Ilustración de Cortés-Benlloch
La luz de la mañana, grisácea y tenue, aclaraba la tierra escarchada de la única calle del lugar. Dos hombres acudían a su encuentro. Uno, de andar cansado, traje recio y cara afligida; otro, de caminar irregular, rostro redondo e indumentaria formal.
Peter caminaba con los acontecimientos recientes enmarañando aun la razón. Aceleró el paso, devorando la distancia en que el saludo es irrelevante y la mirada se vuelve incómoda, hasta que una clara sonrisa apareció en el rostro del Sr. Cook y las palabras se llevaron todo recuerdo de la disputa.
-Peter Hill, buenos días tenga usted.
-Buenos días, Cook. ¿Qué tal van las cosas?
-Pues la verdad, no puedo quejarme. Las cosas van muy bien últimamente. Mire lo que me acaba de llegar.
El Sr. Cook sacó la mano de su chaleco y mostró un reluciente reloj de bolsillo dorado. Pasó el pulgar por él, acariciando el grabado en que aparecía su nombre: Eliah P. Cook.
-Es de uno de los relojeros más reputados del país, hecho expresamente para mí con los mejores materiales; nada de baratijas. La maquinaria es increíblemente precisa y en la esfera aparece, marcada con mis iniciales, la hora de mi nacimiento.
-Ha debido costar lo suyo.
-Lo suyo y lo mío, amigo. Pero ya le digo que ha valido la pena. Llevaba meses esperando que llegara.
Estaba encantado con aquella pieza. La admiraba, abriéndola y cerrándola una y otra vez, mientras hablaba.
-Ciertamente, desde que comenzaron a venir todos esos señores de ciudad, las cosas han mejorado bastante por aquí. Pero qué le voy a contar a usted. Seguro que recuerda el tiempo lejano en que se veía obligado a dormir en un cuartucho, junto al resto de trabajadores.
-Ya lo creo. Como para olvidar aquellos días y el hedor de la habitación. Aunque guardo un buen recuerdo del viejo Gus, de Nat, Alfred y los demás.
-Por fortuna, las cosas han cambiado mucho para todos. Mi tienda nada tiene que ver con lo que era y ahora usted puede disfrutar de casa propia y un trabajo con el que vivir cómodamente.
-Cierto, ahora mismo iba a ver si Tom ha podido arreglar el eje del carro, ayer empezó a hacer ruidos y prefiero ir antes de que sea demasiado tarde.
-Sabia elección. ¿Y su señora, qué tal está?
El rostro de Peter se ensombreció.
-Está bien, aunque algo preocupada. Al parecer ha llegado una chica nueva al hotel, parece algo más joven e inexperta de lo acostumbrado... pero bueno, son cosas de mujeres, supongo.
-Por supuesto, amigo. No debe preocuparse, se trata de tribulaciones innatas a su género; más aun teniendo en cuenta su infeliz pasado.
Peter encajó mal aquellas últimas palabras y un golpe de calor se concentró en su rostro.
El Sr. Cook leyó su expresión y se apresuró a embrear su charla.
-Pero es comprensible. Está bien que ocurra en ellas; forma parte de su naturaleza y a ella deben responder. Toda esa simpatía, esa conexión extrema que roza lo absurdo, se tornará virtud en el momento de cuidar la progenie. Nuestro caso, por otro lado, es diferente. Debemos permanecer al pie del cañón sin que nada ensombrezca nuestro ánimo. Uno no puede permitirse ese tipo de sensibilidades.
El Sr. Cook observó de nuevo el reloj, deteniéndose en el pulido especial de los bordes, la tibieza sedosidad del metal y el trazo regular y armonioso de las marcas de la esfera. Empujó con delicadeza la tapa, regodeándose en la suave presión y el claro y limpio chasquido del mecanismo de cierre, y una sonrisa infantil apareció en su rostro.
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