lunes, 28 de marzo de 2016

Viejos lazos



Ilustración de Cortés-Benlloch

Las nubes ocultaron el sol. Una claridad grisácea moría en los montones de nieve sucia a los lados de la calle.

Caminaba con su vestido rayado, bueno y gastado, embozada en la manta verde y roja que su marido lució con orgullo en honor a la mitad de su sangre más anclada a esa tierra. Pasos cortos y decididos, figura encorvada para combatir el frío y bocanadas de vaho al aire.


Golpeó con los nudillos secos...


Silencio plomizo... arrastrar de dos sillas. Carraspeo varonil, algo ajado. Pasos pesados. Voz de aviso y cloqueo de cerrojo.

Un rostro cano y carnoso, algo descolgado por el arrastrar de los años, asomó tímido. Abrió los ojos al reconocer la visita; sonrió y envió una mirada instintiva hacia atrás antes de salir y entornar la puerta. Ella adivinó la presencia vigilante de su mujer.

—Hola Abby, ahora nos pillas en mal momento. ¿Qué puedo hacer por ti?


—Hola Owen. Tengo que pedirte un favor.


Su mano abandonó el abrigo de la manta con una carta en la mano.


—Abby, ¿eso no será lo que creo?


—Las noticias corren muy rápido...


—Tom, el herrero, habló con Peter...


—Es cierto lo que dicen, y ya sabes que mucho más queda por decir. Esta carta va dirigida a la familia de esa chiquilla, tiene que llegar a toda costa, sin que nadie sepa nada.


—Pero, ¿por qué ahora, tanto tiempo después?


Abby sonrió y la luz tenue reflejó en la mitad sana de su rostro.


—Esta vez es distinto. Bowler ha muerto y Maggy está con nosotros, ella puede convencer a las chicas para que hablen.


Owen miró a los lados y bajó la voz.


—Si Thorn se entera de esto, sabes lo que nos pasará. Nadie moverá un dedo para salvarnos.


—No si se entera demasiado tarde. Necesito que te asegures, personalmente, de que esta carta llegue a su destino.


Owen dudaba, miró un par de veces a la viuda, incapaz de decidirse.


Abby lo miró a los ojos; una mirada limpia, sin estrategias ni tanteos. Colocó de nuevo la carta ante él y cogió su mano.


—Es por Tad.


Owen rozó aquel pedazo de papel y recordó los días en los que Tad cabalgaba a su lado, protegiendo el camino. El olor a pólvora y miedo, la tensión metálica del ataque y el alivio invocado por un grito, cuando la sangre ajena devolvía la calma. Las charlas nocturnas al raso y el sabor inigualable del alcohol de una posta después de un duro día de diligencia. Recordó los chistes, las risas y la estupidez absoluta que dos bellezas insertaron en sus corazones sin ni siquiera conocerles.


Suspiró, dejó caer el rostro y bajó la mano. Entonces sus dedos rozaron la empuñadura del revólver y recordó que allí había estado todo ese tiempo. Buscó a tientas el percutor y colocó su pulgar encima, hasta que el frío abandonó el metal. Pestañeó, desenfundó la mano vacía y cogió con fuerza la carta.


—Por Tad se hará. Ahora vete, antes de que alguien pueda verte, ya me encargo yo.

lunes, 14 de marzo de 2016

Abby


 Ilustración de Cortés-Benlloch

Maggy se quedó mirando fijamente el candil, mientras oía los pasos de Jack alejándose. Escuchó los rudos nudillos golpeando madera y la voz del señor Thorn aceptando su entrada. Cuando llegó el sonido de la puerta cerrada, decidió levantarse.

Recorrió el pasillo y entró en una de las salas: lujosos sofás de piel, reclinatorios tapizados en verde, telas sedosas en paredes y techo y apliques de cristal iluminando tenuemente las pequeñas mesas que, cercanas a la pared, ofrecían al visitante diversos tipos de bebidas, tabaco y las armas necesarias para perseguir al dragón.

