lunes, 28 de abril de 2014

Bandera blanca

Un caballo resopla, cansado, ante la ausencia de agua y pasto fresco. Su jinete, en pie sobre el polvo amarillento, reconoce el lugar que creía soñado. El promontorio aparece entre las dunas; roca seca y angulosa, agreste y grisácea, extraña al entorno como surgida de otro mundo. Por sus paredes brotan las voces de que quienes, tiempo atrás, consiguieron traerle de vuelta, antes de que el sol se llevara su vida.

No tardó en comprender que su llegada había sido advertida desde hacía tiempo. Se acercaron dos guerreros jóvenes y fuertes, de cara saludable y espíritu limpio; ambos lucían pinturas de guerra. El más alto de los dos se dirigió a Edgar.

-Bienvenido, Hombre Quemado. Ven, Perro Amarillo te espera.

Atravesó la impresionante entrada, formada por tres grandes rocas, que superaba la altura de dos hombres y la anchura de dos varas y media. Dentro, reconoció al pueblo vislumbrado en los vapores del recuerdo: los bravos guerreros, las mujeres trabajando las pieles y los chiquillos correteando como fieras. Todos parecían saber quién era; miraban y sonreían al Hombre Quemado que estuvo entre ellos para regresar de la muerte. Uno de los pequeños se acercó curioso y toco las pocas señales que el sol dejó en su rostro. El más bajo de los guerreros, lo apartó con un gruñido, con lo que el chiquillo salió corriendo entre risas, esgrimiendo un palo y gritando, hacia sus compañeros de juego.

Lo acompañaron hasta la tienda central, apartaron la gruesa piel de la entrada y le invitaron a pasar.

En el interior, un pequeño fuego permanecía encendido; la llamas lamían con delicadeza los manojos de plantas situados estratégicamente, generando una fina y continua columna de humo denso, dulzón, levemente picante y tranquilizador. Tras ella, se mostraba entre ondas el semblante grave y arrugado del jefe de la tribu, el noble Perro Amarillo.

-Saludos, Hombre Quemado. Los vientos anunciaban tu llegada.

-Hola, Perro Amarillo, estoy feliz de volver a verte. Hasta hace pocos días pensaba que solo había estado aquí en sueños.

-Nunca estuviste aquí, al menos al completo. Tu cuerpo estaba seco, solo tu espíritu fue consciente en este lugar. Tampoco era algo que necesitaras, tu senda era otra. Ahora, vuelves porque nuestros caminos van a cruzarse; me temo que por motivos contrarios.

-Es cierto. Vengo aquí por el ataque a la diligencia. Las armas utilizadas y el tipo de ataque... todo parece indicar que fue tu pueblo.

-Muchas veces vimos pasar al hombre del carro, siempre por el mismo camino, la misma fina senda que describe la hormiga a lo largo del día. Nada hicimos para perturbar su trabajo.

-Pero entonces, ¿por qué esta vez sí?

-Esta vez la hormiga llevaba a otros consigo. Un hombre blanco hace su camino y lo sigue hasta que no encuentra nada en él para sacarle provecho; pero muchos hombres blancos se extienden hasta cubrirlo todo, arrancando de raíz cuanto tienen al alcance, hasta que nada queda. Solo escuchan el cuánto; ni el quién, ni las consecuencias.

-Esa gente solo se dirige a nuestro pueblo, de allí a la siguiente ciudad y viceversa. No les interesa nada más.

-El hambre les detendrá. Interrumpirán su camino y se preguntarán que hay más allá. Buscarán nuevos territorios para su caza, hasta que encuentren la que les lleve aquí y vean que también nosotros podemos calmar la sed. Entonces asegurarán que, por acuerdos creados por ellos mismos, todo cuanto acaban de descubrir les pertenecía ya de antes. Y nuevamente deberemos marchar si queremos vivir como consideramos que debe hacerse... pero ya no hay sitios para ello.

-Podemos convivir.

-Con alguno sí, con todos no. El hombre blanco no viaja consigo y con los suyos, sino que arrastra una forma de vida tan compleja y pesada que arrolla todo cuanto encuentra a su paso. Hace tiempo, cuando vivíamos en las ciudades, cuando llevábamos vuestros nombres y pensé en venir aquí, alguien me dijo que era un iluso, que vivía en un sueño. Y a día de hoy aquí tienes el sueño, un sueño que somos capaces de construir y mantener; un sueño gracias al cual tú sigues con vida. ¿Sabes lo que sí fue una ilusión? El tiempo en que creímos posible construir una de vuestras ciudades, cuando creamos nuestra propia escritura e incluso intentamos formar nuestro propio estado. Pregúntales sobre ello a los Cherokee; te dirán lo que consiguieron y cómo acabó todo.

