Oscuro. Líneas vagas se difuminan, torcidas y deformadas, por un espacio infinito. Ni la más tenue luz osa asomarse, dejando plena libertad a una legión de sombras cambiantes, formas extrañas que varían continuamente sin poder identificarlas. La ausencia de diferencia tonal, confunde la mente y crea la paradoja de un lugar lleno de aristas y desniveles, completamente plano a los ojos.
Llevaba un rato despierto, con los ojos completamente abiertos y la mente adormecida. Reconocía lo superior e inferior, mas recelaba de izquierda y derecha, sin saber a ciencia cierta donde empezaba y donde acababa su propio cuerpo; apenas reconocía el costoso movimiento de sus dedos rozando algún tipo de tela algodonosa. Continuó con la actividad para devolver la sangre al cuerpo dormido. Consiguió recuperar los brazos, prosiguiendo con el abdomen hasta llegar a las piernas e invocar los pies; más al ladear la pierna derecha se inició una punzada que recorrió todo su cuerpo hasta la cabeza, donde quedó azotando el cráneo hasta que el dolor derrotó al cuerpo y los ojos volvieron a cerrarse.
Abrió de nuevo, para observar que seguía sumergido en la oscuridad. Volvió a despertar sus miembros, esta vez con mayor facilidad, y se quedó quieto, extendiendo las palmas a fin de reconocer el terreno. La superficie de tela, abarcaba menos de medio palmo a cada lado de su cuerpo y estaba situada sobre algún tipo de soporte blando, encajado en alguna estructura dura y fría; una especie de camastro de armazón metálico. Deslizó una de sus manos por la tela hasta topar con una pared de madera y jirones de papel pintado. Paró un segundo para cosechar algo de lucidez, estaba boca arriba, así que se trataba de su mano derecha. Tanteó un poco más la pared, con la esperanza de encontrar algún saliente, cuando notó que algo le impedía continuar; algún tipo de atadura asiéndole la muñeca. Mantuvo la calma y comenzó a mover su mano izquierda, desplazándola sobre la tela hasta el borde del camastro; tanteó el armazón frío y ladeó el cuerpo para seguir descendiendo su mano a través del vacío y descubrir la altura que le separaba del suelo. Notó el canto fino, fresco y suave, de un recipiente; deslizó los dedos por el borde, reconociendo la forma curva y halló, en la suavidad, el tacto sedoso de la porcelana. Siguió palpándolo a fin de obtener toda la información posible y dos de sus dedos hendieron la superficie acuosa del contenido; al restregarlos contra el pulgar, pudo comprobar cierta viscosidad y olor a sudor ferroso. Volvió al exterior del recipiente y continuó su descenso, mas, apenas recorrió medio palmo del cacharro, cuando cierta presión en la muñeca indicó que esa mano también se encontraba atada. Alargó los dedos todo cuanto pudo, pero solo llegó a la base del recipiente y toco la superficie áspera de la tabla de madera donde descansaba.
Volvió a su posición inicial, vaciando el aire de sus pulmones al dar de nuevo con la espalda sobre la tela. Temiendo lo peor, levantó su pierna izquierda todo cuanto pudo, para comprobar que también se encontraba presa. De igual modo ocurrió cuando alzó la derecha, no sin cierto dolor que atrajo los recuerdos de la herida y su desvanecimiento. Emitió un quejido leve, fruto de la desesperación, y mantuvo absoluto silencio, atento a cualquier sonido... mas nada acontecía en aquel oscuro agujero.
Pensó en dejar pasar el tiempo, esperar hasta que alguna novedad ocurriera pero, incapaz de permanecer un segundo más en aquel erial oscuro, tiró con fuerza de sus brazos, enfrentándose a la presión de sus muñecas ante el burlón tintineo de argollas de metal. Fue entonces cuando escuchó un sonido apagado y lejano; un ruido que evidenciaba vida al otro lado de la oscuridad. Se quedó quieto y creyó dibujar pasos en su mente.
-¿Hola? -increpó alto y claro, impresionado al escuchar su propia voz retumbando en aquella sala.- ¿Puede oírme?
Los pasos se detuvieron y Jimmy se quedó expectante; mas, al ver la desesperante calma que volvía a inundarlo todo, explotó. Y movió con violencia brazos y piernas, y gritó como fiera enjaulada rasgando la voz, quebrando garganta con el tañido violento de argollas en convulsión y el crujido doloroso de las tablas de la pared; una tormenta desatada que restalló con violencia, removiendo la oscuridad, deshaciendo las formas bizarras, hasta que una de sus manos golpeó el recipiente de porcelana derramando su contenido.
