martes, 24 de noviembre de 2015

Negocios

Un sol frío, hijo del alba, iluminaba tenuemente el pueblo dormido. Solo dos figuras se distinguían: un hombre adulto de rostro cuidado y ademanes seguros, en pie ante la puerta entreabierta de un lujoso edificio, y una joven, náufraga en el polvo frío, de grandes esmeraldas en un asustado rostro de suaves rasgos y pequeña boca tímida y carnosa.

-Vamos, pasa y hablaremos tranquilamente.

El viento gélido atravesó las calles, removiendo espirales de tierra en las esquinas, sacudió el vestido de la joven y robó un mechón de pelo a su tocado.

Intentó valorar lo que estaba ocurriendo antes de responder, mas la incertidumbre y el vértigo se arremolinaban en su cabeza.

-¿Pero... qué ocurre con el Sr. Bowler? Él me dijo que se encontraría conmigo allí, en el puesto de la diligencia.

El hombre miró al suelo, alzó la vista con los ojos apagados y negó con la cabeza.

-Lo lamento señorita, pero el Sr. Bowler no va a poder venir.

Los ojos verdes parpadearon y sus labios se entreabrieron en dudas y objeciones.

-No, lo siento. Falleció con todos los que iban en la diligencia de la semana pasada. Encontraron los cadáveres hace tres días, desprovistos de sus ropas, con la cabellera arrancada. Por eso mismo, ha tenido que viajar de noche; y aun así puede dar gracias de haber llegado con vida.

-Pero, el Sr. Bowler... él debía hacerse cargo de mi dinero, de mis cosas y de mi estancia aquí.

-Hará un par de días, salió una partida en busca de cualquier rastro. Si encuentran algo, no le quepa la menor duda de que le será devuelto. Pero, sintiéndolo mucho, es mejor que no cuente con ello.

-¿Y no dejó el Sr. Bowler ninguna indicación?

El silencio de aquel hombre dio la respuesta.

-¿Alguna orden de pago en el banco?, ¿una habitación reservada a mi nombre en el hotel?

-No hay constancia de nada así y todo cuanto llevara consigo se perdió con su vida... Será mejor que pase, jovencita, hace frío.

Él se apartó y abrió un poco más la puerta. Dentro, la nobleza de la madera, iluminada por la calidez de una de las lujosas lámparas, rivalizaba en confort con la suavidad del tapizado granate de muebles y paredes.

La joven podía notar el agradable calor que manaba de dentro y un acogedor olor a perfume sutil y agradable. Afuera, el frío cortante y la humedad acrecentaban el hedor del polvo y la suciedad posada.

-Ahora mismo no tengo con qué pagar.

El hombre la miró compasivo y habló con tono esperanzador.

-Si ha sido usted sincera, dinero no le ha de faltar. Lo que llevara encima el pobre Sr. Bowler debe darlo por perdido, lamentablemente, pero no así con lo que tenga en su banco. Lo único que tiene que hacer es contactar con ellos. Envíe una carta en la diligencia de la semana que viene y, en un periodo de quince días a un mes, podrá disfrutar de su dinero.

La joven miró con renovadas fuerzas a aquel hombre y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. Subió un poco el vestido y movió uno de sus pies hacia el escalón de madera, dispuesta a coronar el entarimado del porche.

-Pues claro que he sido sincera, señor. Entonces, ¿cree usted que en ese tiempo podrá arreglarse todo?

-Por supuesto que sí. Solo unos días y podrá volver a disfrutar de todas sus comodidades.

Se asomó al umbral y el confort del calor la envolvió. Frente a ella, al final de la sala, una estufa de hierro al rojo vivo mecía la realidad con su calidez. A un lado, sobre una de las mesas, estaba dispuesta una humeante taza de té con leche, junto a un plato de pasteles y mermelada.

Sus ojos escudriñaron la comida y no pudo evitar relamerse. El hombre sonrió divertido y apoyó la mano en su espalda.

-Venga pasa, iba a desayunar ahora mismo. Algo me dice que te vendrá bien comer un poco.

-Pues la verdad es que no he probado bocado desde ayer por la tarde.

-También agradecerás un baño caliente, seguro que tenemos algo de ropa que pueda servirte.

-Se lo agradezco mucho, señor. En cuanto tenga mi dinero le pagaré todo el gasto que pueda ocasionar estos días, además de una justa compensación por las molestias.

-Bueno, eso no será necesario. Hasta que el dinero no se haga efectivo, será mejor que trabajes aquí. No es que desconfíe de ti, pero debes comprender que lo primero es velar por mi negocio.

La ilusión de la joven se quebró por un momento.

-Jajaja. ¡Vamos, no pongas esa cara! Considéralo simplemente como una aventura en el salvaje oeste. Será solo por unos días. En este hotel tratamos muy bien a nuestros empleados. Piénsalo, tan solo quince días y después podrás volver a tu vida anterior; si quieres podemos guardarlo en secreto, aunque, en mi opinión no hay nada vergonzante en el trabajo bien hecho. Quién sabe, lo mismo hasta es posible que acabes ganando más de lo que ganarías en el sitio del que vienes.

El frío de la calle azotaba su espalda, colándose por el pequeño resquicio que había entre su tocado y el cuello de su vestido. Sentía sus pies congelados, apenas notaba los dedos al moverlos. Mientras sus manos, al otro lado del umbral, se extendían ante el embriagador calor de las ascuas acunadas por el hierro.

-¿Y bien?, ¿qué dices, jovencita?

