martes, 17 de marzo de 2020

Inmersión


En el cielo despunta el alba. Los pasos remueven rocío y aromas. Sin duda, esa es la mejor hora; cuando todo se encuentra en el horizonte, decidiendo si duerme o despierta.

Algunos pájaros ya toman bando y saludan al nuevo día. Tierra húmeda, olor a resina y ese frescor revigorizante que el sol se encargará de exorcizar en el momento justo en que comience a devorar los huesos.

Es en esos momentos cuando comprende que todo da igual.

Había colocado su casa allí, con los peores temporales que presenció en su vida. Cuando llegaron los indios, pactó con ellos para que le dejaran en paz, y aguantó la marabunta de blancos que pasó de largo en busca de zonas más prósperas.

Ahí se había asentado sin esperar nada más que el paisaje que lo envolvía. Se alegró cuando el ferrocarril extendió su columnas metálicas en otro lugar y cuando salió oro a cientos de millas de distancia. Dio gracias a quien quiera que fuera responsable, si es que hay uno, cuando topógrafos y exploradores decidieron que nada interesante había allí.

Y no era por estar solo. Celebró el día que llegaron los otros; el día que conoció a su mujer y el día que tuvieron las crías. Aquella era gente sencilla, que amaba ese lugar por lo que era. Gente que sabía ver en los árboles la grandeza erupcionada de la tierra y en las plantas silvestres el latido leñoso y aromático de la vida.

Allí está, frente al riachuelo cristalino que serpentea fresco entre las rocas que los primeros rayos de sol comienzan a calentar.

Calma la sed y seca el sudor de la frente, sabiendo que todo cuanto hay alrededor es suyo, de los otros y de todo aquel que lo ame.

Y comprende que da igual lo que pase porque allí seguirá aunque arda, aunque el agua arrase con todo. Porque sabe que aprenderán y seguirán creciendo, más preparados, y, con cada paso, más cerca de esa tierra.

lunes, 2 de marzo de 2020

Ilusos y cabezotas


En los 80, 90 disfrutamos una oleada épica que rompía moldes. Fue un momento en el que el hecho de que un individuo pudiera matar 1000 enemigos de un espadazo sorprendía por la acción pero no por la proeza, ya que era una cualidad que ya se suponía en el personaje.

Ahí empecé a ver que la gesta reside en la diferencia entre el héroe y su cometido. Y a partir de entonces comencé a descubrir unos héroes que no lo parecen, que carecen de cualidades superiores a su entorno y que, a pesar de ello, luchan por un propósito que todos aseguraríamos perdido. Es quizás la épica del cabezota, tenaz para que quede bien, que se ve obligado a luchar contra sí mismo, a la vez que contra el mundo, para descubrir a ambos realmente.

En esa misma época, por estas tierras nace la editorial de rol Joc Internacional que junto a otras traía juegos donde un colt bien dirigido provocaba funeral y ficha nueva; donde un constipado era más peligroso que una bola de fuego y donde los primigenios o el maligno estaban a años luz del potencial y magnitud que podía llegar a alcanzar cualquiera de los héroes que decidían enfrentárseles. Y aun así, ahí rodaban los dados a vérselas venir y a apañarse con lo que tenías.

Ilusos y cabezotas; buen mantillo.

A este panteón pertenecen héroes tan dispares como un tipo normal de pueblo, sobrino de un terrateniente, y un jardinero que se patean medio mundo en guerra, plagado de letales guerreros, atravesando un océano de huestes crueles, con el cometido de llevar el arma más poderosa jamás creada hasta el mismísimo centro del enemigo y allí destruirla; ahí lo dejo.

En este Olimpo tiene su sitio reservado una niña: única nota de color libre, un soplo de aire fresco que sacude con la misma fuerza que un huracán un mundo de hombres grises que pasan su vida acumulando tiempo para ver, aterrados, cómo se escapa entre sus manos como si de ceniza al aire se tratara.

Aquí pertenece por derecho propio un pequeño tipejo que decide ser mago, pese a no tener capacidad ni idea ni nada que se le parezca, y ahí que va trastocando su propio mundo y el de los que deciden acompañarle, hasta el punto de que todos generan su propia gesta.

