El sol quedaba anclado en lo alto, calentando el pueblo de un modo que el invierno había hecho olvidar. Los postes del porche trasero del saloon crujían ante el calor y extendían su sombra hacia la calle, donde un joven Bill esperaba, pacientemente, sobre su carro para realizar la entrega.
La puerta se abrió y el rostro embigotado de Abe asomó tras ella.
—Hola Bill, perdona que te haya hecho esperar, pero tengo una buena liada dentro.
—Hola señor Abe, ¿mucho trabajo?
—No exactamente...
Abe bajó del porche dispuesto a ayudar al joven Bill a desatar las cuerdas.
—Verás, desde que Tom y Owen nos dejaron, las cosas han andado un poco revueltas; pero ahora, con lo de Jack, la gente que viene al saloon acude con una sombra en el rostro. Las desgracias son malas compañeras para el negocio, tuercen las risas en charlas tristes y elucubraciones, alargan los tiempos entre tragos y ahuyentan al resto de clientela. A poco que te fijes, verás que son menos los que acuden al hotel.
Bill dejó una de las cajas en el porche y el tintineo evidenció la carga.
—Pero, ¿qué es lo que ha pasado con Jack?
Un quiebro repentino, respondió en la cara de Abe.
—¿No te has enterado? Él fue quién acabó con Owen y el herrero; ese maldito bravucón y sus sanguijuelas. En estos temas no hay nada completamente claro, pero se cuenta que Thorn no tuvo más remedio que acabar con él. Al parecer intentaba algo; no sé decirte bien el qué, pero todo apunta a que pretendía hacerse con el hotel. Se rumorea que la desaparición de Bowler tiene que ver con todo esto.
Bill se quedó quieto, recordando la figura y los gestos del grandullón de Jack, e imaginó aquel rostro iracundo despachando a sangre fría al conductor de la diligencia y al herrero. Pensó en el momento de apretar el gatillo, justo antes de que el plomo rompiera huesos y desgarrara carne, anulando la existencia de alguien a quien conocía de tanto tiempo, y un frío primigenio le hizo estremecerse.
—¿Estás bien, chico?
Bill se repuso, pestañeó, tragó saliva un par de veces y se dirigió hacia el carro para continuar con su trabajo.
—Sí, es solo este maldito calor. Hace nada que dejó de nevar y ya siento como si me hirviera la sangre.
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lunes, 4 de julio de 2016
lunes, 1 de febrero de 2016
Sacudidas
Ilustración de Cortés-Benlloch
Abe dejó el cargamento en la trastienda y avisó
a uno de sus ayudantes para que se hiciera cargo; mas el rostro de
este lo alertó. Ni siquiera esperó a escuchar nada, pues hay gestos
que indican urgencia con mayor claridad que cualquier ristra de
palabras.
Cruzó el pequeño portal que daba a la barra y
echó un vistazo a todo el saloon. Los primeros visitantes, tras
dejar sus cosas en el hotel, hacían acto de presencia para calentar
el cuerpo y entonar el alma. Gente trajeada con portes rimbombantes y
miradas olímpicas. Algunos reclamaban la suerte con los dados, otros
acababan de discutir asuntos imposibles de tratar en su lugar de
origen y había quienes esperaban solos, impacientes, con brillo en
los ojos, por lo que había de venir; todos y cada uno de ellos
sostenían en su mano el pequeño recipiente de cristal lleno hasta
los topes de dulce licor dorado. Solo un hombre llamaba la atención
en medio de aquel paisaje, un tipo pequeño y enjuto de cara afilada
que, sentado como un ser vencido, se aferraba a su mesa donde varios
cercos indicaban la intensidad con que había comenzado su negocio.
Abe tuvo que fijarse bien para creer lo que estaba
viendo. Se acercó a aquel hombre con cuidado, saludando y sonriendo
a todo aquel con el que se cruzaba, hasta que estuvo a su lado y pudo
hablarle en voz baja.
–Bowler, ¿se puede saber que haces aquí?
–Obedecer, Abe, obedecer.
–Pues obedece en otro sitio.
–A las 12 tengo que ver a nuestro buen señor
Thorn. Solo estoy haciendo tiempo.
–Sabes perfectamente que nadie puede estar a
estas horas por aquí.
El hombre se incorporó un poco, hasta alojar su
espalda en el respaldo, miró fijamente a Abe, intentando mantener el
equilibrio, y le contestó con tono alto y quebrado.
–Pues muy bien, señor Abe Edwards; si es lo que
quiere, echaré un último trago y me largaré de aquí.
–Creo que no necesitas otro trago...
–¡Y qué sabrás tú! Sé cómo me miráis y lo
que pensáis de mí, pero todos los de este maldito pueblo coméis
del hotel. Y ¿sabes una cosa?
–Vamos Bowler, ahora no es el momento.
Acompáñame, luego lo verás todo más claro.
