–¿Qué tal vivir?, dijiste… maldito majadero.
Dispara Patty mientras garabatea con una de las ramitas en la tierra.
–Bueno, no me negarás que vivir lo que se dice vivir, estamos viviendo.
–Mira eso es cierto, lo que dure ya es otra cosa.
–Venga reverenda, esto no es nada para nosotros.
–¿Y para ellos?
Iluminados por el resplandor anaranjado del fuego, apoyados en los restos de adobe, duermen los Howard, uno apoyado en el otro, usando sus bártulos de fotografía como almohada. Más allá, el viejo duerme a pierna suelta, ofreciendo graves e intermitentes ronquidos al cielo nocturno. La señorita, a pocos metros de él, descansa perfecta: pose grácil, distante, y respiración tenue de cuerpo pausado, de tal forma que nadie osaría quebrar tal avatar de solemnidad. Y, finalmente, abrigado por una de las gruesas mantas, Sam descansa junto a una flamante diligencia que devuelve, en su rojo nocturno, el frío titilar de las estrellas.
–No tienen otra. Son buenos, cada uno a su manera. ¿Recuerdas cuando llevábamos el ganado? El que no colocaba bien las balas, era bueno agrupando las reses, con el lazo, capaz de cocinar algo decente o tenía esa conexión especial con el de arriba…
Jake echa un poco de sopa humeante en la taza de Patty y devuelve la cafetera al fuego.
–Y había quién sabía hacer un poco de todo o absolutamente nada de nada, pero tenía buena vista para la gente… –guiñó un ojo a su viejo compañero, mientras cogía la taza con ambas manos–. El problema es que en un enfrentamiento no tenemos muchas posibilidades; y cuando vengan balas, vendrán bien puestas.
–Eso está por ver. A pólvora no podemos competir, tienes toda la razón; al menos en un enfrentamiento directo… pues mira, estamos de enhorabuena, porque ese no ha sido nunca nuestro objetivo. Son ellos quienes vienen, nosotros tratamos de continuar. El ataque es su herramienta… nos queda pensar la nuestra.
Ríe la reverenda, como siempre que Jake enarbola aquellos giros extraños, aquellas vueltas de realidad que la dejaban fuera del camino, con el alivio de una bocanada de aire fresco en el occipital.
–¡De acuerdo, si ha de ser así, que así sea! –lleva, enérgica, la taza a los labios, da un buen trago y baja la taza con el rostro mudado y una expresión extraña.
Jake reconoce el gesto y echa mano del revólver.
–¿Dónde?
Patty deja la taza con cuidado y toma lentamente el rifle, mientras sus ojos escrutan la oscuridad en busca del indicio que confirme lo que clama la intuición. Las pupilas van de un punto a otro, observan, oyen, olfatean y extienden esa suerte de visión por cada una de las zonas en que se posan.
–Bien bien; dos tipos, dos nubes de plomo. –La voz surge de la maraña vegetal, precede al reflejo metálico del fuego en dos cañones de escopeta y una amplia sonrisa pintada en la silueta grande y silenciosa que se alza frente a ellos.
–¡Maldito alcornoque! –se relajan los ojos y una curva destensa el rostro.
–¡Te pillé, digger!
–¡Imbécil! Podrías haberte llevado una bala de recuerdo...
–Nada de eso; pero sigues teniendo la brújula afilada.
Henry se acerca tarareando a la hoguera, directo a la cafetera con sopa caliente. Ahora sus pasos demuestran el peso de su figura, informando de las ramas y hojas secas del suelo. Sam abre los ojos ante el revuelo y vuelve a cerrarlos, tranquilo, al reconocer la calma en el rostro de los vigías.
–Bienvenido, me alegro de verte, especialmente ahora.
–No me extraña, Jake. Al poco de iros, vi que ya no había buitres vigilando mis tierras; hacía años que no pasaba algo así. Tomé el tiempo justo para guardar las cuatro cosas que valían la pena, repartir los animales entre otras granjas y seguiros la pista. No sé qué tenéis, pero si ha conseguido mover a esos carroñeros de mi casa, debe ser importante.
–Ahí tienes tu respuesta –señala Jake con la mirada a la señorita que duerme como si nada de cuanto estaba ocurriendo fuera con ella.
Asiente Henry y vacía media taza de un trago.
–Vengo del apeadero y hay armas esperándoos –calla un momento y echa un ojo al contenido de la taza– aunque como sigáis comiendo esta sopa se van a quedar sin trabajo... Habéis hecho bien en evitarlo; andan con el ojo puesto hacia aquí, pero no se mueven. No los conozco, así que los míos aún no han aparecido.
–Lo único bueno de tener tanto depredador es que acabarán erizándose para repartirse la presa.
–Pues sí, no te falta razón. En fin, ya que estoy aquí, ¿cuál es el plan?
–Nada del otro mundo, se trata de llevar a todos estos a su destino, evitando a todas las alimañas del territorio.
–¡Un plan magnífico, digger!
Patty amartilla la mirada, divertida, mientras vuelve a recostarse en el muro de adobe.
–La verdad es que la situación no es muy buena, –comenta Jake con la mirada perdida en el fuego– tal y como pintan las cosas, no podemos contar con los apeaderos y debemos buscar otros sitios para pasar la noche. ¿A favor?, piensan que saben nuestro itinerario y, dado que no podemos aprovechar los sitios más adecuados, tenemos plena libertad para seguir la ruta que nos dé la gana. ¿En contra?, varias jaurías de coyotes con hambre, entre ellos tus buitres, y falta de víveres; porque nos van a cerrar cualquier acceso a zonas donde reaprovisionarnos.
–En eso último puedo ayudaros. Cargué varias cosas antes de salir, bien suministrado nos dará para días; algo con lo que no cuentan.
–Pues que así sea, la verdad es que se agradece tenerte por aquí. Debes saber que la oferta sigue en pie…
–Ya hablaremos de eso; de momento la idea de poder quitarme a esos buitres de encima ya hace que hasta esta sopa tenga mejor sabor.
–Te conformas con poco, alcornoque.
–¿Acaso ibas a darme más?
–Siempre igual…
Alimentaron la hoguera, rieron, rellenaron las tazas y entre el humo continuó la charla. Se sucedieron recuerdos, risas y nuevas historias, interrumpidas solo por aquellos momentos en que una reverenda escrutaba el horizonte, siempre atenta a cualquier novedad. Y así siguieron hasta que la llegada del alba activó los cuerpos dormidos, movió riendas, ruedas y bestias y devolvió a los despiertos la calma.