Es un paraíso donde el protagonista de una profecía que con un fragmento de cristal debe restaurar un mundo entero, no es más que un individuo de una especie no demasiado robusta, que apenas ha visto más allá de su hogar. Un individuo que buscará la compañía de otra de su especie y con quien demostrará que dos pueden caminar uno al lado del otro y que a veces las gestas pueden realizarse entre varios.

Tenemos también una joven para quien un trabajo de canguro se convierte en la mayor locura en la que se ha podido meter y, seguramente, se meterá en toda su vida. Debiendo atravesar el más extraño de los laberintos para recuperar a la tierna criaturita perdida que cuidaba, que, dicho sea de paso, no lo pasa nada mal.

Descansa aquí también un niño que vive, a través de un libro, otra realidad en la que entra en la piel del héroe y de alguna forma se transforma a sí mismo.

Y, por supuesto, está el primero de todos, mucho antes que todos los demás, y posiblemente uno de los más grandes; aquel tipo enclenque que se calza una especie de orinal para echar las aguas del barbero por casco y va junto a un campesino regordete, y más espabilado de lo que parece, "desfaciendo entuertos" en una suerte de equívocos y estupideces entre los que podía verse, en el eco de cada carcajada, lo mal que está el mundo en el que viven, lo canallas que son los "listos" y cómo gobiernan los que gobiernan... a este último habría que escucharle más veces, porque es otro cabezota de esos que opina que lo de "la vida es así" es el primer paso para que lo siga siendo. Este es el que peor acabó de todos, tuvo que morir dos veces y reconvertirse; quizás por eso al resto los pusieron en otros mundos, claramente oscuros y terribles, donde poder pensar que tendrían alguna oportunidad.

Así andaba la cosa y lo cierto es que funcionó. No en vano hay que ver cómo se eleva el poderoso Conan cuando tras verlo masacrado, vapuleado y colgado de un árbol a merced de los buitres, vuelve al campo de batalla con uno de los rezos más icónicos de estos cabezotas:

Crom, jamás te he rezado, no sirvo para ello. Nadie, ni siquiera tú, recordarás si fuimos hombres buenos o malos, por qué luchamos o por qué morimos. Lo único que importa es que, hoy, dos se enfrentan a muchos. Crom, el valor te agrada. Concédeme pues una petición, concédeme la venganza. Y si no me escuchas... ¡Vete al infierno!

En esta época Alan Moore jubila a Superman bajo el nombre de Jordan Elliot. Vemos como un granjero puede ser Jedi. La búsqueda del asesino de su padre convierte a un espadachín en héroe. Y una pareja continúa uno al lado del otro pese a estar condenados a no volver a verse, desterrados la una a la noche y el otro al día.

Funcionó, y funciona.

Una de las mejores épicas del hombre de acero llega entre el 2005 y 2008 al ponerle contra las cuerdas, en una carrera contra reloj ante la muerte. 

En el 2007 un remake nos puso en la piel de un granjero que por su familia decidió acompañar al peor de los asesinos a su destino, aun cuando nadie estaba dispuesto a hacerlo, sin importar el coste.

Más o menos por esas fechas nace otra obra de las grandes, una que aúna todo lo dicho, en que unos ratones, haciendo frente a su propia naturaleza, se plantan y consiguen hacerse hueco en un mundo grande e inhóspito que, en principio, lo tiene todo ganado.

Hace relativamente poco que acompañamos a un grupo de chavales normales, en su lucha contra algo que bien recuerda a los primigenios del de Providence, con todo el sabor de los 80.

Y fue el año pasado cuando volvió a la pantalla la historia del Cristal, esta vez tiempo antes de aquel joven de la profecía, contándonos una vez más la resistencia de los que no pueden contra los que lo tienen ganado.

Y, personalmente, espero que siga así; que continúen con la épica del iluso y el cabezota; aunque caigan, aunque mueran. Pasaremos un buen rato, porque está claro que es fantasía, cosa de niños y frikis, algo que espero no dejar de ser del todo nunca. Solo cuentos y leyendas.

