Un sol naciente y claro se hace cargo del cielo; dos ojos quedan cerrados en el hueco de un árbol, mientras otro par toma el relevo. El hombre baja por el camino de la ladera, con su atuendo de pieles y un pequeño objeto en las manos. Al fondo del camino, se alza el relieve aristado de los tejados, coronado por el imponente saloon, con el hombre de traje blanco esperando frente a sus puertas.
-Buenos días, DeLoyd. Tan pronto y aquí plantado... ¿ocurre algo?
-Buenos días Jonowl. Oh, no es nada. El señor Curteys ha decidido hacer algunas fotografías. Al parecer es cuestión inexcusable; hoy el cielo está azul como el mar y Helios nos ofrece una de sus mejores caras. Ha llegado el tiempo del artista.
-Bien está. El caso es que esa cámara cochambrosa que le trajisteis de la ciudad tarda como ninguna otra, pero afila sus cualidades. Con tal de no perder el tiempo de exposición, se pasa un buen rato tramando el lugar perfecto, las luces y las sombras. El otro día discutía consigo mismo acerca de la conveniencia de uno u otro sitio.
-En verdad es un artefacto antiguo, y adolece de cierta lentitud de ejecución; pero no se trata de cualquier antigualla. Una de esas es la que cargaba el mismísimo Tim O'Sullivan a lomos de su montura, cuando, como un Perseo, ofreció al resto del mundo los secretos más inaccesibles de estas tierras. No es objeto para cualquiera, solo los mejores pueden empuñar ese espejo y dejar al mundo de piedra.
-Siempre con los tuyos, DeLoyd. Puede que los planes se fueran a pique, que cayéramos hasta lo más profundo, pero la base es sólida. Me alegro de haber llegado aquí; creo que todos lo hacemos.
-Hondas palabras. Sin duda, algo hemos cambiado si hemos descubierto que la carencia puede llegar a convertirse en fuente. La línea azul está bien presa en el lienzo; ahora es cuando hay que seguir adelante.
-Eso bien merece una taza de café. Por cierto, ¿dónde está Charles? Venía a traerle el cuchillo ya con el mango acabado.
-Un trabajo magnífico -dijo DeLoyd mientras acariciaba el suave veteado de la madera-. Ha conseguido encontrar el asidero idóneo a tan buen metal. Seguro que el señor Bison sabrá darle uso; se encuentra cerca de la entrada, junto al resto, preparando el desayuno.
El cocinero soplaba con fuerza entre las piedras y las llamas respondían al empuje, lamiendo las bases de hojalata. El olor a café subía sinuoso entrelazándose con el chisporroteo juguetón de la comida. La gente permanecía sentada alrededor, esgrimiendo platos y tazas a la espera de saciar el hambre matutina.
-¿Charles, no vas a colarlo?
-¿Colarlo? -tronó entre carcajadas-. Se trata de dejarlo reposar, hasta que el café quede abajo y echarlo con cuidado de no removerlo. ¡Colarlo, dice! Así es como se hace el café en el camino. Durante años estuve haciendo café para vaqueros y a ninguno se le ocurrió jamás pedir que lo colara. Mucha señorita veo yo aquí.
Calló un segundo y se giró hacia Vera y Tabitha. Con un ademán ofreció sus respetos y les acercó un par de tazas cuidadosamente vertidas.
-Si tanta señorita hay aquí, querido Charly, debería ofrecernos también al resto una taza de café.
-Menos risas, Kornelius. Si bien tus manos son más finas que las de muchas señoritas de ciudad, no dejas de tener bastante más pelos que ellas. Los suficientes para soportar el beso de una sartén al rojo vivo.
-Kornelius... Charles... tengamos la fiesta en paz -increpó Vera-. Cuando acabe Edward, habría que ir pensando en los espectáculos y las comidas del saloon; haríais bien en ir dándole vueltas. Si sus fotografías funcionan, no tardará en venir gente.
Ambos callaron. Mientras uno guardaba la sorna para otro momento, el otro mantenía, prudente, la mano cerca del mango de la sartén. Mas hay almas que necesitan expresarse, aunque sea en tono más quedo.
-Y este, amigos, es el tipo de señorita tímida y delicada que necesita que le sirvan una taza de café.