-Tiene que haber algún modo de poder solucionar esto. Deja que lo hable con los del pueblo, pero por favor, deben cesar los ataques.

-No enterraremos el hacha. Los ancestros avisan: el primer estrechar de manos fija la telaraña. La realidad es que no necesitamos nada y nada queremos, no queremos que nos enseñéis las cosas que nos harán falta, ni depender de vuestros suministros de carne y alcohol. Hubo un tiempo en que creímos posible aceptar las normas del gran presidente y continuar viviendo como siempre. Hoy por hoy, parece que no es posible; pues bien, si ha de ser así, caeremos de acuerdo a nuestra naturaleza. Seremos honestos en la muerte, como lo fuimos al llegar a la vida.

-Solo te pido un poco más de tiempo. El suficiente para que pueda hablar con los del pueblo. Vosotros queréis seguir viviendo así y nosotros no podemos permitirnos más ataques ni la creación de otro pueblo cercano. Seguimos la misma senda, al menos en parte. No queremos que vuestra agua salga a la vista. Una vez me ayudasteis; dame tiempo, Perro Amarillo, el suficiente para poder hablar y volver aquí.

-Hombre Quemado, regresaste a la vida entre estas piedras, tienes un vínculo con este lugar y con mi pueblo. Tres lunas te doy, las mismas que permaneciste aquí. Pasado ese tiempo, solo tus noticias evitarán la sangre.

Su voz sonó decidida, con un eco esperanzado y un brillo melancólico. Allá en el fondo de sus ojos, podía adivinarse la incertidumbre, el deseo de que todo pudiera arreglarse y la fatídica certeza de que había llegado el fin.

Edgar salió de la tienda algo mareado. Notó el golpe del sol, viejo enemigo que le castigaba vengativo por su hazaña. Se acercó hasta el pequeño manantial, al abrigo de la piedra, lavó su cara y remojó la garganta algo reseca por el humo. Observó el pueblo y no pudo verlo tan distinto de su Canatia; a fin de cuentas, un lugar apartado, un inicio de cero y pensó por el momento en el vértigo, el dolor que podría suponer su desaparición.

Dejó atrás la gran entrada de aquel pueblo, incómodo y agreste, pero libre y puro y comenzó el viaje de regreso buscando las palabras adecuadas para los suyos.

lunes, 21 de abril de 2014

Un par de veces

El sol se despide, cabizbajo, envuelto entre nubes naranjas. Abajo en la tierra, las líneas de los tablones y los tejados comienzan a desdibujarse, los rostros lejanos pierden su identidad y el mar de plantas se unifica. Una instantánea ya conocida en la que solo destaca un grupo de personas, reunidas frente a un individuo, con un montículo de tierra entre ambos.

-...generoso, sencillo y humilde. Sin duda alguien valiente que demostró en su forma de despedirse que todavía existe quien no necesita afirmación para demostrar su valía.

DeLoyd hablaba, grave, respetuoso, solemne; con la dedicación expresa de quien aun es capaz de liberar el halo oculto de una verdadera ceremonia. Mantenía la atención del respetable, haciéndoles partícipes de cuanto estaba diciendo, consiguiendo la difícil tarea de colocar un poco de su estado anímico en cada uno de ellos.

Frente a él, los oyentes permanecían en silencio, con la mirada fija en la cruz de madera, clavada en el montículo de tierra recién removida. Rostros tristes por las palabras que llegaban a sus oídos,  algo desconcertados ante lo que estaban presenciando.

-Amigo, toma esta vez las riendas, con el mismo valor y determinación con que lo hicieras en vida y dirige tu voluntad al lugar que consideres oportuno. Así como ni las flechas ni el filo de las hachas de guerra consiguieron evitar que llegaras a tu destino; nada habrá de frenarte a partir de ahora. Ve pues, libre; nosotros velaremos tus restos.

Poco a poco, los participantes fueron abandonando el lugar, solo dos figuras permanecieron hasta que los últimos rayos de sol hubieron desaparecido. DeLoyd se sentó en una de las rocas y cargó su vieja pipa de maíz mientras observaba a la otra figura, cabizbaja, con el sombrero en la mano y el rostro lleno de preguntas.