Era demasiado pronto para las visitas. Nadie aspiraba en busca de evasión, nadie se refugiaba en las sombras del centro de la sala, recostándose en los amplios muebles, embriagado por la calidez cárnica de las chicas que envolvían con suave y cercano canto, con sinuoso baile, a la presa, manteniendo su atención, extrayendo hasta la última pieza de oro que, como estrella fugaz, caería de sus manos a las de su señor Thorn.

Allí solo estaban las arrugadas manos de Abby, la viuda de Tad. Quien limpiaba con nervio y eficacia; con la soltura de quien realiza un trabajo durante años repetido. Pues, aunque hubo un tiempo en que caminó entre las chicas, una disputa con un cliente le acercó media cara a una estufa y allí dejó algo de su piel y de sí misma. La sombra en su rostro necrosó su alma pues ya no servía para lo único para lo que, pensaba, había nacido. Se dedicó a limpiar, siempre con el hotel cerrado, lejos de las miradas de los que antes anhelaban su presencia y ahora giraban el rostro con asco, sorna o condescendencia.

Fue entonces cuando alguien decidió acercarse: un mestizo flaco y leñoso, de cabeza gacha y chepa erguida, llamado Tad, que trabajaba como explorador, evitando las emboscadas a la diligencia del Sr. Thorn. Tad aprovechaba los momentos en que acudía al hotel, a recibir pagos y órdenes, para visitar a aquella sombría chica que no osaba jamás levantar el semblante. Abby sintió pena al ver a aquel hombrecillo, una pena terrible por ella misma y una terrible vergüenza al comprender que aquel individuo era todo lo que ahora podía atraer; decidió conservar el último resquicio de dignidad y cegar aquel camino. Mas Tad continuó visitándola, hablándole de los tiempos en que la observaba de lejos, mientras caminaba junto a las demás chicas, como si entre aquellos tiempos y los de aquel momento no hubiera diferencia alguna. Sus pupilas la admiraban de igual manera que entonces y reconocían su voz, su carácter y sus formas. El tiempo pasó y ella ablandó su barrera; solían charlar en medio de aquella sala, hasta que un día él se despidió con dos besos: uno en la mitad iluminada de su rostro, otro en la oscura. Fue ella quien, entonces, le ofreció sus labios y aceptó acompañarle el resto de sus días.

Tad no era rico, así que Abby continuó limpiando; mas encontró un sentido en su tarea, el magnífico destino de vivir su propia vida. Vivieron en una casa sencilla, sin grandes lujos ni objetos caros; aprendieron a diferenciar lo necesario de lo accesorio y observaron lo libre que es el ser humano cuando apenas necesita nada. Cuando Tad murió lo vistieron con una caja de pino barato y hundieron sus restos en suelo modesto con una madera cruzada sobre sus huesos; no importaba, pues ya no estaba allí. Abby se quedó con el abrigo de la casa, el confort de los recuerdos, el aire fresco de la libertad y una dignidad y orgullo como jamás hubiera creído posibles; pues cuando veía a los ricos clientes acudir al hotel, asfixiados por miles de sogas trenzadas de quisiera, debiera y pareciera, los lujos revelaban su trampa, el dinero su cortante filo y la eterna necesidad de huida cristalizaba en la embriaguez.

Maggy notaba aquel aire fresco que emanaba la viuda; esa despreocupación revitalizadora encerrada en aquel cuerpo viejo y reseco. La forma en que se comportaba; aquella humildad que, sin caer en sumisión, engendraba siempre la sorpresa necesaria para disfrutar y aprender. Tenía la certeza de que si había alguien dispuesto en aquel lugar a escuchar y plantearse seriamente sus planes, no era si no la vieja viuda de Tad y con aquella seguridad se dirigió a ella.

martes, 1 de marzo de 2016

Pactos



Observó que todo quedara en su sitio, revisó que no hubiera restos de sangre en su ropa ni en sus manos y abrió la puerta que daba al hotel.