Porque solo en la leyenda se puede luchar contra lo magnífico, contra lo que es más grande y engloba todo. Solo ahí se puede restaurar un planeta, devolver color y valor al tiempo, demostrar que una gesta puede hacerse entre varios, plantarse contra los que lo tienen todo ganado y batirse contra uno mismo para conocerse realmente... más que nada porque la "vida es así".

miércoles, 19 de febrero de 2020

Aliento

No te apagues.

Que la vida te da golpes está más que visto.
Cualquier torrente, por desastroso que sea, pierde su fuerza con la rutina.

No te quedes en el gris.

Porque quien es iluso en la tormenta,
pisa firme sobre las nubes.
   

Así que no te apagues.

Que el árbol siga siendo columna.

Que la cuchara contenga todo el color del plato.

Y que esos ojos, pese a tener arrugas, brillen como siempre: 

como nunca.

jueves, 23 de enero de 2020

Rocking Chair

Se sentó y una nube de polvo envolvió su figura mientras dejaba la chistera maltrecha sobre la mesa. Los comensales se miraban unos a otros, buscando al que conociera al viajero... ninguno pareció reconocerle.

—Buenas tardes señores, permítanme acompañarles. Servidor no tiene dinero con que saciar el estómago, pero tengo enseñada al alma y sabe calmarse mirando al resto comer.

Los cuatro viajeros continuaban mirando incrédulos. Solo uno de ellos, un tipo delgado y maneras del este, pareció saber qué decir.

—¿No pretenderá usted quedarse aquí mirando como comemos, verdad caballero? Hay señoritas...

—Y apuesto a que el hambre también ha anidado en ellas alguna vez; seguro que lo comprenden. —Dirigió la mirada hacia las dos señoritas que delicadamente se disponían a la mesa esperando el plato—. No obstante, no pienso quedarme aquí sin hacer nada. Déjenme que les acompañe, les contaré algo que me ha venido a la memoria al verles. Yo también viajé una vez en diligencia. Un viaje largo y tedioso con tres individuos tan insípidos que poco o nada dejaron en mi memoria. Es por eso que la historia que vengo a contarles no va de ellos, sino de otros que pasaron ante mis ojos en un pueblo, durante una de las paradas.

El posadero trajo cuatro cuencos humeantes de caldo rojo con judías, verduras y carne, cuatro trozos grandes de pan, cuatro vasos de barro, una jarra de agua y una botella de vino. El viajero abrió los ojos ante la imagen exuberante de la mesa repleta y comenzó su narración.

—Primero llegó él, en un carro de los caros con caballos que costarían el triple de lo que pagaría cualquier mortal. Traje impoluto, reloj de oro y botones más brillantes que las cuentas que solían darles a los indios por sus mejores pieles.
Le acompañaban dos tipos de cara larga y gatillo pulido. Y yo, aún sin bajar de la diligencia, callado por ver cocer el guiso desde mi atalaya.

Los comensales empezaron su faena sin apartar la vista del viajero. La cucharas herían el caldo y brotaba el aroma. Los panes se partían y saltaban libres trozos de miga blanca y esponjosa que invocaba saliva en boca. Se sonrojaban felices los bigotes con el vino. Pero en todo momento quedaban libres ojos y orejas, atentos al viajero que engordaba su narración con gestos y ademanes.

—Del otro lado venía una mujer joven, con botas sucias y gastadas, mangas arremangadas y un disparo de manchas en el delantal. También iban con ella dos tipos: un indio de rostro tallado y un tipo en ropa de trabajo de espaldas anchas. El indio calzaba un cuchillo de los de no saltarse la advertencia y el otro dos puños grandes como montañas.

El viajero sembró un segundo de silencio, tomó un pedazo de pan y mojó en el cuenco del tipo del este. Respondió a la desaprobación encogiéndose de hombros y sonrió. El resto de comensales entró en batalla con hambre de historia y el tipo, con desgana, tomó un trozo de pan y acercó un poco el cuenco hacia el viajero.

—Pues allí estaban, como les dije, los dos tríos. Desde mi atalaya se veía claramente que acudían dispuestos a poner las cartas sobre la mesa. Y mentiría si no dijera que pasó una eternidad hasta que el de los botones brillantes soltó la primera palabra.

