lunes, 20 de abril de 2020

Encuentros


Llovía como si alguien disparara 100 gatlings desde el cielo.

Las gotas se estrellan contra el sombrero, el sobretodo y cubren al caballo que hunde cascos en hierbas y fango.

Cuando llueve de verdad en la extensa pradera; cuando el agua fría lo envuelve todo y cala hasta los huesos; justo entonces, completamente empapado, ya nada importa y la lluvia se convierte en abrigo.

No importa el reguero que cae por el extremo del ala, no importa el charco en las botas ni el vapor que surge al respirar. El jinete sabe que de momento no notará los dedos helados arañando sus huesos ni los sudores ni el tiritar. Todo eso le alcanzará cuando al llegar al destino cambie de nuevo de medio y acoja un mínimo atisbo de comodidad.


Era una casa maltrecha, única superviviente de un huracán.

Cuatro tablas mal puestas entre las que se adivina una luz. En un costado, bajo un pequeño porche, descansan dos postes doblados con argollas en la parte superior, uno de ellos sirve de puerto seguro a un caballo pinto que se oculta bajo la techumbre.

El jinete nota el agua dentro de la bota al hundir los pies en el fango. Ata su caballo junto al pinto y golpea nudillo contra la puerta.

La luz parpadea entre las tablas, se abre la puerta y aparece un rostro ancho y severo, recto como el rayo, de pelo blanco cogido en trenzas y dos nogales marrón encendido.

—¡Vaya! Y en el tercer día del diluvio, el señor mandó un pez de los buenos...

El jinete resopla algo de agua y dibuja una sonrisa.

—Hola Patty.

—Jake, hacía mucho tiempo. ¿Años?

—Algo más de una década.

Jake observa por encima del hombro de la mujer el espacio iluminado, emborronado por el calor de una estufa encendida.

—Pasa, anda. Deja las cosas en la percha y acércate a la estufa.

Al lado de la puerta brotan tres grandes clavos doblados, uno de ellos con un abrigo grueso, algo raído en la base. Cuelga sombrero y sobretodo, se acerca a la estufa, deja la ropa repartida entre los respaldos de las dos sillas de la casa y se sienta en un banco frente al calor del fuego.

—Toma, así entrarás en calor.

Jake toma la manta de tejido áspero que ni el tiempo ni el uso han conseguido domar.

—Gracias —dice mientras observa las paredes de tablones milagrosamente unidos, inclinadas con la parte superior hacia adentro haciendo equilibrio para sostener el tejado—veo que echabas de menos los tipis...

—Vete al infierno. Esta casa aguanta todo lo que le echen. —Da un par de golpes a la pared más cercana y, pese al temblor de toda la estructura, ningún trozo de aquel constructo se atreve a llevarle la contraria.

Una tabla sobre cuatro troncos hace de cama, a la derecha de la estufa un arcón cerrado, cuatro estantes guardando lo necesario para cocinar y, en medio de la estancia, una mesa bajo un quinqué colgado del techo y un libro abierto sobre la mesa.

—El libro, ¿aún sigues con lo mismo, eh?

—Nunca lo dejé, Jake. Soy ministra del Señor. —El rostro oscuro se ilumina de cierta solemnidad.

—Por supuesto, reverenda. ¿Tienes algo para calentarme por dentro?

Patty se acerca al arcón y le pasa una botella.

—Toma, dos tragos máximo, que luego nunca repones. En un mundo donde hay gente que rinde culto a serpientes, donde, aunque la mayoría lleva la pólvora en la sangre, surgen comunidades pacíficas, donde hay gente que permite matrimonios múltiples y otros que se adentran en las montañas, huyendo de lo que los suyos intentan crear; ¿en serio vas a decirme que no puedo responder a los designios del señor?

—Nunca perdería el tiempo así. Yo no tengo ninguna duda, reverenda. Siempre me gustaron más tus historias que las de otros. Además, te necesito con todas las fuerzas que puedas invocar.

—Hace tiempo que nevó en mi cabeza. ¿No querrás que volvamos a las andadas?

—Justo eso mismo.

La reverenda toma la botella, se moja los labios y deja que la lengua note el ascua encendida del alcohol.

—¿Motivo?

Una sonrisa se dibuja en el jinete.

—¿Qué tal vivir?

—Te escucho...

lunes, 6 de abril de 2020

Juegos de rol


—Sueño es poco... el cambio de horario me ha matado.

—Yo tengo los ojos pegaos y no recuerdo la última vez que los abrí del todo.