La puerta se abrió de golpe; un cañonazo de luz estallando contra la estancia y una figura humana recortada frente a él. Fue incapaz de distinguir al visitante, tan solo escuchó su voz: grave y cavernosa, con cierto tono musical que proyectaba paz y sosiego.
-Tranquilo hijo, estás en casa.
El miedo clavó las garras en sus entrañas, inmovilizó nervios y músculos; apretó la garganta, anulando la voz, dificultando siquiera el respirar. Los golpes regresaron de la ultratumba, las manos duras chocando contra huesos blandos, las varas ensangrentadas, la voluntad rota y la terrible sensación de no tener otra opción, salvo volver al amparo de su propio atacante. Los recuerdos de sus hermanos y la pobre Violet, se arremolinaron en su mente; todo cuanto había vivido no había servido de nada, de nuevo volvía al redil, a existir obedeciendo, esquivando siempre la ira.
Y notó de nuevo el terror ante lo que habría de soportar; un terror tal, que exilió el instinto de supervivencia y activó el cuerpo, tirando con fuerza de las ataduras, con la voz encrespando olas de amenaza. Y el quebrar de madera liberó una argolla, que voló libre, describiendo un arco horizontal contra la sien de la figura que se acercaba airada; y encontraba descanso en el suelo viscoso.
Entornó los ojos, para aclimatar la vista, e intuyó, entre vapores lumínicos, las correas que le mantenían cautivo. Soltó los enganches y se acercó hacia el cuerpo inconsciente que emitía pequeñas burbujas sobre el suelo cubierto del líquido sanguinolento. Cogió su revólver, el mismo con el que aquel ser había jugado tantas veces, con él y sus hermanos, amenazándolos hasta que el miedo les hacía perder la compostura; solo para demostrar quien mandaba.
Estaba frío, pese a las cachas de madera y al sol que brillaba con fuerza en el exterior. Notaba el metal viejo, áspero y distante, extrañamente liviano, pese a su tamaño; inmune al entorno; digno reflejo de su amo.
Lo asió con decisión; encontró cómoda la empuñadura y sintió la necesidad de amartillarlo. El chasquido reconfortó su ánimo, liberando cierta energía revigorizante. Dirigió el arma hacia el cuerpo tendido y lo observó fijamente: pequeño, abotargado, triste y débil; apenas el eco de un hombre, burbujeando ridículamente sobre un charco de sangre, sudor y flemas. Sintió el agradable calor del sol, templando el metal, devolviendo la calidez a la madera.
Abrió de nuevo, para observar que seguía sumergido en la oscuridad. Volvió a despertar sus miembros, esta vez con mayor facilidad, y se quedó quieto, extendiendo las palmas a fin de reconocer el terreno. La superficie de tela, abarcaba menos de medio palmo a cada lado de su cuerpo y estaba situada sobre algún tipo de soporte blando, encajado en alguna estructura dura y fría; una especie de camastro de armazón metálico. Deslizó una de sus manos por la tela hasta topar con una pared de madera y jirones de papel pintado. Paró un segundo para cosechar algo de lucidez, estaba boca arriba, así que se trataba de su mano derecha. Tanteó un poco más la pared, con la esperanza de encontrar algún saliente, cuando notó que algo le impedía continuar; algún tipo de atadura asiéndole la muñeca. Mantuvo la calma y comenzó a mover su mano izquierda, desplazándola sobre la tela hasta el borde del camastro; tanteó el armazón frío y ladeó el cuerpo para seguir descendiendo su mano a través del vacío y descubrir la altura que le separaba del suelo. Notó el canto fino, fresco y suave, de un recipiente; deslizó los dedos por el borde, reconociendo la forma curva y halló, en la suavidad, el tacto sedoso de la porcelana. Siguió palpándolo a fin de obtener toda la información posible y dos de sus dedos hendieron la superficie acuosa del contenido; al restregarlos contra el pulgar, pudo comprobar cierta viscosidad y olor a sudor ferroso. Volvió al exterior del recipiente y continuó su descenso, mas, apenas recorrió medio palmo del cacharro, cuando cierta presión en la muñeca indicó que esa mano también se encontraba atada. Alargó los dedos todo cuanto pudo, pero solo llegó a la base del recipiente y toco la superficie áspera de la tabla de madera donde descansaba.
