Cielo limpio azul grisáceo, iluminado por el avance de un sol aún por salir. Mañana fresca y viva, de esas que hielan la cara al remojarse las legañas.
–¡Vamos, daos prisa! ¡Esto no se mueve solo!
Sam Summers está ya fuera del hotel, esta vez de otra guisa, con ropa domada por el viaje y sombrero puesto; solo sus bigotes estirados lo distinguen de cualquier otro. Uno a uno, va atando los 4 caballos a una diligencia que, a primera hora de la mañana, muestra su color rojo intenso, oscura y potente, con cierto reflejo azul que la aleja, aún más, de aquel medio.
–¿Cual es tu plan?, ¿ir tan rápido que le ganemos la partida al sol?
Jake habla mordisqueando un trozo de carne seca del desayuno. Mientras, Patty va a saludar a los caballos, buenos y saludables animales que patean ansiosos, a sabiendas de que ha llegado el momento de arrancar.
–Mi plan es hacer mi trabajo pese a tener contratados a dos vagos.
Sonríe el de los bigotes y contesta riendo el bueno de Jake.
–Venga, tú dirás, jefe.
–Por lo pronto, carga el equipaje en la parte de atrás. La señorita puede poner el correo aquí delante, bajo mis pies, junto a la caja fuerte.
–Puedes ahorrarte los formalismos, llámame Patty.
Sam asienta y señala la bolsa de cuero que hay a los pies del asiento del conductor, mientras acaba de apretar las correas de los caballos.
De la puerta del hotel salen ya la señorita del vestido amarillo y el viejo luciendo chaleco elegante y cara algo marchita por el sueño.
–¿Solo dos? –susurra Jake al de los bigotes.
–Hubo un percance y la mayoría decidió no continuar.
Sam reconoce la pregunta en el rostro de Jake.
–No, nada de que preocuparse. El problema se quedó atrás, pasa continuamente en este oficio.
–¿Y los pasajeros?
–La compañía permite continuar el trayecto a todos aquellos que decidan apearse, desde el punto que lo dejaran, con cualquiera de nuestras diligencias. Tienen todo un mes para decidirse.
Jake se limita a asentir mientras se acerca para ayudar a la señorita a subir.
–Bueno, y ¿cómo vamos a ir?
–Uno a mi lado y otro arriba.
–Tú cerca del cielo, ¿no reverenda?
–Me parece bien, así te aguanta la charla Sam.
–Dispara bien... –dice riendo Sam mientras Jake se acomoda en el asiento y coge la escopeta.
–Puedes apostar; hace años conoció a Dios o a Manitú, me da que a los dos, y se quedó un pedazo de ira divina.
–jajajajaja. De acuerdo, damas y caballos, ha llegado el momento. ¡La diligencia sale de Middle Sand!
El látigo chasquea el aire, las bestias bombean músculos de acero, cabeceando en un mar de crines mientras los primeros rayos de sol reflejan en el pelaje negro brillante y la pintura, ahora roja encendida, refulge como un pedazo del mismísimo infierno.
Patty va sentada arriba, con su henry en el regazo, observando el cielo limpio y azul, el suelo árido que se extiende hasta el horizonte y la ola de polvo que poco a poco va levantándose a uno y otro lado de la diligencia.
–Vaya, va suave –dice Jake sorprendido–. El único cacharro de estos que utilicé en mi vida traqueteaba bastante más que una cascabel con tuberculosis.
–Este “cacharro” es una Concord. Piezas de olmo, roble y pecana; mejor que huelgue madera a que parta hierro. Y va “suave” por las dos correas de cuero de tres pulgadas que mecen la caja y facilitan el tiro a los animales. No vas a encontrar nada mejor.
–¿Y qué me dices del ferrocarril? –dispara al aire, divertido, Jake.
–¿El ferrocarril? ¿Puede tu ferrocarril hacer esto?
Sam tira de las riendas y abandonan por un momento el camino. El ojo lee el terreno y la mano actúa por instinto; ondean las crines y sigue el baile la caja, absorbiendo las crestas que se deslizan bajo sus ruedas mientras, dentro, un suave oleaje pone a prueba al viejo que apoya ambas palmas en el asiento intentando conectar con la tierra para encontrar la paz estomacal. Hasta que un suave toque de riendas devuelve los animales al camino y continúan la ruta con tranquilidad.
–Ferrocarril dice… ¡Damas, caballos y Patty!, ¡próxima parada William’s post!
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