-Kornelius... -recriminó Vera, filtrando una sonrisa-.
Un murmullo de aprobación acompañó el argumento del pianista. Guiños y miradas de complicidad cayeron alrededor del cocinero y la dueña del saloon. Solo Ángel permanecía ajeno a todo, concentrado en la masa oscura que descansaba en su plato, como una plasta, entre dos trozos de carne y una generosa rodaja de pan.
-Charles, ¿qué demonios es esto? Me recuerda al ganado.
-Es sangre.
-¿Sangre? ¿Cómo que sangre? ¿De quién?
Las pobladas patillas del cocinero se erizaron y el labio izquierdo quedó mordido para evitar contestar demasiado raudo.
-Sangre de uno de los bichejos que trae Jonowl. Sangre, harina y hierbas.
-Sabe raro, ¿no? No sé si raro de malo, o raro de extraño... es como si...
-Como si te fueras a quedar con hambre...
Las carcajadas llenaron el pequeño círculo, alegrando la mañana. El mismo cocinero sonreía, incapaz de mantener el rostro serio, y saludó animado a Jonowl al verle acercarse.
A unos cuantos pasos de allí, DeLoyd seguía erguido, enrojeciendo las brasas de su pipa, mientras observaba atentamente al fotógrafo en su ceremonial. Como si de un indio se tratara, caminaba varias veces por la misma zona, con movimientos rítmicos, marcando los pasos, describiendo círculos. Colocaba el artefacto una y otra vez, aquí y allá y miraba desde todos los ángulos posibles: de pie, sentado, tumbado y en cuclillas; hasta encontrar el ángulo adecuado, previendo la imagen perfecta. Entonces apartaba la oscuridad y dejaba que aquella maravilla absorbiera el mundo; la cantidad de tiempo dependía de él, del efecto que quisiera conseguir y el modo en que influiría posteriormente al resto. Podía ver la pasión de aquel hombre; cómo disfrutaba cada uno de los pasos. Lo sentía vivo, exultante; al igual que contemplaba la esencia del mundo estrechándose, arremolinándose y entrando en aquella maravillosa cámara oscura. Estaba seguro que solo algo bueno podría salir de allí. Orgulloso de su tripulación, feliz de que el idiota se la hubiera jugado; algo se accionó dentro él y tuvo la necesidad de ir a por sus pinturas.
-Buenos días, DeLoyd. Tan pronto y aquí plantado... ¿ocurre algo?
-Buenos días Jonowl. Oh, no es nada. El señor Curteys ha decidido hacer algunas fotografías. Al parecer es cuestión inexcusable; hoy el cielo está azul como el mar y Helios nos ofrece una de sus mejores caras. Ha llegado el tiempo del artista.
-Bien está. El caso es que esa cámara cochambrosa que le trajisteis de la ciudad tarda como ninguna otra, pero afila sus cualidades. Con tal de no perder el tiempo de exposición, se pasa un buen rato tramando el lugar perfecto, las luces y las sombras. El otro día discutía consigo mismo acerca de la conveniencia de uno u otro sitio.
-En verdad es un artefacto antiguo, y adolece de cierta lentitud de ejecución; pero no se trata de cualquier antigualla. Una de esas es la que cargaba el mismísimo Tim O'Sullivan a lomos de su montura, cuando, como un Perseo, ofreció al resto del mundo los secretos más inaccesibles de estas tierras. No es objeto para cualquiera, solo los mejores pueden empuñar ese espejo y dejar al mundo de piedra.
-Siempre con los tuyos, DeLoyd. Puede que los planes se fueran a pique, que cayéramos hasta lo más profundo, pero la base es sólida. Me alegro de haber llegado aquí; creo que todos lo hacemos.
-Hondas palabras. Sin duda, algo hemos cambiado si hemos descubierto que la carencia puede llegar a convertirse en fuente. La línea azul está bien presa en el lienzo; ahora es cuando hay que seguir adelante.
-Eso bien merece una taza de café. Por cierto, ¿dónde está Charles? Venía a traerle el cuchillo ya con el mango acabado.
-Un trabajo magnífico -dijo DeLoyd mientras acariciaba el suave veteado de la madera-. Ha conseguido encontrar el asidero idóneo a tan buen metal. Seguro que el señor Bison sabrá darle uso; se encuentra cerca de la entrada, junto al resto, preparando el desayuno.
