lunes, 1 de diciembre de 2014

Fulleros


Las casas atesoran el silencio en su interior, no hay puertas ni ventanas abiertas ni gente en la calle. El polvo reposa tranquilo; ni siquiera se escucha el golpeteo rítmico de la fragua. La entrada del saloon muestra las mesas vacías y la tabla de madera brillante sin nadie para reflejarse en el espejo flanqueado de botellas. Solo desde allí se escucha un murmullo de gentío que baja por las escaleras del piso de arriba.


Jonowl apartó las puertas y miró a ambos lados en busca de Kornelius o Vera. Tras un par de voces, se acercó a la barra y cogió uno de los vasos y una botella de bourbon. El ámbar líquido cayó arremolinándose contra el cristal y, sin tiempo para descansar, cayó de nuevo a través de la garganta seca; solo entonces escuchó el engrudo de susurros tensos y siseos pidiendo silencio. Tomó la botella, empuñó el cuchillo y subió por las escaleras.

Apartó con cuidado la cortina y observó, en medio de la sala, a todo el mundo arremolinado en torno a una de las mesas de juego. A la izquierda del umbral se encontraba el Sheriff Nake, sentado en una silla, escopeta en mano, vigilando a la muchedumbre.

-¡Pst! Sheriff...

-¡Dios Jonowl, guarda eso! Menudo susto.

-¿Se puede saber qué pasa?

-¿Ves esos tipos de ahí, los que están jugando con Kornelius?

-Sí.

-Pues llevan desde anoche, sin parar. Uno de ellos pidió crédito a Edgar y solo te diré que nuestro banquero casi vacía el tintero para rellenar el papelajo.

-¿Y qué pinta Kornelius ahí?

-Eso es más largo de explicar. Así que mejor ven y siéntate.

Enfundó el cuchillo y se dirigió a la silla que había junto al sheriff. DeLoyd estaba a un par de metros del gentío, en pie, con su traje blanco y su sombrero de paja, apenas le envió un leve saludo antes de girarse de nuevo hacia la mesa; permanecía apoyado en su bastón con la indiferencia de quien simplemente pasaba por ahí, pero sus ojos revelaban el ansia por el desenlace.

El sheriff sirvió dos tazas de café; frío, con el telo acumulado por las horas.

-He perdido la cuenta de las cafeteras que lleva hechas Vera. El alcohol hace tiempo que dejó de tocar los vasos, nadie quiere perderse lo que va a pasar. Yo, por suerte, he traído el mío propio, nadie lo quiere, dicen que sabe demasiado amargo; pero el café cuanto más...

-Si, ya sé... venga Will, cuéntame.

Echó un trago por inercia y la mezcla rancia y amarga pateó su garganta e invitó a su estómago a rebelarse, mas un segundo trago puso todo en su sitio. Odiaba admitirlo pero el viejo tenía razón, en un instante estaba más despejado que nunca y dispuesto a escuchar con atención.

-Como te decía esos tres tipos llegaron ayer. DeLoyd los reconoció al instante y se mantuvo alejado. Son jugadores profesionales de la peor calaña: fulleros, tramposos y tahúres. Al parecer, bastante buenos como para enganchar a algún incauto y lo suficientemente desconocidos como para no saber los unos de los otros. Pero DeLoyd conoce a bastante gente, a demasiada diría yo... El caso es que le dije a nuestro alcalde que lo mejor sería coger a esos tragafichas y forzarles a continuar su viaje o buscar la menor escusa para meterlos entre rejas. Pero no, resulta que el alcalde prefirió hacer las cosas de otro modo. Avisó a Vera y le dijo que se asegurara de que no se acercaran a las mesas de los otros clientes y que tocaran cartas solo entre ellos. Ha hecho malabares, pero lo ha conseguido. ¿El resultado? Toda una noche de juego en el que cuatro tipos acostumbrados a hacer y reconocer trampas, llevan tanteándose, moviendo el dinero de uno a otro, dando puñaladas y recuperándose de las recibidas. Ni te imaginas cómo cambia la cosa desde aquí, cuando sabes quién es el tramposo y lo ves actuar desde fuera del juego; a veces te maravillas, otras te avergüenzas al reconocer que las cuelan sin demasiado esfuerzo. Y todo por ser capaz de mirar ignorando el hambre de fichas.

-Y Kornelius, ¿que pinta ahí?

-Pues eso ya es cosa suya y del alcalde. Al parecer nuestro Kornelius también ha empuñado las cartas en más de una ocasión y, después de observar toda la noche, sabe como van las tornas; le aseguró a DeLoyd que tenía calados a los tres. Dijo que, pendientes de no ser descubiertos, no habían dañado demasiado la baraja. Uno de ellos tiene un buen marcador en su reloj de bolsillo, se ve que es una virguería; Kornelius sabe reconocer esas pequeñas ayudas. El tipo se ha percatado que los otros tienen el ojo rápido y apenas ha tenido ocasión de marcar las cartas más altas; Kornelius cree que los ases y alguna figura. Esa ha sido la información que le ha animado a meterse en mesa.