—¿Este finde qué haces?

—Hemos quedao para echar partida.

—¿Partida, a que?

—Jugamos a rol.

—¿Eso como es?

—Bueno, nos juntamos unos cuantos; uno es el que describe una situación determinada y el resto nos dedicamos a interpretar un personaje en ese contexto.

—¿Hacéis teatro?

—Parecido, pero menos profesional; más improvisado y sentados en una mesa, al menos a lo que jugamos nosotros. Es como si al leer un libro o al jugar un videojuego pudieras salir de la historia que está escrita y hacer lo que te dé la gana.

—¿Lo que quieras?

—Sí, hay una serie de reglas que son las que dicen lo que puede o no puede hacer el personaje en función de su naturaleza. ¿Tú te acuerdas de cuando jugabas a polis y a cacos de crío o a indios y vaqueros? Pues parecido, pero con más reglas.

—Jajajaja, ¿no es un poco cosa de chiquillos?

—Pues puede que tengas razón, un poco críos sí que es... que se yo.

—Bueno cada cual se lo pasa bien como quiere.

—Pues sí... ¡Por cierto, vi ayer a Víctor!

—¡Joder, cuánto tiempo! ¿Qué se cuenta?

—Pues al final le salió el curro aquel.

—¡No jodas!

—Está que no se lo cree. Imagínate, a duras penas ganaba los 800 al mes echando pestes y ahora va y le caen 2000 por hacer lo que le gusta.

—¡Que cabrón, quién se lo iba a decir!

—¿Te imaginas currar haciendo algo que te motiva de verdad y llegar a fin de mes sin ahogos?

—Creo que hasta está prohibido pensarlo, ajajajaj. Ya me gustaría a mí, ya.

—Siempre te gustó lo del buceo; tú plantéate levantarte en un sitio con solecito todo el año, cargar los trastos en el coche y pal agua.

—Así sí que me iba a levantar yo bien; un buen desayuno y pal curro. Si tuviera una casita cerca de la playa, ya ni te cuento.

—Hombre con ese sueldo ya se puede uno plantear algo. Lo difícil es mantenerse sin empezar a gastar más de lo que toca, que cuanto más tenemos...

—No, yo podría. Tampoco es que sea de gastar mucho, tengo pocos caprichos... un equipo de buceo bueno sí que me pillaba, eso sí. El resto con tener el sitio ya lo tengo, que el sol es gratis y salir a tomar algo de vez en cuando no es tan caro.

—Joder, pues entonces ya casi lo tienes, jajajaja. Solo una cosa, ¿negocio propio o por cuenta ajena?

—Bufff. Por cuenta ajena son menos líos, pero decides muy poco... Ostias, no sabría qué decirte...

—Bueno, siempre podrías empezar por cuenta ajena e ir montándote el negocio con lo que vayas ahorrando.

—Pues sí, pero creo que empezaría por mi cuenta. Ya te lo organizas de forma que aproveches las temporadas buenas y buscas a alguien para el papeleo, al menos al principio. Joder, si haces lo que te va, te cuesta menos ponerte en marcha. Habrá días pesados, está claro, pero en general no hay color.

—¿Y estás seguro que no acabarías pillando un coche mejor, una casa mejor... que se yo, ¿un barco?

—Mmmm... Coche, uno que sirva para llevar las cosas. Casa, algo normalito, lo que me interesa es el sitio. Un barco... coñe, pues eso sí; pero si en lo demás no gasto casi, me lo podría permitir...

—¿Yate, velero?

—Uno de vela con motor auxiliar, pero nada del otro mundo. Uno de segunda mano que lo pudiera arreglar como yo quisiera.

—¿El carnet lo tienes?

—Jajajaja, ¡qué voy a tener!! Pero me lo saco antes de pillar el barco; además viene bien para el trabajo.

—Entonces casita cerca de la playa, negocio de buceo, coche para cargar el equipo y un barco para currar y disfrutar de los días libres... joder, no está mal. ¿Algo más?

—Pues te vas a reír, pero si tuviera todo eso, aprovecharía el tiempo libre para pintar.

—No sabía que pintaras.

—¡Yo que voy a pintar! Hago los círculos como rombos, los rombos como triángulos y los triángulos... no me salen, jajajaaja. Pero siempre me ha gustado.

—Todo es cuestión de ponerse.

—Haría series del mar y el horizonte. Siempre me ha dejado alucinado ese paisaje.

—Ya ves... Joder, las tres y diez; se supone que a las cuatro tengo que estar de vuelta.

