lunes, 25 de abril de 2016

Cambios de rumbo

 Ilustración de Cortés-Benlloch
 
Linda pisaba con fuerza, pese a los años, al son de ánimo inflamado. Su rostro iracundo, oculto bajo sombrero y pañuelo, castañeteaba los dientes más por rabia que por frío. En su cabeza martilleaban las últimas palabras. ¿Cómo podía haberle hecho eso, a ella! Recordaba las frases, los gestos, todo lo que siempre le había funcionado y con lo que, ahora, no había obtenido sino ausencia y vacío.

Le quería, de hecho no podía imaginar una vida sin él, pero jamás hubiera pensado que las cosas acabarían así. Ella siempre sabía lo que era adecuado para ambos y él era consciente de ello. Ahora aquel idiota, por un absurdo, estaba a punto de echar toda una vida al mismo fango que ensuciaba la blanca nieve amontonada a ambos lados de la calle.

Se detuvo un segundo y quedó observando el lujoso edificio del hotel.

Ese estúpido de Owen necesitaba que ella volviera a tomar las riendas. Se acabaron los ideales y demás idioteces; el honor había matado a más hombres que cualquier guerra. Hacía falta alguien inteligente, alguien capaz de tomar las decisiones más complicadas y de saber cuándo sacrificar el amor propio en favor de una vida mejor, o de conservar la misma. Le gustaba su imbécil, ese iluso soñador que seguía aferrado a sus principios como orgulloso marino sobre una triste balsa de troncos. Lo miraba y admiraba: deslumbrante, loco, como nacido en otro mundo, y atesoraba esa sensación que recibía al estar a su lado. Pero ya no habría más él si se quedaba de brazos cruzados, pues nada queda del soñador cuando este decide elevarse a su meta final. No había otra salida; solo quedaba hablar con Thorn, avisarle de los planes de Maggy y hacer que su marido quedara al margen de toda venganza. Comprendía la necesidad de tal acción, sabía cómo jugar sus cartas; y, sin embargo, ahí estaba, a pocos metros de la puerta del hotel, incapaz de mover un solo pie.

¿Pero qué era lo que pretendía salvar realmente? Si hablaba con Thorn y sacaba a Owen de aquel plan, librándole de cualquier posible castigo, nada quedaría del hombre que conocía; en su lugar volvería un ser derrotado, más abatido aun por la traición, que pasaría el resto de sus días con el pesar de no haber hecho nada por segunda vez. Odiaba admitirlo, pero cuando Abby llamó a su puerta, Owen volvió a ser aquel hombre que cantaba, tronaba y sonreía al mundo; Owen no calculaba al caminar ni estudiaba las huellas que dejaba atrás, prefería vivir en la frontera, levantándose de cada caída para seguir adelante. Nada de eso quedaría, solo la sombra marchita de aquel hombre, que consumiría su vida, incapaz de perdonarse...

No podía. Jamás podría dormir sabiendo que por salvarle habría acabado matándole.

De lejos llegaron los tañidos rítmicos del herrero, golpes secos afilados en agudos; la única respuesta a sus pensamiento. Cambió de rumbo y acudió directa.

Cuando Tom la vio acercarse, dejó a un lado el martillo y secó su frente con el trapo tiznado. Su único ojo sano estudió los movimientos de Linda, leyendo la ira y la urgencia. Pocas palabras fueron necesarias, ni siquiera un saludo, antes de que sus voces chocaran.

―Tom, quiero que cojas todo lo que te dejó Owen. Quiero que vayas a la ciudad y contrates a todos los que puedas gastando hasta el último centavo. Owen se ha marchado con esa maldita carta, y nada parece poder detenerle, así que quiero todos los brazos que puedas reclutar junto a él.

―Linda, piénsalo bien, eso te dejará sin nada.

―¿Pero en qué momento os ha dado a todos por pensar que podéis discutirme? ¡Es mi dinero y yo decido!

―Pero Owen me dijo que hablaras con Tim, en la ciudad...

―Owen me hizo poseedora de ese dinero en el mismo momento en que se marchó con ese maldito pedazo de papel y el hambre atroz de una deuda sin saldar, así que haré lo que considere oportuno.

―De acuerdo, Linda. Se hará como tú digas. Pero no tengo acceso ahora al dinero, se suponía que lo pedirías al pasar unos días, en el caso de que Owen no volviera...

―Pues quédate todo ese maldito dinero cuando lo tengas, ¡pero busca ayuda!

―Te digo que de momento no tengo nada con que conseguirla. En este mundo, nadie trabaja gratis...

―Tom, sabes que va a morir...

Linda no habló más. Solo se quedó mirándole, con el alma desesperada y una sombra de ruego que parecía quebrar la rígida mueca de odio que empedraba su rostro.

Tom la miró fijamente y echó un vistazo a su viejo spencer, olvidado, descansando en un rincón, junto a un par de cajas rotas y un barril de clavos oxidados.

­­­­­­­­­­­―De acuerdo Linda, no se hable más. Yo iré a su encuentro, y en cuanto lleguemos a la ciudad me ocuparé de contratar a más gente.

lunes, 11 de abril de 2016

Deudas abiertas

Cerró la puerta y apoyó su mano derecha en el marco.

—¿Y bien?

Una voz, de aspecto calmo y alma erizada, se proyectó contra su espalda. Instintivamente hizo ademán de guardar la carta, mas se detuvo, resopló y dio media vuelta.

—Imagino que ya lo has oído todo.

