Ilustración de Cortés-Benlloch
Dejó en el suelo el candil, el cerco naranja empequeñeció y ella se hizo una con la oscuridad. En el cielo, las estrellas brillaban demasiado lejos; en la tierra, las siluetas hacía tiempo que habían difuminado su forma. Solo su voz llenaba el vacío; sonaba seria, algo árida, calculadora y resignada, con un regusto triste en el eco.
—Sabes perfectamente por qué estamos aquí. Este es el final de un camino que tomamos hace mucho tiempo; cada uno por su lado.
Maggy se detuvo un segundo. No esperaba réplica, tan solo quería paladear las palabras.
—Cada uno tenemos nuestras prioridades, nuestra propia forma de hacer las cosas. Tú te has acostumbrado a atronar y que el cielo llueva a tu son. Alzas la voz como la mano y piensas que todo se mantiene por tu poder. Tan vana es la confianza que piensas que puedes manipular al mismísimo Thorn sin pincharte...
Maggy dio unos pocos pasos, en una y otra dirección, sin abandonar el espacio frente a su interlocutor.
—Y sin embargo, aquí está la vida. ¿Qué vas a hacer ahora? Sé lo que piensas. Sé lo que quisieras haber intentado... mala suerte. Seguramente te preguntas cómo fui tan rápida, cómo pude conseguir prepararlo todo. Es sencillo, yo no atrono. La gente responde mejor cuando no hay fuerza ni presión, cuando el hilo que los ata es liviano y sedoso. Hay sonrisas que cierran grilletes y golpes y gritos que acaban por romperlos.
Se sentó en el suelo, sin importarle el vestido ni el frío que seguía anclado a la tierra tras las nevadas.
—Hacía tiempo que no estábamos tan cerca tú y yo, que no nos tomábamos un rato para charlar sin afrentas ni cálculos. ¿Recuerdas? ¿Recuerdas las risas y las charlas cuando los actos no lastraban? Claro que lo recuerdas y hasta lo envidias una vez visto lo que nos ha tocado vivir. Te gustaría volver atrás, ¿verdad? Te encantaría deshacer parte de este maldito camino, escuchar más, afirmar menos y tener bien claro que toda proeza que realices se hace porque los demás están detrás...
El pulso de las estrellas reflejó en una sola lágrima cayendo por la mejilla de Maggy hasta llenar de agua y sal sus labios.
—Estoy segura de que te gustaría; darías lo que fuera por volver. Porque te pesan los muertos, porque pasas la noche en vela soñando con viejas, con zarpas y marañas y el quejido desagradable de viudas y muertos. Lo harías si no fuera demasiado tarde. Pero lo es, Jack, así que toca tragar y seguir adelante.
Secó sus labios con el dorso de la mano y se incorporó.
—Todo lo que puedo hacer ahora es construir, e intentar arreglar con mis actos el mal que hice. Solo si encuentro sentido en lo que viene, podré dormir en calma. Tú al menos ya no tienes ese problema.
Maggy se agachó y cogió el candil. El cerco naranja se agrandó y el terreno quedó iluminado: sus propias huellas hendían la tierra y, frente a ellas, se alzaba el montículo de tierra donde yacía el cadáver de Jack Crow.
—Adiós Jack, al menos no eres pasto de los cerdos como Bowler.
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