lunes, 18 de enero de 2016

Puntales

Ilustración de Cortés-Benlloch

Pese a las bocanadas de vapor, notaba el calor latente emanando de su cuerpo. Flama vital que entonaba sus músculos y fundía el frío matinal.

Bill comenzó a colocar la carga en el porche trasero del saloon, junto a una vieja silla raída que su dueño se negaba a desechar.

La pequeña puerta de servicio se abrió y un rostro sonriente, de saltones ojos redondos y finos bigotes, saludó.

-¿Qué hay Bill?

-Ah, hola Señor Edwards; aquí le traigo lo que pidió. Peter no ha podido venir, traerá el resto esta la tarde.

-Abe, llámame Abe, Bill.

-Como quiera, señor Abe.

Abe sonrió socarronamente, se atusó el bigote y echó un vistazo a la mercancía.

-Cuando vuelvas, dile al viejo Cook que si continúa sirviéndome este whisky no quedarán clientes a los que abastecer.

-Dijo que vendría él a cobrar y de paso hablaría con usted.

-Perfecto.

Bill se dispuso a coger los bultos del porche para meterlos dentro, pero Abe lo detuvo con un ademán.

-Deja, ya lo entro yo, tú sigue descargando. ¿Qué tal va todo?

-Pues como siempre, sin novedad, salvo por lo del hotel...

-¿Lo del hotel?

-Pensaba que lo sabría.

Abe dejó un momento la caja y observó intrigado al joven.

-Primera noticia.

-Pues parece ser que ha llegado una chica nueva al hotel.

-Bien, eso es bueno. Si no se renueva la oferta la gente se cansa.

-Ya, pero dice Peter que es demasiado joven y no parece acostumbrada al negocio.

-Y ¿de dónde ha sacado Peter esa idea?

-Su mujer la vio entrar en el hotel...

-Apreciaciones, eso es lo que son. La señora Hill es un poco aprensiva con ciertos temas. Seguramente se dejó llevar por la edad de la joven, junto a sus propios miedos, y obtuvo conclusiones demasiado rápido. El negocio del hotel puede parecer poco ortodoxo, el párroco lo condenaría de no ser porque él mismo encuentra la paz en sus muros; pero es lo que nos mantiene vivos. Atrae mucha gente.

Bill dejó una de las cajas de whisky sobre uno de los barriles y escuchó con atención a Abe.

-Tú no estabas cuando plantaron las vías lejos de aquí. Muchos preguntaron qué hacer, se escucharon soluciones y quienes tenían medios para llevarlas a cabo fueron los primeros en abandonar el barco. Solo Luke Thorn se negó a marchar y apostó lo poco que tenía en seguir adelante con este pueblo. Lo cierto es que el hotel funciona bien, ofrece un servicio absolutamente renovable, y el ostracismo que pareció condenarnos acabó siendo nuestra mejor baza; algunos de los que verás aquí jamás aceptarían haber traspasado sus puertas. Son gente que asegura su anonimato a golpe de dólar y nadie escatima cuando se trata de su tranquilidad.

-Sabía que manejaban dinero, pero no tenía ni idea de que fuera gente tan importante.

-La primera regla es que no hay nombres, Bill. Solo el señor Tal, messié Cual e incluso alguna respetuosa dama acuden al hotel del señor Thorn. Esa nadería para ti, el simple hecho de obviar identidades, es vital para ellos y, lo que es más importante, un motivo para tenernos contentos y bien pagados. Muchos deben ser gloriosos hitos de dignidad y honradez, pasan su vida mostrando al resto cómo deben comportarse; este es el único reducto donde pueden reencontrarse con sus debilidades humanas.

Bill se quedó en pie, callado, masticando la información, intentando sacar la mayor cantidad de jugo posible.

-Pero eso son cuestiones que solo ellos pueden comprender en toda su magnitud. A ti y a mí, nos quedan felizmente lejos. Nosotros podemos caminar por donde queramos y ser fieles a nuestros impulsos. Nadie espera otra cosa, salvo lo que somos. Y si así lo hicieran, no harían nada más que chocar contra la fatídica barrera existencial. Hay algo que no debes olvidar nunca, Bill, si tú decides dejar estas cajas y partir, nada en el mundo se romperá; así pues, eres libre.

El joven enarcó las cejas, tragó un par de veces las palabras creadas por instinto y tomó unos segundos antes de hablar.

-Pero, ¿y si lo de la joven es cierto?, ¿y si no es de esas? ¿No supondría el paso que está a punto de dar, la entrada a una vida de la que no podrá salir jamás?