—No era necesario quedar aquí —dijo—, podríamos ir a un lugar más tranquilo. Hablar tomando algo...

—Siento no poder atenderle así, tenemos faena —respondió ella—. Y no hemos sido nosotros quienes han traído la artillería.

—Viajo así sólo por seguridad, tengo que proteger mis intereses. Debe comprender, señorita...

—Soy viuda, señora para usted. Rocking Chair me llaman.

—Botones brillantes rió ante tal ocurrencia, pero los ojos de Rocking Chair le hicieron dudar.

El viajero tomó la cuchara del comensal que quedaba a su izquierda y la hundió en su cuenco. Esta vez la queja del de la cuchara la acalló el tipo del este. Y nadie en la mesa tomó partido en la defensa.

—Bien, bien —contestó Botones Brillantes—, señora Rocking Chair entonces. Debo confesar que esperaba verle con otra vestimenta.

—Ahora no tenemos tiempo para ir arreglados, caballero. Como le he dicho tenemos faena. Por eso mismo, si no le importa, preferiría hablar con usted aquí.

—Si así lo quiere, por mí no hay ningún problema. Como ya sabrá represento a la compañía del ferrocarril y vengo para informarle de que su pueblo está perfectamente situado para entrar a formar parte de nuestra gran familia.

—Verá caballero, ¿ve aquella casa de allí? Es la mía, y junto a las tierras que la rodean forman mi propiedad; ahí acaban mis bienes. Así que debe comprender que no estamos hablando de mi pueblo.

El viajero arrancó dos cucharadas al guiso y taponó la entrada con pan. Nadie dijo nada. —Lo soltó tal y como os lo estoy contando. Rocking Chair era así, hablaba con calma, escuchaba con respeto, y avanzaba, con honestidad, cuando era necesario. Botones Brillantes respondió—. Hirió un par de veces más el guiso y cogió más pan, con el beneplácito de los comensales, antes de continuar.

—Perdone, señora, pensaba que hablaba con la autoridad. Quizás debiera dirigirme a alguien con más influencia en este pueblo...

—Estoy aquí en calidad de representante porque ellos quieren; así que sí, está usted hablando con la persona indicada.

—Botones Brillantes no estaba acostumbrado a eso; se le daba mejor tratar con la gente que no puede saciar el hambre brillando solo para ellos mismos. ¡Joder cómo pica este guiso!, ¿puedo? —preguntó con la zarpa en el vaso de barro y el tipo del este alzó las manos con resignación—.

—Le digo, señora, —dijo Botones Brillantes— que es una buena oportunidad. Excelente añadiría. Hablamos de una mejora sustancial en su nivel de vida.

—Verá, caballero, hemos estado discutiendo una posible oferta desde que llegaron noticias de los suyos de los pueblos cercanos. Y, a fin de ahorrarle su tiempo, le puedo decir ya que la respuesta es no.

—Señora, comprendo que se encuentran ante un cambio muy brusco. Pero no le hablo de cualquier oferta, le hablo de traer la prosperidad: más gente y mucho más dinero. Le hablo de oportunidades, de crecer y ser mucho más de lo que han sido hasta ahora. Donde ahora hay casas dispersas, habrá edificios, bonitos caminos sin fango y negocios prósperos que podrán dejar en manos de otros mientras ustedes se dedican solo a contar los beneficios. Les hablo de la tranquilidad que ofrece el no despertarse cada mañana pensando en salvar el día. ¿Comprende lo que le digo?

—Lo comprendo, caballero, pero en esos raíles que usted me ofrece solo hay prosperidad para un puñado de vagones que seguirán un mismo camino, marcado por los suyos. Aquí, sin embargo, somos muchos y nos gusta vivir en campo abierto.

—¿Y si le digo que habrá para todos?

—Sabe que no es cierto; mucho para pocos, más bien.

—Recapacite señora Rocking Chair, se lo recomiendo.

—Ya le digo que pensado está. Le agradecemos la oferta, pero no.

—Tengo órdenes de no regresar con una negativa.

—Las órdenes son cosa suya, no nuestra.

—Señora, atienda a razones, no sé cómo indicarle que está cometiendo un error.

—Quizás debamos equivocarnos.

