Ilustración de Cortés-Benlloch
La llave giró y
sonaron cloqueos secos en las entrañas de la cerradura. Los goznes
de la puerta chirriaron, presentando la oscura estancia, preñada del
helor de la madrugada. Abrió los postigos y las contraventanas
dejaron pasar la luz pálida; dentro, estantes atestados de los más
variados objetos, un mostrador de madera añeja y una flamante caja
registradora tan elaborada que parecía digna del mismísimo rey sol.
Eliah P. Cook colgó
su sombrero, dejó el abrigo en la pequeña estancia que hacía de
trastienda y comenzó a repasar los productos hasta que alguien le
interrumpió.
-¿Se puede, Sr.
Cook?
-Ah, hola Bill.
Un joven delgado y
pecoso permanecía en la entrada, con el sombrero entre las manos y
el rostro cabizbajo.
-Disculpe el
retraso.
-No te preocupes. Ya
sabes dónde está todo.
Se colocó el mandil
y comenzó a sacar los paquetes que debía cargar en la pequeña
carreta de madera.
Cook supervisaba el
proceso con su dorado reloj de bolsillo en la mano.
-¿Sabes, Bill?
Acabo de cruzarme con Peter, el del carromato. Venía todo
preocupado.
-¿Le ha pasado
algo?
-Sería más
adecuado preguntarse por lo que le viene pasando. La respuesta es la
de siempre: Lisa. Resulta que su señora está algo afligida por la
llegada de la última chica del Sr. Thorn, una adquisición joven y
ajena al negocio; valiente problema, el tiempo y la costumbre lo
solucionarán. En realidad lo único que ocurre es que cualquier
referencia a su pasado le tuerce el alma, ya me entiendes.
Bill seguía a lo
suyo mientras escuchaba.
-Pues bien, no sé
por qué demonios va el maldito Peter y decide escucharla y ponerse a
darle vueltas al tema; como si alguna nube de polvo emborronara sus
prioridades. Se lo intenté hacer entender, pero cuando se marchó me
miró con los ojos vacíos como si no comprendiera una mierda de lo
que le había dicho. Todos tenemos claro lo que hay que hacer para
vivir, ¿no Bill?
El chico asintió,
mientras sacaba una de las sillas.
-Claro que sí, y
más alguien tan responsable y buen trabajador como tú. Tú sabes
cuál es tu sitio.
Bill sonrió
mecánico, reconociendo el áspero yugo en el halago.
-Por supuesto que
todos preferiríamos que la principal atracción de este pueblo fuera
otra; qué se yo, las nubes, el clima o los atardeceres en las
colinas... pero nada de eso se vende, hijo. La verdad es que si no
fuera por el Sr. Thorn y sus putas, este pueblo hubiera muerto
después del fracaso del ferrocarril, ¿verdad?
Bill contestó a
media voz mientras cargaba una caja de botellas de whisky.
-Claro que sí. Hay
cuestiones que un hombre tiene que plantearse y otras que no; es así
de sencillo. Uno tiene que trabajar, ponerse a ello en serio y no
parar hasta lograr sus metas. Mientras mantengas la cabeza en lo
tuyo, no tendrás tiempo de preocuparte por nada más. Yo, por
ejemplo, he logrado todo esto a fuerza de voluntad y tesón.
Disciplina de trabajo es lo único que hace falta, hazme caso, nada
de estupideces accesorias que no hacen nada más que distraernos del
verdadero cometido.
El Sr. Cook estaba
apoyado en el mostrador, mientras acariciaba con el pulgar su reloj
de bolsillo.
-Trabajo duro, sí
señor. No hay otra manera de conseguir el éxito.
El joven dejó la
última de las cajas en la carretilla.
-Bien hecho, hijo.
Ahora llévalas al saloon. Y nada de cobrar, ya hablaré yo luego con
Abe. Acuérdate de pasar por Tom y traerte los cubos y los herrajes.
La segunda carga la llevará Peter esta tarde cuando se acerque con
su carro; si es que a su señora le parece bien, claro está.
Rió el Sr. Cook y
miró a Bill esperando complicidad. Este sonrió un tanto cansado y
resopló una despedida antes de comenzar el recorrido al saloon de
Abe.
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