-No lo puedes negar.
-No lo niego, Brown. Ni yo ni ninguno de estos.
Los cuerpos, colgados del gran árbol, yacían frente a ellos mecidos por el viento.
-Pero estarás de acuerdo en que esta no era la manera.
-No lo era, pero, ¿qué más da?
El sheriff Duke observó más allá: el horizonte dorado, donde las nubes desaparecían y el sol fundía cielo y tierra.
-Piensa en la tranquilidad que traerá la ausencia de pistoleros.
-Pero, no todos lo eran.
-Si alguno no lo fue, está muerto. Nadie reclamará su cuerpo ni sufrirá su falta. Nada les ata a este mundo, solo un puñado de conocidos que continuarán sus vidas como si tal cosa.
-Aun así había algo en ese, el tipo que venía del norte. ¿No has visto cómo te miraba? Creo que nos equivocamos, casi me jugaría el cuello por su inocencia...
Duke echó un vistazo al rostro del cadáver: desencajado, con el odio y la incredulidad congelados en las pupilas. Recorrió el cuerpo hasta llegar al pie del árbol, donde un grupo de hormigas se abalanzaban sobre una presa que se revolvía inútilmente.
-Olvídalo Brown. Ahora importan tan poco como ese miserable insecto. Son solo sangre seca y carne muerta. Deja que se vayan al infierno y con ellos todos los fantasmas de este lugar.
Pero el tiempo pasó y los asaltos, robos y asesinatos no cesaron. El árbol obtuvo sus macabros frutos, cuerpos ajenos a aquella tierra, y el sacrificio expulsó por un tiempo el miedo del pueblo.
Mas continuó el desastre y se acabaron las ofrendas fáciles. Los asesinos seguían sin aparecer y, ante la imposibilidad de encontrar un nuevo culpable, todos miraron hacia atrás. Empujados por la desesperación, estudiaron los ahorcamientos y las actuaciones pasadas.
Fue entonces cuando brotó, tímida, una insinuación susurrada al oído idóneo: ¿y si fuera el mismo sheriff?, ¿quién sino había acabado con tantas vidas, calmando al rebaño, ganando tiempo para seguir con sus canalladas?
Y la insinuación, avivada por el temor, mutó de boca en boca, de conjetura a sospecha; silenciosa en inicio, creció abrazando la ambigüedad como escudo, hasta que todos encontraron la fuerza en el brazo de al lado. Unos a otros acabaron las frases, enhebrando los argumentos en un tejido común, odio por encargo, anclado en lo etéreo y escuchado.
La maquinaria se puso en marcha. El mismo sheriff Duke reconoció el gélido siseo de su criatura, el arrancar crudo de raíz y el cambio drástico que efectuaba en el hombre.
Echaron su puerta abajo una mañana gris. Tiraron de él hacia afuera y colgaron la soga del mismo árbol.
Notó las manos recias del verdugo, el abrazo atroz de la cuerda y un temblor eléctrico que recorrió su cuerpo.
-Duke Mulligan, ha sido sentenciado a muerte por asesinato, robo a mano armada, asalto y estafa. Que Dios acoja su alma, que su cuerpo alimente la tierra...
Apenas podía coger aire, imposible hablar; de todas formas, ¿qué importaba?, ya no quedaba nadie dispuesto a escucharle. Frente a él solo había extraños. La maquinaria había hecho su trabajo: solo un puñado de conocidos que, tras consumirse su vida, seguirían como si nada.
Entonces sintió el vértigo del parpadeo previo a la desaparición. Un minuto, puede que menos, el tiempo exacto de acabar aquella cháchara y dar la palmada al caballo que lo desterrara al vacío.
Ese minuto se eternizó, desagradable y estático. Las vidas segadas pasaron sombrías frente a él. Y observó entre los presentes al joven Brown, su ayudante, luciendo la placa. Adivinó las voces en su mente, la ausencia de toda responsabilidad y esa mirada calma y soberbia de quien está frente a un mero insecto.
Entonces escuchó la palmada, sintió su estómago trepando hasta la garganta, empujando el nudo hacia el cráneo, estallando en lágrimas de presión. Durante aquel vacío inacabable, concentró todas sus fuerzas en escupir un deseo; brilló como nunca, loco, pletórico e hiriente, hasta sentir la certeza de que aquel que tenía delante acabaría sus días allí colgado. Vislumbró una sombra de espanto en la cara de su antiguo ayudante y un embrión de carcajada surgió cuando la soga tiró de su cuello hasta apagarlo.
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