—Sí que nos hemos liado. Ya hablamos. ¡Ah, y que vaya bien el finde!

—Sí, ya te contaré. Venga, ya nos vemos otro día y seguimos la partida ;)

miércoles, 1 de abril de 2020

Hábitos


Las huellas apenas eran un soplo en el polvo fino de tierra compacta. Casco sin errar de caballo salvaje, guiado por un jinete que sabe perfectamente cómo caminar sin apenas dejar rastro. Afortunadamente él no era un advenedizo. Había luchado junto a exploradores pieles rojas y sabía cómo se las gastaban. Ese no se le iba a escapar.

Llevaba ya tres días tras él; por lo visto era un solitario.

Tenacidad, ese era el secreto. Mantenerse firme y atender al detalle. Más vale perder algo de tiempo cuando sea necesario que tomar el camino equivocado y acabar perdiendo el rastro. Y con aquel indio había que esforzarse; era un tipo duro, resistente, con nervio e imaginativo. Apenas come ni para más de lo estrictamente necesario y hace los cambios en el momento oportuno, aprovechando cualquier opción para mitigar aún más su rastro.

No había sido capaz de deducir su objetivo en aquellas tierras. Posiblemente la búsqueda personal de gloria o renombre dentro de la tribu le había dirigido hacia las casas de los colonos, cuando él se interpuso en su camino y comenzó a seguirlo.

Hay algo en la persecución; se genera un tipo de cercanía tras tanto tiempo persiguiendo a un individuo que, en parte, te lleva a querer que no acabe. Se ansía ese tira y afloja que tiene lugar cada vez que el rastro parece haberse esfumado, para volver a descubrirlo de nuevo y ver cómo, en cada reencuentro, conoces un poco más a tu presa.

Y en esas llegó a lo que desde el principio había intentado evitar: las aguas revueltas del río. Escudriñó ambas orillas y no encontró rastro alguno. Así que debió tomar el único camino que le permitía seguir oculto: el río.

A la izquierda se alzaban las montañas, desafiantes. A la derecha la llanura se extendía infinita.

Detuvo al caballo en medio del rio, dejó que bebiera, lió un cigarro y se tomó su tiempo pensando hacia dónde había marchado el piel roja.

Tres días a buen ritmo es mucho tiempo para cualquiera. El indio es nervio vivo impresionante, explosivo y, aunque este era un tipo especial, acaba cediendo con el tiempo. La llanura tiene algo de placentero, se asocia al hogar, al descanso y a la comida representada en el búfalo. Cruzar las aguas habrá sido el punto de inflexión que le hizo abandonar toda pretensión de gloria en pos de volver a casa.

Pegó la última bocanada al cigarro, picó espuelas y, tras continuar un rato por el río, tiró hacia las llanuras.

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El camino de la presa es complicado. Hay que huir sin llegar a escapar, ser alcanzable al ojo y distante a la mano y siempre avivar la sed del depredador, poniendo al límite sus capacidades.

Este era un buen depredador. Había hundido sus colmillos en muchos de los suyos. Y ningún guerrero de su pueblo había podido vencerle. Pero ahora era suyo.

Entró en el río y observó el terreno, el aire y el espacio que le distanciaba de su perseguidor. Agarró el saquito que colgaba de su cuello, su medicina, y avivó al caballo hasta que voló.

Los cascos pisaron en piedra limpia sin dejar rastro alguno, siguiendo una coreografía espontánea dirigida por el experimentado jinete de una forma tan natural que bestia y hombre parecían uno. Así consiguió dar media vuelta y apartarse del camino hasta esconderse tras una pequeña elevación del terreno.

Esperó hasta ver pasar al rostro pálido, atento al suelo y a todo a su alrededor, casi lo podía escuchar olfateando el aire e, instintivamente, se agachó pegando la cara contra la tierra para evitar ser visto.

Y esperó también cuando hubo pasado, un buen rato más, hasta el momento idóneo de dar la vuelta al juego. Entonces regresó al camino y siguió las huellas del rostro pálido.

Al llegar al río miró a izquierda y derecha. Las altas montañas y la llanura infinita.

Recordó la sed del hombre blanco por dominar todo cuanto está a su alcance, la necesidad de ser y tener más y utilizar todo cuanto tenga a mano para conseguirlo, y decidió remontar río arriba, como los salmones, hacia las altas montañas donde, a buen seguro, estaría su antiguo depredador buscando el lugar idóneo desde donde controlar todo para darle caza.