-Sé que era importante para ti, pero deberías dejarlo ya. Los muertos tienen su lugar porque ya no hay sitio para ellos entre nosotros.

-¿Sabes?, aun me parece tenerlo aquí conmigo. Noto su presencia con la misma claridad con la que siento este maldito vacío.

DeLoyd raspó una cerilla contra la roca, acercó la llama a la pipa y aspiró hasta escuchar el crepitar rojizo del tabaco. Paladeó con calma el aroma antes de expulsar la bruma hilada y blanquecina.

-He escuchado antes historias así. Hasta años después se sigue teniendo la sensación de seguir teniendo aquello perdido. Pero no son más que ecos de ausencia, como el dolor pulsado de una herida; tal y como vienen, se marchan.

Ángel oía pasar las palabras, ligeras, carentes de sentido. Seguía hipnotizado con la mirada clavada ante el montículo.

-Podría obligarle a moverse... ordenarle abrir y cerrar sus dedos, hacerle escarbar la tierra húmeda y llegar hasta la superficie.

-Sientes que puedes, pero la realidad es que tú estás aquí vivo, sobre la tierra, y allá abajo descansa tu brazo, inerte, esperando a que un día le lleves el resto de las piezas.

-Tienes razón, es una sensación extraña. Pero, bueno, tampoco es algo muy común en la vida.

-No, he oído que solo puede pasar un par veces.

-¿Sabes lo que de verdad me preocupa ahora?

-¿No poder coger las riendas?

-¡Qué va! Eso lo llevo en la sangre, manco o no. Lo que de verdad me preocupa es no poder despistar dos botellas a la vez del saloon.

-Como te oiga Kornelius se arregla el piano con tus tendones...

lunes, 14 de abril de 2014

Primeros visitantes

Pisadas rápidas abandonan la diligencia y recorren la calle central, seguidas por surcos continuos de talones arrastrados junto al goteo insistente de sangre derramada. La ausencia de palabras contrasta con el ritmo frenético, entre quejidos y sollozos, moviendo a unos, calmando a otros y poniendo toda la atención en aquel que consiguió sacarles con vida del mismísimo infierno.

-Jonowl, ¿cómo va esa parihuela?

-Dos minutos más; en cuanto la tenga recojo a Ángel. ¿Cómo está?

-Le hemos puesto la tela bien apretada y la tira de cuero, pero eso se dobla como si no hubiera hueso dentro...

DeLoyd observó la calle engalanada, bajo el festivo sol del mediodía, cubierta por cuerdas que zigzagueaban de uno a otro lado, repletas de pequeñas tiras de papel, postes de vivos colores a ambos lados de la entrada y la gigantesca pancarta celebrando la llegada de los primeros visitantes. En medio de aquel alegre pasaje, Edgar y Charles llevaban a un hombre que, con los ojos ausentes, apretaba con todas sus fuerzas un pañuelo ensangrentado contra el rostro. DeLoyd dejó a un lado aquel espectáculo y entró en el saloon.

Habían hecho un buen trabajo, todo bien dispuesto, con los adornos justos para sorprender, sin el exceso de lo recargado. Junto a las bebidas, el espejo nuevo rivalizaba con los cuadros estratégicamente situados y aquella barra de talla noble pero sencilla, pulida con cera oscura, que invitaba a remojar la garganta. Vera y Kornelius entraban de nuevo, tras llevar tiras de tela, sacadas de sábanas y cortinas. DeLoyd puso tres copas y con un gesto les invitó a sentarse.

-Bien, parece que vamos controlando la situación.

-¿Pero qué demonios ha ocurrido? Uno de ellos tiene tal corte en la mejilla que puedo ver la mandíbula entre rosetones de carne.

-Nadie esperaba lo que ha pasado, pero tampoco es tiempo para preguntas; ahora solo nos queda solucionarlo. Recuerdo cierta táctica, usada por algunos ahijados de la política para forjar fieles seguidores. Se basaba en generar un gran daño durante un breve espacio de tiempo, seguido por la amenaza etérea de algo peor; cuando todos los esfuerzos se concentraban en resistir y temer, entonces llegaba la solución de manos del mismo que creó el daño, acompañada de una golosina seca e insípida que, en contraste, nada supo tan dulce. Pues bien, el daño ha llegado y no ha sido cosa nuestra, pero podemos solucionarlo y suministrar el dulce a esta gente.