—No tiene tantas opciones como cree. Si vamos a otro lado, nos llevaremos el mundo con nosotros. Piénselo.

—Caballero, perdí a mi marido y a mis hijos y decidí que había perdido bastante como para dejar mis tierras y mi hogar. ¿Sabe usted por qué me llaman Rocking Chair? Porque cuanto más me empujan más vuelvo hacia adelante. Así que, señor, tenga usted muy buenas tardes. Lleve a otro sitio el regalo de la prosperidad. Debo dejarle, como le he dicho, tenemos faena.

El viajero calló y esperó a las miradas inquietas de los comensales. —¿Y qué pasó?— dijo mientras rebañaba uno de los cuencos con un trozo de pan y se apropiaba de la botella de vino.

—Pues bien, Botones Brillantes cumplió su amenaza y se llevó el mundo a otra parte; un mundo que ni a Rocking Chair ni al resto de la gente del pueblo les importaba.

Se levantó, se puso su chistera y se despidió de los comensales pasando la mano por el ala.

—Ha sido un placer damas y caballeros, les deseo un feliz viaje.

Al caminar hacia la puerta, aún soltaba algo del polvo del camino al que regresaba y se vio por ultima vez, recortada ante la luz del exterior, su silueta negra con chistera maltrecha y el brillo verde de la botella.

miércoles, 15 de enero de 2020

Gxermu

No lo vimos porque nunca estuvimos allí del todo, demasiado ocupados en nuestras absurdas carreras; faltos de oxígeno, hurgando en llagas propias y ajenas, buscando la ventaja y la destrucción. 


Y mientras tanto, las semillas germinaron, crecieron altos los tallos, extendiéndose raíces y ramas. Mientras tanto, se hicieron grandes los troncos, armándose de fuertes y duras cortezas. 


Y cuando todo acabó cancelamos lo que empezamos, porque ninguno de nuestros planes pudo igualar lo que teníamos delante. 


Aquel día, en medio de ese paraje, comprendimos de nuevo cómo estábamos arraigados a la tierra. Cómo éramos parte, cada uno en su realidad única, de un mismo espacio. 


Comprendimos que no sólo es valioso lo que se compra o se vende. Y que hay un beneficio mucho más intenso, más íntimo, una suerte de conexión umbilical, en el continuo crear del mundo.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Esna

 
Los dedos se movían guiados por la costumbre. La tapa del panel colgaba de uno de los cables, mientras viajaba por el amasijo de cables con precisión quirúrgica.

—Este cable aquí, este aquí —mascullaba mientras mantenía entre dientes el cuchillo con el que operaba— y ahora...

El rostro se afiló, las pupilas se agrandaron y sus manos abandonaron la tarea.

—Mierda... Corre.

Jubo esperaba sentado, distraido, cuando llegó el cambio de ritmo.

—¿Qué?

—¡Que corras, joder, que corras!

Ella dejó las últimas sílabas en el aire y arrancó. Su cuerpo serpenteaba ágil sin apenas tocar el suelo. Jubo le seguía a pasos grandes y toscos, auxilios de oxígeno y latidos borrosos del camino que iban devorando.

—¡Maldita sea, pero qué es lo que pasa?

Ella no contestó, ni siquiera se giró, sino que apretó aún más el paso. Hasta que al llegar a una cavidad en dura roca, cogió del brazo a Jubo y entró.

Esna era joven, tenía el sol en el cabello y dos nogales vivos que miraban al mundo con hambre y alegría.

Justo entonces, allá a lo lejos se escuchó un chirrido metálico y un breve chasquido, seguidos de una exigua columna de humo.

—Joder, ¿y para eso tanta alarma?

—No te muevas.

—Claro que no pienso moverme, después de la carrera que nos hemos pegado. No pienso moverme hasta que...

De nuevo se escuchó otro chirrido, un nuevo chasquido y un temblor apagado recorrió todo el suelo, justo antes de que el promontorio se abriera como cáscara de nuez y una montaña de fuego y escombros surgiera por la brecha cubriendo todo el lugar.

Esna y Jubo se apretaron todo lo posible contra la pared interna de la roca hasta que el infierno cesó.