Volvió a su posición inicial, vaciando el aire de sus pulmones al dar de nuevo con la espalda sobre la tela. Temiendo lo peor, levantó su pierna izquierda todo cuanto pudo, para comprobar que también se encontraba presa. De igual modo ocurrió cuando alzó la derecha, no sin cierto dolor que atrajo los recuerdos de la herida y su desvanecimiento. Emitió un quejido leve, fruto de la desesperación, y mantuvo absoluto silencio, atento a cualquier sonido... mas nada acontecía en aquel oscuro agujero.
Pensó en dejar pasar el tiempo, esperar hasta que alguna novedad ocurriera pero, incapaz de permanecer un segundo más en aquel erial oscuro, tiró con fuerza de sus brazos, enfrentándose a la presión de sus muñecas ante el burlón tintineo de argollas de metal. Fue entonces cuando escuchó un sonido apagado y lejano; un ruido que evidenciaba vida al otro lado de la oscuridad. Se quedó quieto y creyó dibujar pasos en su mente.
-¿Hola? -increpó alto y claro, impresionado al escuchar su propia voz retumbando en aquella sala.- ¿Puede oírme?
Los pasos se detuvieron y Jimmy se quedó expectante; mas, al ver la desesperante calma que volvía a inundarlo todo, explotó. Y movió con violencia brazos y piernas, y gritó como fiera enjaulada rasgando la voz, quebrando garganta con el tañido violento de argollas en convulsión y el crujido doloroso de las tablas de la pared; una tormenta desatada que restalló con violencia, removiendo la oscuridad, deshaciendo las formas bizarras, hasta que una de sus manos golpeó el recipiente de porcelana derramando su contenido.
La puerta se abrió de golpe; un cañonazo de luz estallando contra la estancia y una figura humana recortada frente a él. Fue incapaz de distinguir al visitante, tan solo escuchó su voz: grave y cavernosa, con cierto tono musical que proyectaba paz y sosiego.
-Tranquilo hijo, estás en casa.
El miedo clavó las garras en sus entrañas, inmovilizó nervios y músculos; apretó la garganta, anulando la voz, dificultando siquiera el respirar. Los golpes regresaron de la ultratumba, las manos duras chocando contra huesos blandos, las varas ensangrentadas, la voluntad rota y la terrible sensación de no tener otra opción, salvo volver al amparo de su propio atacante. Los recuerdos de sus hermanos y la pobre Violet, se arremolinaron en su mente; todo cuanto había vivido no había servido de nada, de nuevo volvía al redil, a existir obedeciendo, esquivando siempre la ira.
Y notó de nuevo el terror ante lo que habría de soportar; un terror tal, que exilió el instinto de supervivencia y activó el cuerpo, tirando con fuerza de las ataduras, con la voz encrespando olas de amenaza. Y el quebrar de madera liberó una argolla, que voló libre, describiendo un arco horizontal contra la sien de la figura que se acercaba airada; y encontraba descanso en el suelo viscoso.
Entornó los ojos, para aclimatar la vista, e intuyó, entre vapores lumínicos, las correas que le mantenían cautivo. Soltó los enganches y se acercó hacia el cuerpo inconsciente que emitía pequeñas burbujas sobre el suelo cubierto del líquido sanguinolento. Cogió su revólver, el mismo con el que aquel ser había jugado tantas veces, con él y sus hermanos, amenazándolos hasta que el miedo les hacía perder la compostura; solo para demostrar quien mandaba.
Estaba frío, pese a las cachas de madera y al sol que brillaba con fuerza en el exterior. Notaba el metal viejo, áspero y distante, extrañamente liviano, pese a su tamaño; inmune al entorno; digno reflejo de su amo.
Lo asió con decisión; encontró cómoda la empuñadura y sintió la necesidad de amartillarlo. El chasquido reconfortó su ánimo, liberando cierta energía revigorizante. Dirigió el arma hacia el cuerpo tendido y lo observó fijamente: pequeño, abotargado, triste y débil; apenas el eco de un hombre, burbujeando ridículamente sobre un charco de sangre, sudor y flemas. Sintió el agradable calor del sol, templando el metal, devolviendo la calidez a la madera.
Dio media vuelta, enfundó el arma y cerró la puerta tras de sí.
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