El cocinero soplaba con fuerza entre las piedras y las llamas respondían al empuje, lamiendo las bases de hojalata. El olor a café subía sinuoso entrelazándose con el chisporroteo juguetón de la comida. La gente permanecía sentada alrededor, esgrimiendo platos y tazas a la espera de saciar el hambre matutina.
-¿Charles, no vas a colarlo?
-¿Colarlo? -tronó entre carcajadas-. Se trata de dejarlo reposar, hasta que el café quede abajo y echarlo con cuidado de no removerlo. ¡Colarlo, dice! Así es como se hace el café en el camino. Durante años estuve haciendo café para vaqueros y a ninguno se le ocurrió jamás pedir que lo colara. Mucha señorita veo yo aquí.
Calló un segundo y se giró hacia Vera y Tabitha. Con un ademán ofreció sus respetos y les acercó un par de tazas cuidadosamente vertidas.
-Si tanta señorita hay aquí, querido Charly, debería ofrecernos también al resto una taza de café.
-Menos risas, Kornelius. Si bien tus manos son más finas que las de muchas señoritas de ciudad, no dejas de tener bastante más pelos que ellas. Los suficientes para soportar el beso de una sartén al rojo vivo.
-Kornelius... Charles... tengamos la fiesta en paz -increpó Vera-. Cuando acabe Edward, habría que ir pensando en los espectáculos y las comidas del saloon; haríais bien en ir dándole vueltas. Si sus fotografías funcionan, no tardará en venir gente.
Ambos callaron. Mientras uno guardaba la sorna para otro momento, el otro mantenía, prudente, la mano cerca del mango de la sartén. Mas hay almas que necesitan expresarse, aunque sea en tono más quedo.
-Y este, amigos, es el tipo de señorita tímida y delicada que necesita que le sirvan una taza de café.
-Kornelius... -recriminó Vera, filtrando una sonrisa-.
Un murmullo de aprobación acompañó el argumento del pianista. Guiños y miradas de complicidad cayeron alrededor del cocinero y la dueña del saloon. Solo Ángel permanecía ajeno a todo, concentrado en la masa oscura que descansaba en su plato, como una plasta, entre dos trozos de carne y una generosa rodaja de pan.
-Charles, ¿qué demonios es esto? Me recuerda al ganado.
-Es sangre.
-¿Sangre? ¿Cómo que sangre? ¿De quién?
Las pobladas patillas del cocinero se erizaron y el labio izquierdo quedó mordido para evitar contestar demasiado raudo.
-Sangre de uno de los bichejos que trae Jonowl. Sangre, harina y hierbas.
-Sabe raro, ¿no? No sé si raro de malo, o raro de extraño... es como si...
-Como si te fueras a quedar con hambre...
Las carcajadas llenaron el pequeño círculo, alegrando la mañana. El mismo cocinero sonreía, incapaz de mantener el rostro serio, y saludó animado a Jonowl al verle acercarse.
A unos cuantos pasos de allí, DeLoyd seguía erguido, enrojeciendo las brasas de su pipa, mientras observaba atentamente al fotógrafo en su ceremonial. Como si de un indio se tratara, caminaba varias veces por la misma zona, con movimientos rítmicos, marcando los pasos, describiendo círculos. Colocaba el artefacto una y otra vez, aquí y allá y miraba desde todos los ángulos posibles: de pie, sentado, tumbado y en cuclillas; hasta encontrar el ángulo adecuado, previendo la imagen perfecta. Entonces apartaba la oscuridad y dejaba que aquella maravilla absorbiera el mundo; la cantidad de tiempo dependía de él, del efecto que quisiera conseguir y el modo en que influiría posteriormente al resto. Podía ver la pasión de aquel hombre; cómo disfrutaba cada uno de los pasos. Lo sentía vivo, exultante; al igual que contemplaba la esencia del mundo estrechándose, arremolinándose y entrando en aquella maravillosa cámara oscura. Estaba seguro que solo algo bueno podría salir de allí. Orgulloso de su tripulación, feliz de que el idiota se la hubiera jugado; algo se accionó dentro él y tuvo la necesidad de ir a por sus pinturas.
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