-Ya veo por donde va. Algo diferente, para que estén cómodos; que recuerden este como un lugar de descanso y no como parte de lo que sufrieron.

-Veo que lo ha comprendido a la perfección, señorita O'hara. Ahora mismo se encuentran en casa de Tabitha, recibiendo atención médica, hasta que puedan ser trasladados aquí. Así que disponen de tiempo para prepararlo todo; dejemos las golosinas insípidas para los politicastros, gasten todo el azúcar que sea necesario, el espectáculo es su medio, sé que sabrán qué hacer. Muchas gracias.

Salió a la calle, ahora tranquila, con algunas cuerdas rotas, tiras de tela rozando el suelo y la pancarta, pesada y alicaída. Se acerco a la improvisada enfermería, asomándose antes de entrar. Sobre la mesa se encontraba el conductor de la diligencia, con su rostro redondo y bonachón, de tez tostada por el sol, mirando hacia el techo, con una tira de cuero colocada en la boca, los ojos vidriosos y lejanos por el efecto del láudano y las piernas y brazos atados. Jonowl sujetaba con fuerza su cuerpo, mientras una Tabitha distinta observaba el antebrazo, completamente quebrado, relleno de astillas de hueso.

DeLoyd pensó en llamar y entrar, pero antes de que pudiera alzar la mano, el rostro de Tabitha se levantó, frío y distante, mirando hacia él con la misma indiferencia que si no encontrara más que aire; así que bajó la mano y se quedó expectante. Ella se limitó a hacer un gesto y Jonowl presionó aun con más fuerza el cuerpo. La lanceta emitió un brillo tenue antes de hendir la carne, rápida y certeramente; apenas un quejido apagado y un par de convulsiones respondieron al acto. Jonowl se tumbó bajo la mesa y pasó ambos brazos por los hombros de Ángel, eliminando cualquier posibilidad de movimiento. Los ojos del espectador se abrieron como platos al ver a Tabitha tomar la sierra con decisión y tuvo que luchar contra su propio estómago para soportar la visión del chirrido de dientes sobre hueso. La presión se relajó cuando mano y antebrazo fueron apartados y comenzaron los puntos de sutura. Cuando hubo acabado, Tabitha miró hacia afuera, dando esta vez con DeLoyd e invitándole a pasar.

-No había otra opción -dijo, mientras limpiaba sus manos-. Ahora solo queda cuidarle y esperar que su cuerpo aguante.

-Es un hombre fuerte, estoy seguro de que saldrá de esta.

-Tardó mucho en llegar. En estos casos, prefiero no hacer apuestas...

En el saloon las mesas de juego habían sido apartadas y las camas colocadas formando un semicírculo, con unos calzos en las patas del cabecero de forma que quedaran inclinadas. Charles repartió el guiso que había pasado la madrugada y parte de la mañana cociendo, enterrado entre brasas; un caldo concentrado y compacto, acompañado de tiernos trozos de carne, legumbres y verduras suaves. Cuando hubieron acabado se apagaron todas las luces, excepto las de la lámpara del escenario que iluminaba un pequeño recinto junto al grueso telón granate.

De la oscuridad nacieron las primeras notas de Kornelius; claras en inicio, se alargaban hasta fundirse de nuevo con el silencio; un oleaje calmo y perseverante que continuó hasta arrastrar las toses y los quejidos. Entonces surgió, del telón, la señorita Vera, vestida de un tono apagado, similar al fondo, que aseguraba la inutilidad de forzar la vista; y cantó por primera vez desde que abandonara aquella maldita feria con Kornelius. Su voz brotaba con calma, jugueteando con la notas del piano, variando, serpenteando sedosamente, sin llegar a la ruptura de la sorpresa. Conforme avanzaba crecía a un ritmo tranquilo, llenando poco a poco la sala, asegurándose de llevar de la mano a todos cuantos allí permanecían. Alejó su atención del dolor y les devolvió el ánimo, para, una vez recompuestos, bajarlos de nuevo a la tierra, justo antes de cerrar los ojos y volver al silencio.

