Porque mide al hombre, lo devuelve a la naturaleza y en ese contexto genera un nuevo individuo.
Porque es un guiso en el que entra el resto del mundo, ya que en inicio se trata de un diálogo entre indígenas y europeos, al que se sumarán chinos, africanos e incluso árabes.
Porque es un género que se extrapola, que crece y se rehace a sí mismo. Se contradice, se machaca, critica y así renace.
Porque se trata de una épica de ese mundo salvaje e indómito que la misma nación que lo domestica, acaba evocándolo con nostalgia.
Porque es un género de polarización y contrastes donde el individuo y sus capacidades son puestos a prueba. Punta de lanza de la civilización y el progreso; exaltación de la tradición. Se trata de un género que presenta al indio ahora como salvaje, inculto y cruel; ahora como digno guerrero de una tierra a la que comprende y pertenece y que defiende en una guerra perdida de antemano. Que presenta a los primeros pioneros como individuos más cercanos al modo de vida indio que al de sus compatriotas y que aborrecen ese mundo al que están abriendo paso, por lo que siguen siempre adelante hacia donde «no se oigan las hachas». Un espacio en el que ciudades sin reyes ni nobles acaban generando nuevas aristocracias. Aquí se encuentran: capitalismo y frugalidad, estoicismo y ostentación, aislacionismo y expansionismo, libertad y esclavismo, comunidades pacifistas y el arma como herramienta principal, un mundo de hombres que es a su vez buque insignia del feminismo...
Y es ante ese mismo conflicto ante el que el género varía, se conforma y crece de un modo que se actualiza con cada tiempo en el que vuelve a representarse.