lunes, 1 de agosto de 2016

Reveses


 Ilustración de Cortés-Benlloch

El eco del sol quedaba en el horizonte, una luz mortecina que apenas iluminaba la parte alta de los tejados. Aquí, en la calle principal, una silueta cerraba los postigos de las ventanas de uno de los edificios; allá, entre las calles, unos pasos cansados ayudaban a discernir otra sombra que se acercaba.

El señor Cook aun andaba con las palabras del joven Bill en la cabeza. Las piezas de ajedrez parecían moverse y los pequeños engranajes de su cabeza seguían en movimiento. Dio un último tirón de la contraventana para asegurarse y los pasos llegaron a sus oidos.

Peter caminaba cansado, había hecho la mayoría de los encargos a pie; no se atrevía a forzar el carro hasta poder acercarse a la ciudad o que otro herrero arraigara en el pueblo. Cada paso le acercaba más a su casa donde esperaban su mujer, una humeante mesa recién puesta y la paz del final de la jornada. Casi podía saborear los bollos recién hechos con la mantequilla fundida, hundidos en el cuenco de delicioso estofado, cuando adivinó entre las sombras la figura del viejo Cook. Entonces, su cuerpo hizo acopio de fuerzas y apretó el paso con la decisión que aporta un buen motivo.

El señor Cook adivinó al dueño de aquellos pasos y vislumbró por el rabillo del ojo la inconfundible silueta de Peter. Raudo, introdujo la mano en su bolsillo y agarró la pesada llave de hierro; la tomó con fuerza y se dispuso a realizar una estocada, clara y precisa, contra la cerradura. Escuchó los pasos de Peter acelerándose y su primer intentó acabó con el hierro golpeando fuera del blanco. Los pasos se alejaban y en su mente la figura se fundía entre las sombras. Jugó un as en la manga:

—¡Peter!

Más pasos dieron la respuesta. Sin tiempo que perder, embistió de nuevo el metal y por fin logró su objetivo. Giró y el primer cloqueo del mecanismo le animó a seguir; llegó el segundo chasquido y con el tercero la llave quedó liberada; sus pies comenzaron a actuar y aceleró el paso hasta ponerse a la altura de Peter.

—¡Peter! ¡Ey, amigo!

La tercera palabra dejó clavado a Peter; no sabía si detenerse o seguir como si no hubiera oído nada. Antes de decidirse tenía ya ante él al jadeante rostro enrojecido del señor Cook.

—¿Acaso no me oías? ¡Caray, otra carrera de estas y me da algo! Ya no somos los de antes, ¿verdad Peter?

—Los años no perdonan Cook, ni a ti ni a nadie. Como tampoco lo hará mi mujer si llego tarde.

Cook sonrió ampliamente mientras daba una palmadita en el hombro a Peter.

—Claro, ¡lo primero es la familia! Solo quería comentarte una cosa.

—¿Y bien?

—Es referente a lo que comentó tu mujer, lo de aquella joven... He de reconocer que posiblemente no hice el caso que merecía el asunto ni le di la importancia que debiera. Lo cierto es que pensaba que eran sensiblerías de mujeres pero, a día de hoy, poco se puede decir salvo que tu señora tenía razón. Pensé que podríamos tragarnos esa pequeña espina pero me equivoqué; se nos ha quedado clavada en el paladar. No hay más que ver todo lo que ha ocurrido; más aun con lo que tiene que venir.

—Lo que le ha pasado a este pueblo es algo que ya veníamos arrastrando.

Cook buscó en su bolsillo el reloj y lo apretó con fuerza.

—Quizás tengas razón, pero lo cierto es que ya está todo así. Ha habido mucho movimiento y es momento de decidir qué hacer. Desde lo de Bowler apenas se ve a Thorn y esa Maggy aprovecha cada vez más su ausencia para tomar las riendas.

—Cook, eso no es asunto mío.

—Estamos hablando de la mujer que mandó matar a Owen y al herrero.

—Se llamaba Tom.

—Eso, ¿ya los has olvidado?

Por supuesto que no, ¿te acordaste tú de ellos alguna vez? ¿O solo cuando viste cambiar las tornas? Cook, algo ha pasado y no sé hacia dónde nos llevará. Sé que estos tambaleos, estos juegos de poder, os quedan más cerca a vosotros que a mí; así que, en lo que a mí respecta, podéis seguir con vuestro ajedrez. Si algo ha valido la pena en todo este tiempo es la vida de esa joven y de cada uno de los que la dejaron para ayudarla; pues no tenía nada que ver en vuestros asuntos y puede que nada tuviera que ver con esa vida que le ofrecíais. Si hay alguien que merece siquiera nuestro aliento no sois vosotros que solo nos recordasteis cuando sacabais tajada. Quizás esto cae porque observamos poco y decidimos mucho, quizás porque seguimos un camino poco lícito mientras nos vanagloriábamos de lo contrario; puede que simplemente dejamos que todo ocurriera, pero lo cierto es que por primera vez los muertos pesan más allá de nuestras noches; lo cierto es que ahora puede que hallamos aprendido algo; me pregunto si vosotros también. Es posible que tengamos delante a otra gente o a la misma, lo que tengo bien claro es que mi vida es mía y pienso apostarla por mí, por los míos y por todo aquello que crea que vale la pena; ahí no tienen cabida vuestras palabras ni vuestros intereses; ahí...

Cook escuchaba con el ceño fruncido. Las primeras palabras pasaron rápidas, atento como estaba a la réplica, buscando el hueco con que contraatacar; mas no encontró hueco alguno. Los argumentos se encadenaban irremediablemente, como la chispa en la mecha de un cartucho de dinamita. Recibía la andanada mientras cerraba los dedos buscando la calidez áurea de su reloj. Sin darse cuenta apretaba cada vez más. Conforme escuchaba aquellas palabras lacerantes constreñía el puño y se esforzaba en mantener, alta y amplia, una sonrisa, cada vez más compleja e inconsistente. Aguantaba su ira notando la tensión en los dedos, hasta que, de pronto, la cadena se rompió y Cook no escuchó nada más. Solo vio a Peter ahí plantado, moviendo los labios, lejano, como a mil kilómetros de distancia. Las pupilas se destensaron y la imagen perdió su forma. Finalmente dejó de sentir olor alguno, ni frío ni calor. Se quedó allí en pie, entre las sombras, mientras la figura distorsionada de Peter retumbaba algo antes de partir.

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