Al otro lado, en un pequeño descansillo, sentada en una silla tapizada en rojo, esperaba Maggy, la principal joya de Thorn. Apoyaba sus delicadas manos en una mesita de cerezo lacado, en una pose dócil y sumisa. Un quinqué de cristal y metal dorado iluminaba aquel rostro, curiosamente exótico, que apuntaba sin evidenciar esa mezcolanza racial que tanto abominaban algunos en público y que tan intensamente idolatraban en privado.


Se quedó quieta, sin mover ni un músculo, obediente, con las palmas pegadas a la mesa. Solo sus ojos, azules y oscuros como el agua en noche cerrada, observaban inundándolo todo, en busca de información.


Jack recolocó instintivamente sus ropas, caminó con fuerza y carraspeó su voz.


—Ya está hecho.


Maggy suspiró, su rostro cambió de repente, aquellos ojos brillaron con fuerza y su boca se entreabrió con calma, despegando delicadamente los labios antes de emitir el cálido sonido de su voz.


—¿Y ahora qué, Jack?, ¿qué vamos a hacer?


Jack echó un vistazo al pasillo, más allá de la estancia, y contestó intentando no alzar la voz.


—Ahora hay que seguir lo acordado. ¿Has cumplido tu parte?


Maggy se repuso, quitó ambas manos de la mesita y fue rompiendo su pose mientras hablaba.


—Sí. El ayudante de Abe se fue especialmente contento. No vio salir a Bowler del saloon; por lo que a él respecta es tan posible que viniera aquí, como que abandonara el pueblo. Que crea una cosa u otra es tan sencillo como recibirle alguna que otra vez más.


—De eso no tengo la menor duda. Sé que algunas de las chicas son buenas, pero tú... algún día me explicarás cómo lo haces. Cómo puede ser que todos esos ricachones quemen billetes por ti.


Maggy encendió media sonrisa y su rostro se iluminó. Los ojos, atrayentes, observaron al matón y mordió su labio reprimiendo las primeras palabras; cuando lo liberó, había captado toda su atención.


—La primera diferencia entre las otras y yo, es que jamás hablo de ello, y que os conozco sin que tengáis que nombraros. No hacen falta respuestas, porque no hay preguntas para quien sabe leeros.


La llama del quinqué dibujaba aguas en su cara, iluminando zonas de aquel bello rostro a la vez que ensombrecía las cuencas de sus ojos y la parte siniestra de su delicada boca.


Por un momento Jack se sintió extraño, titubeó unos segundos y recuperó su forma a golpe de voz.


—Está bien, déjate de majaderías indias o lo que quiera que sea esa cháchara. Llámalo como quieras, pero al fin y al cabo se trata de envainarte al chaval. Haz lo que sea, pero asegúrate de que la próxima vez que venga, salga de aquí con la certeza de que Bowler ya no está entre nosotros.


Maggy se limitó a asentir y musitar un «eso es cierto».


—Si, bueno... El caso es que, por lo que a él respecta, Bowler habrá huido, llevándose todo el dinero. A partir de ahí ya es cosa nuestra. Thorn me dará el puesto de Bowler, y tú compartirás las ganancias conmigo.


—Pero, ¿no sospecharán nada?


—No quedan cabos. Bowler es el culpable perfecto; no estará para defenderse ni para acusar a nadie. Que caiga todo sobre él. Las chicas saben que Thorn tenía que hablar con él; la huida no hace sino incriminarle.


—Bueno, entonces ahora...


—Ahora nada, yo hablaré con el sr. Thorn; tú sigue a lo tuyo y preocúpate por que el chaval piense lo que hemos hablado.


Maggy asintió de nuevo y volvió a poner las manos sobre la mesita.


Jack comenzó a caminar, pero se detuvo un segundo.


—Una última cosa, ¿qué es eso que haces con el ayudante de Abe?


Maggy sonrió y colocó ambas palmas hacia arriba.


—No hablo de ello Jack, ni de él ni, dado el caso, de ti. Si quieres tus propias respuestas ya sabes donde encontrarme; pero no te saldrá gratis.


Jack rió y susurró un «maldita zorra», antes de que el silencio se adueñara de su boca y la curiosidad resonara en su mente.