Abe acercó sus manos para ayudarle a levantarse,
pero Bowler rehusó con violencia y continuó hablando, aun con más
fuerza.
–¡Ya lo veo claro ahora! ¿Sabes quien soy yo?
El puto salvador de esta mierda de sitio. ¡Sin mí no habría nada!
Yo soy el que carga con el peso. Soy el que hace lo que hay que
hacer. ¿Sabes?, es por mí que todo es...
Abe lo miraba incrédulo, mientras mantenía sus
sentidos anclados al resto de parroquianos y notaba el inicio de la
bruma previa a la pérdida de control. Mantuvo la calma e intentó
hacer razonar a aquel individuo de nuevo, mas Bowler parecía estar a
días de distancia, inmune a cualquier argumento.
–Yo hice todo lo que hacía falta para mantener
esto en pie. Estuve a su lado en todo momento, siempre dispuesto.
Hice lo necesario sin importar el precio; ensucié mis manos porque
él no podía hacerlo, y ¿cómo me lo paga? Al primer contratiempo
me desecha. ¿Crees que no sé lo que significa esa visita? A las 12
Bowler y trae todo el dinero... Sé que ya nada quiere de mí. No me
necesita; hasta aquí ha llegado señor Bowler, gracias por su
esfuerzo. ¡Maldita sea!, le di todo, ¿sabes, Abe? Todo, con la
creencia de que obtendría su apoyo cuando fuera necesario. Y ¿qué
va a ser ahora de mí?
–Entiendo lo que dices. Pero no es momento ni
lugar, ahora no estás en disposición de valorar nada...
Bowler se levantó lanzando la silla hacia atrás.
Iracundo bramaba con el rostro enrojecido, señalando hiriente a Abe.
–¡Tú no entiendes una mierda! ¡Todo el día
tras tu barra, sirviendo tragos, embolsándote el dinero de esta
caterva de cuervos gordos!
Uno de los prohombres se levantó y lanzó una
queja desde sus alturas. Bowler se giró como una serpiente, con una
mano en la empuñadura de su revólver y contestó con rabia
enrojecida, escupiendo saliva con cada sílaba.
–¿Qué vas a decir, ricachón! ¡Aquí no
tienes voz! ¡Tú y todos los tuyos no sois más que una sarta de
hipócritas! ¿Sabéis a por qué venís?
La pregunta quedó en el aire. Sus ojos apuñalaban
el rostro asombrado del prohombre que apenas acertaba a armar una
ridícula mueca de falsa serenidad.
Abe intentó recuperar el control de la situación,
pero su boca permanecía encajada, su garganta se había cerrado por
completo y no llegaba palabra alguna a su mente. Solo sus ojos y
oídos seguían activos, recibiendo una información que ni siquiera
él podía haber imaginado.
–Cada vez que os acercáis a una de esas
inocentes jovencitas, tan delicadas y experimentadas, cada vez que
acariciáis su carne y jodéis su alma, estáis jodiendo a vuestras
propias hijas. No las vuestras, por supuesto, si no las de otros como
vosotros, de otras ciudades y pueblos. Todo comenzó con hijas de
gente adinerada, de piel cuidada y espíritu cultivado; pero poco a
poco fueron arrebatándose flores de más altos jardines, y el calor
que notáis entre sus piernas, no es otro que el que acunáis entre
las sábanas de vuestro propio hogar. ¿Que cómo lo sé? Bien
sencillo, ¡yo os las robé! Yo las saqué de vuestros hogares y las
traje aquí, para que pudierais saborearlas.
Bowler se dio la vuelta y, andando hacia atrás,
se dirigió a la puerta de salida mientras seguía escupiendo sus
palabras.
–Pero lo peor de todo no es eso. Lo peor es que
cuando yo me marche, solo os hará falta otro trago para olvidarlo
todo. Alguno puede que sienta algo en las entrañas, pero la mayoría
gozará, con mayor placer si cabe, al saber la verdadera naturaleza
de lo que espera en el hotel del señor Thorn.
Bowler dejó atrás el eco de sus palabras entre
batir de puertas. Observó a uno de los ayudantes de Abe dirigiéndose
a toda prisa hacia el hotel y le siguió, decidido a aclarar las
cosas fuera o no la hora indicada.
Dentro del saloon, el silencio dio paso al
revuelo, la indignación y la vergüenza de los pocos que decidieron
partir. El resto acogieron las copas que un aturdido Abe repartió
más por instinto que por acción calculada y dejaron que los nervios
se posaran y la bendita embriaguez los acunara de nuevo.
lunes, 18 de enero de 2016
Puntales
Ilustración de Cortés-Benlloch
Pese a las bocanadas de vapor, notaba el calor latente emanando de su cuerpo. Flama vital que entonaba sus músculos y fundía el frío matinal.
Bill comenzó a colocar la carga en el porche trasero del saloon, junto a una vieja silla raída que su dueño se negaba a desechar.