-Estoy seguro de que el señor Thorn solo trabaja con chicas del negocio. Pero aun siendo así, suponiendo que la muchacha haya optado por este trabajo, ¿podría alguien así haber acabado en un lugar mejor? Thorn trata bien a las chicas, muchas han encontrado un final feliz entre la misma gente de este pueblo: ¿qué me dices de la señora Hill?, ¿y la esposa de Tom?, por no hablar de la viuda del viejo Tad.

-No sé, es posible que viéndolo así...

-Claro que sí Bill. Anda, déjame que te ayude, se hace tarde y el viejo Cook te acabará diciendo cuatro cosas.

lunes, 4 de enero de 2016

Esfuerzo


 Ilustración de Cortés-Benlloch

La llave giró y sonaron cloqueos secos en las entrañas de la cerradura. Los goznes de la puerta chirriaron, presentando la oscura estancia, preñada del helor de la madrugada. Abrió los postigos y las contraventanas dejaron pasar la luz pálida; dentro, estantes atestados de los más variados objetos, un mostrador de madera añeja y una flamante caja registradora tan elaborada que parecía digna del mismísimo rey sol.

Eliah P. Cook colgó su sombrero, dejó el abrigo en la pequeña estancia que hacía de trastienda y comenzó a repasar los productos hasta que alguien le interrumpió.

-¿Se puede, Sr. Cook?

-Ah, hola Bill.

Un joven delgado y pecoso permanecía en la entrada, con el sombrero entre las manos y el rostro cabizbajo.

-Disculpe el retraso.

-No te preocupes. Ya sabes dónde está todo.

Se colocó el mandil y comenzó a sacar los paquetes que debía cargar en la pequeña carreta de madera.

Cook supervisaba el proceso con su dorado reloj de bolsillo en la mano.

-¿Sabes, Bill? Acabo de cruzarme con Peter, el del carromato. Venía todo preocupado.

-¿Le ha pasado algo?

-Sería más adecuado preguntarse por lo que le viene pasando. La respuesta es la de siempre: Lisa. Resulta que su señora está algo afligida por la llegada de la última chica del Sr. Thorn, una adquisición joven y ajena al negocio; valiente problema, el tiempo y la costumbre lo solucionarán. En realidad lo único que ocurre es que cualquier referencia a su pasado le tuerce el alma, ya me entiendes.

Bill seguía a lo suyo mientras escuchaba.

-Pues bien, no sé por qué demonios va el maldito Peter y decide escucharla y ponerse a darle vueltas al tema; como si alguna nube de polvo emborronara sus prioridades. Se lo intenté hacer entender, pero cuando se marchó me miró con los ojos vacíos como si no comprendiera una mierda de lo que le había dicho. Todos tenemos claro lo que hay que hacer para vivir, ¿no Bill?

El chico asintió, mientras sacaba una de las sillas.

-Claro que sí, y más alguien tan responsable y buen trabajador como tú. Tú sabes cuál es tu sitio.

Bill sonrió mecánico, reconociendo el áspero yugo en el halago.

-Por supuesto que todos preferiríamos que la principal atracción de este pueblo fuera otra; qué se yo, las nubes, el clima o los atardeceres en las colinas... pero nada de eso se vende, hijo. La verdad es que si no fuera por el Sr. Thorn y sus putas, este pueblo hubiera muerto después del fracaso del ferrocarril, ¿verdad?

Bill contestó a media voz mientras cargaba una caja de botellas de whisky.

-Claro que sí. Hay cuestiones que un hombre tiene que plantearse y otras que no; es así de sencillo. Uno tiene que trabajar, ponerse a ello en serio y no parar hasta lograr sus metas. Mientras mantengas la cabeza en lo tuyo, no tendrás tiempo de preocuparte por nada más. Yo, por ejemplo, he logrado todo esto a fuerza de voluntad y tesón. Disciplina de trabajo es lo único que hace falta, hazme caso, nada de estupideces accesorias que no hacen nada más que distraernos del verdadero cometido.

El Sr. Cook estaba apoyado en el mostrador, mientras acariciaba con el pulgar su reloj de bolsillo.

-Trabajo duro, sí señor. No hay otra manera de conseguir el éxito.

El joven dejó la última de las cajas en la carretilla.

-Bien hecho, hijo. Ahora llévalas al saloon. Y nada de cobrar, ya hablaré yo luego con Abe. Acuérdate de pasar por Tom y traerte los cubos y los herrajes. La segunda carga la llevará Peter esta tarde cuando se acerque con su carro; si es que a su señora le parece bien, claro está.

Rió el Sr. Cook y miró a Bill esperando complicidad. Este sonrió un tanto cansado y resopló una despedida antes de comenzar el recorrido al saloon de Abe.