—No todo puede salir bien —dijo ella tras apartarse las manos de los oídos.

Jubo se quedó mirándola sin decir palabra.

—Verás, hay refugios que tienen mucho más de lo que has podido encontrar hasta ahora. En ese había algo muy importante dentro. Pero cuando vi el panel me di cuenta que lo que buscábamos ya no estaba. Se había soltado, había salido y solo nos esperaba la destrucción.

—¿El qué?

—Es largo de explicar.

Jubo observó el terreno descarnado, medio calcinado y sintió aquel característico olor que lo impregnaba todo.

—Creo que tiempo tenemos.

Esna lo observó de arriba abajo.

—Un collar de Quincalla, ¿eh?

—Sí, hicimos un trueque.

—Déjamelo, puedo mejorarlo.

Jubo dudó unos instantes.

—No te preocupes, no es el primero que retoco.

Él dejó el collar en la mano extendida.

Ella tomó el cuchillo y comenzó a raspar la superficie metálica.

—Esto —dijo señalando con la mirada al colgante— está hecho de ellos. Este material es lo más valioso que vas a encontrar por aquí.

—¿Ellos?

—Ellos, sí. Son lo que buscábamos. Los guardaron en estos refugios, en grandes salas metálicas con tubos.

—Yo he visto una de esas salas, vacía.

—Yo los busco y me dedico a sacarlos antes de que despierten. Una vez abren los ojos, no hay salida. Antes éramos más, hasta que nos topamos con ellos.

—¿Quiénes erais más?

—Quincalla, Avido, Riba...

—Los conozco.

—Lo sé —dijo sonriendo—. ¿Qué te pareció el viejo? Tiene sus cosas, pero también razón.

—Peculiar, como todos —contestó él sonriendo—; como todo lo que me estás contando.

—No me extraña, habrá tiempo para hablarlo, tanto si decides unirte como si no.

—¿Unirme a qué?

—El viejo lo explica mejor, pero somos un grupo de buscadores que ha cambiado la búsqueda. Tú ya lo has hecho, ese olor característico que notas es el primer indicio. Entre nosotros no hay todo sin las partes. Se trata de que sigas tu propia búsqueda y así seas fuerte a tu manera. Ya te digo que el viejo lo explica mejor...

Dio un par de pasadas más a la pieza metálica y sopló para lanzar las virutas al aire.

—Pues esto ya está —dijo mientras echaba un último vistazo a la pieza—. Ahora, tú eliges, puedes venir con nosotros o continuar tu camino. Pero, sea como sea, esto es tuyo.

Esna se incorporó y le pasó el colgante con una talla donde podía verse un círculo con seis aspas en el borde.

—Esto es tuyo. Sigas con nosotros o no, todos pondremos un aspa más en el círculo. Bienvenido a Guenara.

Jubo se quedó aún un rato. Observando el espacio destruido alrededor, pensando aún en todo cuanto había escuchado. Se desperezó, buscó en la mochila el libro de Riba y volvió a abrirlo al azar.

¿No está nuestro interior en blanco en el mapa?

lunes, 25 de noviembre de 2019

Olmo

Estaba allí sentado y formaba parte del paisaje de forma mucho más natural que un rey sentado en su trono. Era fuerte, con unos cuantos años a la espalda, pelo largo, barba poblada y piel dura, como la corteza del gran árbol en el que se apoyaba. Tenía el rostro calmo y la mirada fija en algo que parecía existir a todas luces, pese a que solo él parecía poder percibirlo. Observándolo podías llegar a la conclusión de estar ante un extranjero que casaba perfectamente con el lugar.

—Dicen que fui el primero, pero la verdad es que cuando yo llegué aún no había buscadores. Vine por un origen y me quedé con la certeza de que este sería el sitio donde hallaría mi final.

Jubo seguía en pie. Escuchaba apoyado en el bordón de exploración, extrañado aún de no haber notado su presencia hasta tenerlo delante de sus narices.

—¿Y descubriste algo de ese origen?

—Al final todos los orígenes son iguales: casi idénticos en la forma y opuestos en el fondo. Resulta que, dependiendo de lo que quieras ver, todo inicio puede ser la destrucción de un mundo o la creación de otro.