La pequeña puerta de servicio se abrió y un rostro sonriente, de saltones ojos redondos y finos bigotes, saludó.
-¿Qué hay Bill?
-Ah, hola Señor Edwards; aquí le traigo lo que pidió. Peter no ha podido venir, traerá el resto esta la tarde.
-Abe, llámame Abe, Bill.
-Como quiera, señor Abe.
Abe sonrió socarronamente, se atusó el bigote y echó un vistazo a la mercancía.
-Cuando vuelvas, dile al viejo Cook que si continúa sirviéndome este whisky no quedarán clientes a los que abastecer.
-Dijo que vendría él a cobrar y de paso hablaría con usted.
-Perfecto.
Bill se dispuso a coger los bultos del porche para meterlos dentro, pero Abe lo detuvo con un ademán.
-Deja, ya lo entro yo, tú sigue descargando. ¿Qué tal va todo?
-Pues como siempre, sin novedad, salvo por lo del hotel...
-¿Lo del hotel?
-Pensaba que lo sabría.
Abe dejó un momento la caja y observó intrigado al joven.
-Primera noticia.
-Pues parece ser que ha llegado una chica nueva al hotel.
-Bien, eso es bueno. Si no se renueva la oferta la gente se cansa.
-Ya, pero dice Peter que es demasiado joven y no parece acostumbrada al negocio.
-Y ¿de dónde ha sacado Peter esa idea?
-Su mujer la vio entrar en el hotel...
-Apreciaciones, eso es lo que son. La señora Hill es un poco aprensiva con ciertos temas. Seguramente se dejó llevar por la edad de la joven, junto a sus propios miedos, y obtuvo conclusiones demasiado rápido. El negocio del hotel puede parecer poco ortodoxo, el párroco lo condenaría de no ser porque él mismo encuentra la paz en sus muros; pero es lo que nos mantiene vivos. Atrae mucha gente.
Bill dejó una de las cajas de whisky sobre uno de los barriles y escuchó con atención a Abe.
-Tú no estabas cuando plantaron las vías lejos de aquí. Muchos preguntaron qué hacer, se escucharon soluciones y quienes tenían medios para llevarlas a cabo fueron los primeros en abandonar el barco. Solo Luke Thorn se negó a marchar y apostó lo poco que tenía en seguir adelante con este pueblo. Lo cierto es que el hotel funciona bien, ofrece un servicio absolutamente renovable, y el ostracismo que pareció condenarnos acabó siendo nuestra mejor baza; algunos de los que verás aquí jamás aceptarían haber traspasado sus puertas. Son gente que asegura su anonimato a golpe de dólar y nadie escatima cuando se trata de su tranquilidad.
-Sabía que manejaban dinero, pero no tenía ni idea de que fuera gente tan importante.
-La primera regla es que no hay nombres, Bill. Solo el señor Tal, messié Cual e incluso alguna respetuosa dama acuden al hotel del señor Thorn. Esa nadería para ti, el simple hecho de obviar identidades, es vital para ellos y, lo que es más importante, un motivo para tenernos contentos y bien pagados. Muchos deben ser gloriosos hitos de dignidad y honradez, pasan su vida mostrando al resto cómo deben comportarse; este es el único reducto donde pueden reencontrarse con sus debilidades humanas.
Bill se quedó en pie, callado, masticando la información, intentando sacar la mayor cantidad de jugo posible.
-Pero eso son cuestiones que solo ellos pueden comprender en toda su magnitud. A ti y a mí, nos quedan felizmente lejos. Nosotros podemos caminar por donde queramos y ser fieles a nuestros impulsos. Nadie espera otra cosa, salvo lo que somos. Y si así lo hicieran, no harían nada más que chocar contra la fatídica barrera existencial. Hay algo que no debes olvidar nunca, Bill, si tú decides dejar estas cajas y partir, nada en el mundo se romperá; así pues, eres libre.
El joven enarcó las cejas, tragó un par de veces las palabras creadas por instinto y tomó unos segundos antes de hablar.
-Pero, ¿y si lo de la joven es cierto?, ¿y si no es de esas? ¿No supondría el paso que está a punto de dar, la entrada a una vida de la que no podrá salir jamás?
-Estoy seguro de que el señor Thorn solo trabaja con chicas del negocio. Pero aun siendo así, suponiendo que la muchacha haya optado por este trabajo, ¿podría alguien así haber acabado en un lugar mejor? Thorn trata bien a las chicas, muchas han encontrado un final feliz entre la misma gente de este pueblo: ¿qué me dices de la señora Hill?, ¿y la esposa de Tom?, por no hablar de la viuda del viejo Tad.
-No sé, es posible que viéndolo así...
-Claro que sí Bill. Anda, déjame que te ayude, se hace tarde y el viejo Cook te acabará diciendo cuatro cosas.
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