-¿Y DeLoyd qué ha dicho?

-¿No lo ves? Por muy estirado que parezca, se le nota que está disfrutando. De momento no hay novedad. No entiendo mucho de esto pero supongo que Kornelius está manteniendo las fuerzas equilibradas. Ha perdido lo suficiente como para apagar cualquier recelo y ahora es cuando está empezando a remontar.

-Ya veo, y no piensas acercarte para no perder de vista lo que de verdad importa.

-Exacto. Me importa una mierda la guerra de cartas que se han montado, pero como alguno de esos tragafichas se levante con el orgullo herido pienso presentarle mis respetos con dos cañones y espero que sea listo y no me obligue a dar el pésame a su familia. Desde aquí les veo bien a ellos y puedo disparar sin dañar a nadie.

Jonowl vació un poco de la botella en su taza, echó otro trago del caldo negro y se recostó en la silla.

-Bueno, pues sí que parece interesante. Creo que me quedaré aquí contigo.

El tiempo en el tapete verde comenzó a acelerarse. Kornelius tiró el anzuelo y lo movió con unas pocas fichas de más, justo la euforia del que está remontando, así que el resto decidió dar un golpe sobre la mesa y aumentar la apuesta para demostrar quien manda. Kornelius sonrió tontamente y mantuvo una cháchara sin sustancia, mientras volvió a remover el anzuelo. Uno de los jugadores se movió incómodo y abandonó el ataque, el resto permaneció firme y siguieron amedrentado al advenedizo. Kornelius tartamudeó un poco, mostró cierto temblor y, tras mirar sus cartas con descuido, dio un último toque al sedal. Los otros igualaron, seguros del desenlace, mas las cartas evidenciaron su error. El primero respiró tranquilo, el segundo encajó el golpe con gesto torcido y el tercero vio como todo su dinero se esfumaba entre la manos del supuesto novato. A partir de entonces, ya no hubo conversaciones, muestras de elegancia ni risas, los rostros se ocultaron y pronto se vio claro que la verdadera partida había comenzado. 

Uno de los tahúres, bastante debilitado con el golpe anterior, intentó en vano recuperarse, pero sus dos contrincantes se cerraron en banda, evitando arriesgarse, y continuaron el juego, viendo como se consumía, hasta que no tuvo más remedio que abandonar la mesa.

Al fin solo dos quedaron en el tapete verde: Kornelius y el tipo del marcador. Kornelius repartió: su contrincante quedó servido, él cambió cuatro cartas en el descarte. Cinco cartas marcadas en manos de su adversario; en la suya: honesto, pobre y limpio cartón. Movió una gran cantidad de fichas y pudo escapársele cierto atisbo de desesperación. Respondió su adversario al instante, igualando la apuesta y subiendo todo cuanto le quedaba. Kornelius jugueteó con una de las fichas; miró alrededor, perdido, hasta encontrar los ojos de Vera, brillantes e inquietos; entonces se encogió de hombros, puso todo cuanto tenía en el centro de la mesa y le envió la sonrisa resignada de quien al menos lo ha intentado.

-Ases y ochos, señor Kornelius, esta vez algo me dice que el muerto regresa a la vida.

La voz perdía el tono monocorde y el rostro quebró toda máscara. Mostró sus garras afiladas al lanzarse sobre la montaña de colores, cuando un simple gesto le detuvo. 

Cinco cartas lanzadas en medio de la mesa mostraban un triste tres y cuatro ridículos doses.

-Lo siento caballero; póker gana a full.

Jonowl echó mano al mango del cuchillo y el sheriff Nake preparó la escopeta, pero nada de eso fue necesario. El hombre se levantó con la cara desencajada; sin alzar la vista, tomó el dinero que gentilmente le ofreció Kornelius para continuar su viaje y se marchó.

Todo el sonido contenido, todo el café y toda la tensión acumulada estallaron con los gritos de júbilo y la reparadora frase de “¡una ronda gratis para todos!”. Lugareños y visitantes alababan una y otra vez la gesta, daban muestras de apoyo y comentaban entre ellos los más mínimos detalles de la contienda. Vera miró a Kornelius con el rostro airado por el mal trago hasta que una sonrisa acabó por surgir. Las risas del enorme Charles Bison anunciaron el abrazo y el crujir de huesos. Mientras, en su rincón, DeLoyd jugueteaba con su anillo y esperaba a que el vencedor pasara a su altura para sencillamente decir: “Excelente reparto, señor Kornelius”.

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