El resto acogieron las copas que un aturdido Abe repartió más por instinto que por acción calculada y dejaron que los nervios se posaran y la bendita embriaguez los acunara de nuevo.