Varas de hierro cuajaban el rostro de la mujer. Pese a sus años, mantenía aun el eco de la belleza que lució en su juventud. Belleza que pareció retornar cuando relajó el tenso rostro y entornó los ojos en un gesto afable.

—Has sido muy amable, Owen, nadie se hace cargo ya de la pobre Abby. Quizás sea mejor así...

—¿Así, cómo?

—Hacerle creer que se hará algo, ¿qué si no?

—Linda, pienso llevar esta carta. No admito discusión alguna.

—Y, ¿para qué?

—¡Cómo que para qué? Sabes perfectamente lo que ocurre entre esas cuatro paredes. Ahora que la gente sabe lo de la joven es el mejor momento.

—Pero, ¿para qué, Owen?

Owen amartilló la réplica pero aquella segunda pregunta le obligó a cerrar la boca soltando un resoplido para contenerse.

La mujer abandonó el respaldo de la silla, adelantó los hombros y se acercó a Owen, humildemente, hablándole desde abajo.

—Owen, las cosas son así. No seré yo quien diga que van bien, pero al menos van. Tenemos una casa y tienes un trabajo decente con el que sacas un buen dinero. Algo que hace tiempo estuviste a punto de perder y que sigue estando aquí, gracias al señor Thorn.

—Linda, tú estuviste allí, sabes lo que se cocía y ahora los hechos te recuerdan que todo sigue igual.

La mujer se acercó aun más y posó una mano en el brazo derecho de Owen mientras con la otra acariciaba su cara.

—Y allí te conocí a ti. No fue agradable el tiempo que pasé en el hotel, siendo una ciudadana de segunda, pero todo acaba y, si algo tiene de bueno el Señor Thorn, es que siempre se asegura de que haya un buen final. ¿Al fin y al cabo estoy aquí, contigo, no?

Owen giró la cara, miró a un lado, buscando el refugio del marrón grisáceo de la pared, y activó los resortes de la mente y la memoria.

—Pero, ¿y todo el tiempo que estuviste allí? Todos esos años perdidos... ¿dormirías tranquila sabiendo por lo que ha de pasar esa chiquilla? Sabes de sobra que no conoce ese mundo...

—Preferiría que no ocurriera, que viviera en su casa con los suyos, lejos de aquí. Pero yo pasé por ello y estoy viva. Ahora le toca a ella, y gracias a eso seguiremos viviendo; no solo tú y yo, sino todos nosotros. Cambia el entorno de esa joven y cambiarás el de todos. Son muchas vidas pendiendo de un solo hilo.

Owen la apartó con más fuerza de la que hubiera deseado.

—¡No pienso quedarme sin hacer nada!

La mujer se acercó un poco hacia él, sin llegar a tocarle.

—Owen, no puedes hacer nada. Eres muy valiente, ¿pero qué vas a hacer tú solo?

—No estoy solo, hay más gente en esto.

Ella se revolvió y arremetió con voz seca y cortante.

—Lo mismo dijo Tad.

—Es por él, entre otras cosas, por quien debo hacerlo.

Los ojos de Owen se nublaron y perdieron el punto fijo, como un sonámbulo acercó la mano a la cintura, hasta que sus dedos rozaron el metal del revólver.

—Aquel día no hice nada por él. Me quedé aquí, tras esta puerta, mientras escuché los disparos que salieron de su casa. Todos quisieron creer el accidente, pero yo pude escuchar los últimos gemidos de Tad y los gritos de Abby, ahogados en la carne mordida de su mano.

Ella notó un hormigueo en la nuca ante las palabras cargadas de él. Por un momento, quedó desarmada, pero en un instante trajo fuego a sus ojos y frío filo a su voz.

—No puedes morir por un sentimiento de culpabilidad. No puedes ofrecerte a los muertos; porque soy yo quien se quedará aquí, ¿me oyes? Soy yo quien te necesita, ¿quién crees sino que se hará cargo de una vieja como yo? ¡Coge todo ese orgullo, ese honor y ese amor propio estúpido y utilízalos para seguir adelante con tu familia! El mundo no funciona así, ¿me oyes? Hay más Thorns ahí fuera, ellos deciden y dictan, solo toca obedecer a veces y vivir a pesar de ellos. ¡Sé listo, Owen, aprende a nadar entre sus aguas y utilízalos a ellos también!

—No pienso ser igual. No puedo. Ni quiero. ¡Claro que hay más Thorn! ¡Y habrá más, siempre que la gente lo permita! Y aunque fuera de otra forma, aunque nunca sirviera de nada, al menos habré vivido como creo que ha de hacerse. Si caigo caeré yo, y no una sombra distorsionada de mí mismo.

Linda supo que lo había perdido, que estaba a leguas de distancia. Había sobrepasado el umbral en el que sería escuchada y la cuerda que los unía caía rota hacia el suelo.

Owen dejó la carta sobre la mesa, se puso el abrigo, se colocó el sombrero y recogió aquel pedazo de papel cerrándolo con fuerza entre sus dedos. Abrió la puerta y echó un último vistazo atrás.

—Me voy. Antes de partir iré a ver a Tom. Si algo saliera mal, ve a verle; él te dará todo lo que tenemos. Cógelo, es tuyo, te lo has ganado con el sudor de tu frente. Ve a la ciudad y pregunta por Tim O'Really, él se hará cargo de todo.

Ella no dijo una palabra; intentaba por todos los medios aplacar la ira que trepaba por su garganta.


Él asió con fuerza el picaporte, domó todo lo posible su voz y susurró unas últimas palabras antes de cerrar la puerta.

—Espero volver a verte.