—Me da que ambas.

Jubo se sentó en el suelo y dejó los bártulos a su lado.

—Exacto, siempre ambas. Pero cuesta afinar los recuerdos, salvar los recursos que tiene la memoria para «facilitarnos» las cosas.

Al hablar del pasado sus ojos se perdían más, y sonreía con gesto ausente.

—Y tú, ¿has descubierto algo?

—Llevo ya diez extractores casi lle...

Le miró divertido y Jubo ahogó la frase.

—Algo... bastante... —dijo mientras rebuscaba en su mochila.

—Ah, la cantimplora. Hasta a mí me han llegado tus excentricidades. —dijo alargando la mano —pero yo no tengo para contribuir.

—La charla me vale.—contestó Jubo mientras le pasaba el recipiente.

El viejo chasqueó la lengua y tomó aire a fin de liberar el vapor que hervía espirales en boca.

—Siempre ha sido así. ¿Sabes?, cuanto más os conozco más me llama la atención lo diferentes que sois. Se habla de los buscadores como si todos siguierais el mismo patrón. Nada más lejos de la realidad. Parece mentira, pero este caldo tuyo consigue explicarlo mucho mejor que todas las tonterías que pueda llegar a decir. Es un caos armónico lo que despierta en el paladar con cada trago. ¿Sabes?, hay muchos buscadores, la gran mayoría viene, extrae información y vuelve a casa para venderla, realmente nunca acaban de estar aquí. Solo los que acabáis caminando conscientemente por este lugar, llegáis a desarrollar una manera propia y única de ver.

Y el silencio se hizo con Jubo, rodeado de erosiones, de Riba, de Quincalla, de gigantescas estructuras invadidas por el verde, salas metálicas, la sensación de no retorno y ese extraño olor que cada vez más lo impregnaba todo. Pasó un momento hasta que fue capaz de encontrar las palabras que le permitieran alejarse de todo pensamiento y mantenerse en su sitio.

—Yo lo que creo es que has echado un trago demasiado grande.

Rió Olmo, desde su asiento, y los árboles se hicieron eco con un suave movimiento de hojas.

—Pues tampoco te lo niego, de hecho hacía tiempo ya que no bebía.

—La verdad es que más de una vez me he sentido extrañamente más cerca de aquí que de cualquier otro sitio.

—¿Sabes cuando empiezas a darte cuenta de que algo funciona diferente?

Jubo miró hacia el horizonte y el aire se le antojó fresco y claro.

—Creo que sí, cuando apenas la notas.

—Exacto, cuando cambia la erosión. Sigue estando, pero la sensación es diferente. Puede parecer cosa de percepción pero no es eso exactamente. Es cómo eres, cómo funcionan tus entresijos, tus pensamientos, todas tus piezas, físicas y mentales. Es simplemente conocerte, caminar por la senda que te es natural. He pensado en esto durante mucho tiempo y creo que uno puede comprenderlo en cualquier lugar, pero aquí, por alguna razón se me antoja más sencillo. Quizás hay menos condicionantes. Puede que el secreto sea justo ese, menos influencias, menos intereses, menos ruido.

—Vale, ahora sí. ¡Devuélveme la cantimplora!

—Jajajajjaa, de acuerdo, Jubo, no se puede negar que algo de razón tienes.

—Lo cierto es que me da que tú también. Y me incomoda a dónde pueda llevarme eso.

—Esa incomodidad, querido amigo, es otro inicio; y de ti depende que junto a la incomodidad sitúes la efervescencia de la construcción. No sé por dónde tirarás tú; cada uno recorre su propio camino, no uno impuesto, pero el rumbo es el mismo. Nos volveremos a ver; hasta entonces sé tú y serás eterno.

Dicho esto debió levantarse y darse media vuelta, porque cuando Jubo quiso darse cuenta, aquel hombre caminaba a lo lejos, internándose en el bosque como el sol vuelve a las montañas.

Jubo se agachó a recoger la mochila y encontró el libro de Riba abierto en el suelo y una de las frases aparecía fuertemente marcada:

No hay campos mayores que este, ni juegos más dignos de jugar. Crece salvaje de acuerdo a tu naturaleza.