El sol se despide, cabizbajo, envuelto entre nubes naranjas.
Abajo en la tierra, las líneas de los tablones y los tejados comienzan a desdibujarse, los
rostros lejanos pierden su identidad y el mar de plantas se unifica. Una
instantánea ya conocida en la que solo destaca un grupo de personas, reunidas
frente a un individuo, con un montículo de tierra entre ambos.
-...generoso,
sencillo y humilde. Sin duda alguien valiente que demostró en su forma de
despedirse que todavía existe quien no necesita afirmación para demostrar su valía.
DeLoyd hablaba, grave, respetuoso, solemne; con la
dedicación expresa de quien aun es capaz de liberar el halo oculto de una
verdadera ceremonia. Mantenía la atención del respetable, haciéndoles
partícipes de cuanto estaba diciendo, consiguiendo la difícil tarea de colocar
un poco de su estado anímico en cada uno de ellos.
Frente a él, los oyentes permanecían en silencio, con la
mirada fija en la cruz de madera, clavada en el montículo de tierra
recién removida. Rostros tristes por las palabras que llegaban a sus
oídos, algo desconcertados ante lo que
estaban presenciando.
-Amigo, toma esta vez las riendas, con el mismo valor y
determinación con que lo hicieras en vida y dirige tu voluntad al lugar que
consideres oportuno. Así como ni las flechas ni el filo de las hachas de guerra
consiguieron evitar que llegaras a tu destino; nada habrá de frenarte a partir
de ahora. Ve pues, libre; nosotros velaremos tus restos.
Poco a poco, los participantes fueron abandonando el lugar,
solo dos figuras permanecieron hasta que los últimos rayos de sol hubieron
desaparecido. DeLoyd se sentó en una de las rocas y cargó su vieja pipa de maíz
mientras observaba a la otra figura, cabizbaja, con el sombrero en la mano y el
rostro lleno de preguntas.
-Sé que era importante para ti, pero deberías dejarlo ya.
Los muertos tienen su lugar porque ya no hay sitio para ellos entre nosotros.
-¿Sabes?, aun me parece tenerlo aquí conmigo. Noto su
presencia con la misma claridad con la que siento este maldito vacío.
DeLoyd raspó una cerilla contra la roca, acercó la llama a
la pipa y aspiró hasta escuchar el crepitar rojizo del tabaco. Paladeó con calma
el aroma antes de expulsar la bruma hilada y blanquecina.
-He escuchado antes historias así. Hasta años después se
sigue teniendo la sensación de seguir teniendo aquello perdido. Pero no son más
que ecos de ausencia, como el dolor pulsado de una herida; tal y como vienen, se
marchan.
Ángel oía pasar las palabras, ligeras, carentes de sentido.
Seguía hipnotizado con la mirada clavada ante el montículo.
-Podría obligarle a moverse... ordenarle abrir y cerrar sus
dedos, hacerle escarbar la tierra húmeda y llegar hasta la superficie.
-Sientes que puedes, pero la realidad es que tú estás aquí
vivo, sobre la tierra, y allá abajo descansa tu brazo, inerte, esperando a que
un día le lleves el resto de las piezas.
-Tienes razón, es una sensación extraña. Pero, bueno,
tampoco es algo muy común en la vida.
-No, he oído que solo puede pasar un par veces.
-¿Sabes lo que de verdad me preocupa ahora?
-¿No poder coger las riendas?
-¡Qué va! Eso lo llevo en la sangre, manco o no. Lo que de
verdad me preocupa es no poder despistar dos botellas a la vez del saloon.
-Como te oiga Kornelius se arregla el piano con tus
tendones...
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