Ya lo había decidido. Un segundo antes de traspasar la entrada, envió una fugaz mirada al gélido exterior. Solo una ventana se entreabrió en una de las casas y un rostro de una mujer entrada en años la miró fijamente; parecía querer comunicarse pero no emitió sonido alguno; se limitó a observarla con la mirada triste, desesperada, hasta que la puerta se cerró y anuló todo contacto.

Calmó la duda con sorbos del humeante tazón y el morder crujiente y sabroso de los pasteles. El hombre le acercó el tarro de mermelada.

-Voy a indicar que te preparen una habitación y un baño. Come todo cuanto quieras y descansa.

Abandonó la sala, perdiéndose en uno de los pasillos donde el rostro de otra joven se asomaba curioso.

-Bertha, deja de espiar y prepara sus cosas. De momento dejadla que coma y descanse tranquila. Más adelante, avisas a Maggy y le dices que le explique cómo van las cosas aquí.

Siguió caminando, pero se detuvo al instante.

-Ah, y dile a Bowler que pare por un tiempo y que tenga más cuidado con las que elige; la chica es buen material pero apuntar demasiado alto puede traernos problemas. Dile también que quiero todo el dinero encima de mi mesa antes de mediodía.

martes, 10 de noviembre de 2015

Concatenación

-No lo puedes negar. 

-No lo niego, Brown. Ni yo ni ninguno de estos.

Los cuerpos, colgados del gran árbol, yacían frente a ellos mecidos por el viento.

-Pero estarás de acuerdo en que esta no era la manera.

-No lo era, pero, ¿qué más da?

El sheriff Duke observó más allá: el horizonte dorado, donde las nubes desaparecían y el sol fundía cielo y tierra.

-Piensa en la tranquilidad que traerá la ausencia de pistoleros.

-Pero, no todos lo eran.

-Si alguno no lo fue, está muerto. Nadie reclamará su cuerpo ni sufrirá su falta. Nada les ata a este mundo, solo un puñado de conocidos que continuarán sus vidas como si tal cosa.

-Aun así había algo en ese, el tipo que venía del norte. ¿No has visto cómo te miraba? Creo que nos equivocamos, casi me jugaría el cuello por su inocencia...

Duke echó un vistazo al rostro del cadáver: desencajado, con el odio y la incredulidad congelados en las pupilas. Recorrió el cuerpo hasta llegar al pie del árbol, donde un grupo de hormigas se abalanzaban sobre una presa que se revolvía inútilmente.

-Olvídalo Brown. Ahora importan tan poco como ese miserable insecto. Son solo sangre seca y carne muerta. Deja que se vayan al infierno y con ellos todos los fantasmas de este lugar.

Pero el tiempo pasó y los asaltos, robos y asesinatos no cesaron. El árbol obtuvo sus macabros frutos, cuerpos ajenos a aquella tierra, y el sacrificio expulsó por un tiempo el miedo del pueblo.

Mas continuó el desastre y se acabaron las ofrendas fáciles. Los asesinos seguían sin aparecer y, ante la imposibilidad de encontrar un nuevo culpable, todos miraron hacia atrás. Empujados por la desesperación, estudiaron los ahorcamientos y las actuaciones pasadas.

Fue entonces cuando brotó, tímida, una insinuación susurrada al oído idóneo: ¿y si fuera el mismo sheriff?, ¿quién sino había acabado con tantas vidas, calmando al rebaño, ganando tiempo para seguir con sus canalladas?

Y la insinuación, avivada por el temor, mutó de boca en boca, de conjetura a sospecha; silenciosa en inicio, creció abrazando la ambigüedad como escudo, hasta que todos encontraron la fuerza en el brazo de al lado. Unos a otros acabaron las frases, enhebrando los argumentos en un tejido común, odio por encargo, anclado en lo etéreo y escuchado.

La maquinaria se puso en marcha. El mismo sheriff Duke reconoció el gélido siseo de su criatura, el arrancar crudo de raíz y el cambio drástico que efectuaba en el hombre.

Echaron su puerta abajo una mañana gris. Tiraron de él hacia afuera y colgaron la soga del mismo árbol.

Notó las manos recias del verdugo, el abrazo atroz de la cuerda y un temblor eléctrico que recorrió su cuerpo.

-Duke Mulligan, ha sido sentenciado a muerte por asesinato, robo a mano armada, asalto y estafa. Que Dios acoja su alma, que su cuerpo alimente la tierra...

Apenas podía coger aire, imposible hablar; de todas formas, ¿qué importaba?, ya no quedaba nadie dispuesto a escucharle. Frente a él solo había extraños. La maquinaria había hecho su trabajo: solo un puñado de conocidos que, tras consumirse su vida, seguirían como si nada.

Entonces sintió el vértigo del parpadeo previo a la desaparición. Un minuto, puede que menos, el tiempo exacto de acabar aquella cháchara y dar la palmada al caballo que lo desterrara al vacío.

Ese minuto se eternizó, desagradable y estático. Las vidas segadas pasaron sombrías frente a él. Y observó entre los presentes al joven Brown, su ayudante, luciendo la placa. Adivinó las voces en su mente, la ausencia de toda responsabilidad y esa mirada calma y soberbia de quien está frente a un mero insecto.

Entonces escuchó la palmada, sintió su estómago trepando hasta la garganta, empujando el nudo hacia el cráneo, estallando en lágrimas de presión. Durante aquel vacío inacabable, concentró todas sus fuerzas en escupir un deseo; brilló como nunca, loco, pletórico e hiriente, hasta sentir la certeza de que aquel que tenía delante acabaría sus días allí colgado. Vislumbró una sombra de espanto en la cara de su antiguo ayudante y un embrión de carcajada surgió cuando la soga tiró de su cuello hasta apagarlo.