Aquella noche durmieron unas cuantas horas seguidas, como un parpadeo, ajenos a los gritos de guerra, las flechas, hachas afiladas hiriendo la carne y los golpes violentos contra un bravo conductor que se mantuvo firme en su puesto hasta llegar a su destino.

lunes, 7 de abril de 2014

Acechanza

Dos ojos, enormes, despiertos y distantes, sobrevuelan la ruta que ha de seguir su compañero a ras de suelo, entre árboles, ramas y hierbas marcadas por el tenue atardecer. Camina en silencio, amortiguando cada paso, atento a la senda y las señales llegadas del cielo. Tras él, pisa fuerte el cocinero, enarbolando, titánico, su garrote en la diestra; mientras, decidido, aparta la maleza a siniestra.

-¿Un arco? ¿Se puede saber para qué demonios traes un arco?

-Hace menos ruido, podremos abatirlo sin que el resto sospeche.

-Tú dirás lo que quieras, pero me sigue pareciendo más efectiva un arma de fuego. ¿Por qué no coges el rifle ese que guardas entre pieles?

-No es buena idea...

-¿Cómo que no es... -Charles bajó la voz al oír un repentino chasquido en la oscuridad- ¿Se puede saber por qué no es buena idea usar un rifle para disparar?

-Está maldito...

-¡Maldito! ¡Será posible! ¡Que está maldito dice!

-Shhh... baja la voz, estamos cerca. Esta tarde los vi pasar por esta zona.

-Perfecto, -susurró el cocinero- aquí estamos con un arco y un garrote, mientras tu rifle duerme calentito en casa entre pieles. Si lo llego a saber llamo al sheriff, no tendrá ni idea de andar con los pies mudos, pero al menos dispara algo decente.

-¡De acuerdo, Señor Bison, si tan mal le parece, ya puede usted empezar a dar media vuelta!

No llegaron a escuchar el ulular. El arbusto situado a dos palmos de sus caras crujió con fuerza y un rostro emergió entre la maleza, severo y solemne con dos ojos oscuros, algo cansados de la vida, que al verlos, comenzó aterrorizado su huída.

-¡Mierda, es él! ¡El viejo, el viejo!

La mano ejecutó un movimiento ya realizado hasta la saciedad. Tomó el extremo de la flecha y, como si de una extensión de sus dedos se tratara, notó la ranura afianzada; tiró con fuerza y comenzó a escuchar el tañido del cordel y el crujido de la madera al combarse.

-¡Dispara! ¡Dispara!

Se esfumó la concentración y liberó la flecha. Silbó enloquecida a través de la noche mordiendo hambrienta la dura corteza de un árbol.

-¡Maldita sea! ¡Quieres callarte!

Charles no esperó, levantó los brazos por encima de la cabeza, arqueó la espalda y restalló hacia adelante acompañando con ambas manos el garrote hasta que giró libre en el viento, describiendo una espiral de madera que golpeó al objetivo haciéndolo tambalearse un momento.

Jonowl ya tenía a punto el arco para la siguiente flecha, esta vez vio claro el rostro aterrado del blanco. Justo al soltar la tensión, con el silbido gélido de fondo, sintió una breve inquietud, un leve pesar que la necesidad se ocupó de disipar, antes de que cayera el cuerpo inerte.

Echaron la última pala, saludando a la madrugada. Se sentaron exhaustos alrededor del montículo y bebieron un buen trago para celebrar el éxito.

-Jamás hubiera imaginado que costara tanto.

-Si quieres aprovechar todo, sí. ¿Cuándo dijo DeLoyd que venían?

-Al mediodía.

-Perfecto, el tiempo necesario. Estará todo listo.

-¿Habrá bastante?

-Sí, seguramente sobre. Si no hubieras encontrado esos animales, habría sido bastante más complicado. Es la primera vez que viene gente al pueblo y había que hacer algo especial. Una sola cucharada de este guiso y ya no se van; te lo aseguro, ya lo he hecho en alguna otra ocasión.

-No es para menos, doce horas de cazuela enterrada entre brasas, cociendo con todas esas plantas, raíces y legumbres.

-Estará justo a tiempo, lo sacaremos cuando estén delante, eso llama la atención.

Ambos miraron el montículo, desfigurado por la bruma del calor, mientras saboreaban en garganta un poco más del bourbon especiado.

-Por cierto, ¿cómo que maldito?

-Bah, déjalo. No me negarás que el arco funciona y no hace apenas ruido.

-El arco no, pero nosotros...

Las risas pasaron sobre los troncos caídos del lugar donde comían cuando el saloon estaba siendo construido. Sobrevolaron la explanada hasta entrar, apagadas, en las calles de un pueblo que, entre sueños, esperaba la llegada de sus primeros visitantes.