La lengua de tierra serpentea entre un manto de nieve,
custodiada por interminables coníferas, cuyas copas puntiagudas arañan la
cegadora luz de un cielo gris azulado. Cordón terroso que remonta la montaña,
desafiando islas de piedra pulida y resbaladiza, pasos angostos que separan la
roca madre del vacío, con la inverosímil huella doble probando que hubo carros
buscando la cima.
El caballo resopló aliviado ante la evidencia. Contrariamente
a lo que pensaba Jimmy, el camino acababa y la montaña continuaba erguida,
gigantesca y triunfal; solo un fino reguero de tierra osaba adentrarse en las
rocas escarpadas entre la nieve virgen. La doble huella atravesaba un pequeño
claro, abandonando la subida constante, y se dirigía hacia el sólido caserón de
troncos, cuyo olor a leña invitaba a pasar.
Abrió la pesada puerta y el calor le dio la bienvenida; el
aroma reconfortante de un caldo silvestre, acunado sobre la estufa, inundaba la
sala, veteado de cierto toque ahumado. Tras una barra de ásperos troncos
partidos por la mitad, una barba enmarañada, guarecía la figura, pequeña y
robusta, de 50 inviernos crudos que observaba con curiosidad, trapo en mano.
Junto a la pared, mesas y sillas se amontonaban exiliadas de
la sala en estático orden. Solo una permanecía en pie, situada en el centro,
cerca de la estufa; tres sombreros la habitaban: elegante bombín de rasgos
finos y delicados, tosco gorro de lana rasposo y abrigado y basto tocado de
pieles algo desgastado.
Mas sus ojos decidieron seguir cierta estela clara que
acababa de surgir de una de las gruesas cortinas que colgaban a la derecha.
Quedó atrapado en dos ojos enormes, que llenaban de azul una piel pálida y
delicada. Aquellas trampas de hielo se abrieron un poco más al verle y,
expulsado del mundo, notó cierto calor en su rostro. La joven dibujó una ligera
línea curva en su pequeña boca carnosa y Jimmy no pudo evitar dejar la
mandíbula inferior a merced de la gravedad. Giró su rostro, siguiendo el
trayecto; solo entonces advirtió el exótico pelo, completamente blanco, que
caía sobre sus hombros, la franja de piel que mostraba la pequeña blusa al
caminar, hechizado por esa mezcla de suavidad y carácter. Continuó fijo en ella,
perdido en su aroma y exuberancia, incapaz de encontrar el camino de vuelta,
hasta que una voz áspera y cascada le arrancó del ensueño.
-Adelante, joven, si lo que quiere es sobrevivir, no
encontrará otro sitio donde pasar la noche. -dijo el hombre de la barra-.
Dio un respingo y cerró la puerta. Advirtió cierta sorna en
la mirada de los hombres de la mesa. Avergonzado, evitó mirar de nuevo a la
chica, pero envió una última ojeada a la que se encontraba ya fuera de
la vista.
-Déjala, muchacho, -dijo sonriendo el hombre del gorro
de lana- esa es guerra de soldados más veteranos. ¿Por qué no te sientas y
tomas algo con nosotros? Nos vendría bien uno más. ¡Rob, ponle algo al
muchacho! Mi nombre es Tom, ese señoritingo se llama Kurt y aquel del bicho
muerto en la cabeza es Greg.
-Gracias, señor, no sé demasiado de estos menesteres, pero será
un placer acompañarles.
Cogió una de las sillas y se sentó junto al resto. No tardó
en llegar el hombre de la barra con un tazón de caldo y una copa de algún licor
que sacudía el cráneo como un relámpago. Recibió los saludos del resto de
parroquianos y comenzaron los diálogos.
-Y bien, ¿de dónde eres, muchacho?
-Del sur... de más allá del valle.
Todos callaron un momento, analizando lo recibido y lo restante.
-Ya decía yo... demasiado joven para haber estado aquí antes
y, en caso de haber venido de la ciudad, el señor Kurt te hubiera reconocido, jamás
se le olvida una cara.
El hombre del gorro de lana miró al tipo del bombín y este
asintió con un gesto leve del mentón.
-Tom tiene razón, es bueno para el negocio; guardo en mi
cabeza de quién se trata y qué es lo que quiere la gente. Solo así puede uno
hacer dinero; descubra los deseos y se hará rico, joven.
El tocado de pieles, tamborileó un par de veces en la mesa y
envió cierto ademán de complicidad al resto.
-Si no, te ocurrirá como a mí, vine con el ferrocarril para
explorar la zona y aquí me quedé cuando decidieron que había malgastado mi
tiempo y su dinero en estas tierras. Menos mal que el señor Conley siempre
necesita leñadores.
Las miradas de todos estudiaban al recién llegado, alguno se
revolvió en su silla, preocupado por la espera, hasta que, finalmente, las
manos hablaron.
-Bien, está bien... -comentó el bombín- Greg, olvidas que falta
mucho para que el señor Conley requiera trabajadores. Quizás a nuestro joven
amigo le interese algo para sacarse un dinero.
Miradas atentas, mordidas de labio, desvíos de reojo y
lecturas mentales. Los gestos más leves deciden con atronadora contundencia.
-No creo que sea necesario de momento; tengo un caballo y algo
de dinero. Si, como parece, la suerte sigue de mi parte, lo segundo será algo
de lo que no preocuparme en un tiempo.
Rostros marcadamente perplejos, gestos exagerados de incredulidad
y una sonrisa alegre, con poso de avaricia, que celebraba lo que la vida le
ofrecía.
-Aun así, no está de más informarte. Aquí el señor Kurt viene
con su carro todos los años para llenar sus botellas con el agua del manantial
de Rob. Ese caldo cura cualquier enfermedad que sean capaces de inventar las
señoronas de ciudad...
Continuó el juego de miradas; analizaron los planes y
expresaron ruidosamente el asombro al ver de nuevo a Jimmy acogiendo la suerte
en sus manos.
-Cierto. Lo que casi nadie sabe es que solo en estas fechas,
gracias a la vegetación y los rigores del clima, se dan las condiciones óptimas
para que el agua del manantial haga todo su bien. Es ahora, en los crudos fríos
invernales, cuando debe adentrarse en las aguas y tomar el preciado líquido. Es
por eso que siempre espero que venga alguien dispuesto a recoger el agua a
cambio de un precio justo; aunque este año aun no ha aparecido nadie.
Los ojos se afilaron y las manos guardaron distancia, ocultas
en un falso temblor. Un ánimo henchido decidió actuar a lo grande y echar el
resto.
-Me temo que deberá esperar un poco, señor Kurt; quizá dentro
de unos días encuentre algún alma más necesitada a quien sugerir tal oferta.
Por ahora, un servidor dormirá como nunca con tres reinas y dos ases...
Uno a uno fueron descubriendo sus cartas, vencidos; hasta que
el elegante bombín mostró su mano y se llevó, de un manotazo, las ilusiones
invertidas por Jimmy.
-Quizás en otro momento, joven. Por muy bien que vayan las
cosas, jamás debe ponerse todas las expectativas en una sola jugada; guarde
siempre para otros frentes. Tendrá tiempo de pensar en ello si, finalmente,
decide acudir al manantial. Déjeme, no obstante, invitarle a otra copa y a los
costes de esta noche. Sea usted bienvenido al manantial de Rob.