Ilustración de Cortés-Benlloch
Frente a Bowler, la pequeña puerta que daba al hotel permanecía cerrada, dejando pasar únicamente el murmullo incomprensible de dos voces.
Permaneció inmóvil, concentrado en buscar las palabras adecuadas. Aun quedaba algo de ira y la sensación de pérdida y abandono volvía a torturarle; el bálsamo de la embriaguez había desaparecido devorado por el frío cortante que aullaba a través de los viejos tablones. Pero se había dejado llevar, conocía el precio de los actos y estaba dispuesto a hacer todo cuanto fuera necesario para estar en paz con el señor Thorn.
Paseaba el pulgar por las yemas de los dedos, una y otra vez, mientras recreaba la conversación que, en breve, tendría lugar. Escogía y desechaba palabras, intentaba adelantar argumentos para ingeniar formas de rebatirlos; pero eso no era lo suyo.
Era un cabronazo, un tipo sin escrúpulos, fuerte cuando tenía apoyo, capaz de cualquier cosa a la sombra de alguien más grande; sabía que todo era más fácil si contaba con la mano capaz de salvarle de sus actos; los mismos actos para los que había sido instrumento. Era, en definitiva, un ejecutor y nada ni nadie podría librarle de su naturaleza. Debía, pues, hacer lo que fuera necesario para volver a la sombra del señor Thorn.
La puerta se abrió, una figura grande cruzó el umbral, anchos hombros, mandíbula cuadrada y manos grandes y toscas: Jack Crow, el matón de Thorn, entraba curvando sus labios, mostrando una sombra de dientes amarillentos.
Bowler se puso en pie.
—Jack, quiero hablar con el señor Thorn.
—Eso no va a poder ser.
—Escucha, ya sé que no es la hora acordada. Pero debo hablar con él.
—Ya te digo que lo veo difícil. Él no quiere verte.
El matón sonreía ahora más ampliamente. Sus ojos se entrecerraron y enderezó su cuerpo para aumentar su estatura.
—Vamos hombre, no estés tan abatido, era de esperar. Buena la has montado.
Bowler no contestó, se limitó a observar a aquel individuo que tantas veces había estado a su servicio. De nuevo la ausencia de Thorn hacía efecto, tanto tiempo acostumbrado a su sombra lo había dejado completamente indefenso. Aun así recordó quién fue y reunió el valor suficiente para continuar.
—Jack, no tengo nada que tratar contigo, no me moveré de aquí sin hablar con él.
—Y yo te repito que nadie más va a recibirte. Dime todo lo que tengas que decirle y yo se lo transmitiré.
El matón estaba disfrutando, separó ambos pies en pose ofensiva, plantándose entre él y la puerta que daba al interior del hotel y apartó un poco la base de su pelliza, mostrando el mango de un cuchillo Bowie.
—¡Maldita sea Jack, escúchame! Tú sabes que todo cuanto hicimos fue por él, y por este demonio de pueblo. ¡Atiende a razones, maldito hijo de mil padres!
Puede que fuera por la pelliza, quizás por el gélido frío que lo había estado hostigando, pero lo cierto es que aquel tipo parecía más grande de lo que nunca había sido. No obstante intentó sobreponerse, o al menos no ofrecer ninguna pista del estado en que se encontraba. Tenía pocas salidas y, por supuesto, dejar que aquel tipo creciera no era una de ellas.
Miró fijamente al puñal y a aquellas manos, potentes y rápidas, que, en más de una ocasión, habían tumbado a un hombre de un solo golpe.
—¿Qué crees que te pasará a ti, Jack? ¿Crees que será diferente? Acabarás igual que yo. No moverá ni un dedo por ti.
—Yo sé cuál es mi sitio. Sé muy bien lo que puedo y lo que no puedo hacer. Jamás mordería la mano que me da de comer. Esa es la diferencia entre tú y yo. Eras bueno Bowler, muy bueno, pero ya no queda nada de eso.
—Da igual lo que hagas, Jack. ¿Crees que te ha mandado a por mí por lo que dije en el saloon? Yo ya estaba perdido; lo sabía, por eso me dejé llevar. Llegará un día en que sabrás demasiado y te convertirás en una amenaza futura. Pasarás de ser su hombre fiel a su principal preocupación, porque pasará las noches pensando en el momento en que, voluntaria o involuntariamente, hables más de la cuenta y no hallará otra solución que quitarte de en medio. Y ¿sabes dónde acabarás? Sentado en una mierda de cuchitril, buscando la forma de demostrar que te cortarías un brazo antes que traicionarle; que nunca mereciste la duda.
—¿Has acabado? ¿O tienes algo más que añadir?
Seguía igual, como si nada. Entonces Bowler lo comprendió; al fin y al cabo tenía frente a él su propia imagen. En la mente de aquel tipo, todo cuanto le pasara le tenía sin cuidado; porque nada tenía que ver con él. Thorn era un hombre justo que administraba el castigo necesario a un traidor.
Bowler leyó el inicio en los ojos del matón y echó mano del revólver, notó el cañón liberándose de la funda y llevó el pulgar hasta la presión metálica, mas nada más pudo hacer cuando una de aquellas fuertes manos retorció su brazo y la otra apagó el brillo del puñal en su cuello.
Emitió un susurro, el siseo quejumbroso de alma expulsada. Cayó pesado sobre la alfombra, engrosando el número de manchas, y en ella fue envuelto y apartado hasta que llegara el momento oportuno de hacerse cargo de sus restos.