lunes, 14 de enero de 2013

DeLoyd (2): Asentando las bases


Justo cuando el vaso golpeó la mesa, doce plomos repartieron el contenido de su cráneo entre un par de vecinos de barra y la cara horrorizada de la corista.
Atraído por el ruido, su compañero no tardó en acudir. Atravesó las puertas del saloon, colt en mano, pestañeó para adaptarse al cambio de luz y, antes de que pudiera reaccionar, Jed vació el segundo cañón de la recortada. El atacante giró sobre sí mismo, como un muñeco de trapo, clavando los dientes en el suelo.

Siempre ocurre igual, el estruendo de sillas y mesas precedió a la avalancha humana. Una masa de parroquianos se vertía por la puerta sin mostrar deferencia alguna con la dama naufragada en el mar de patas.

-Por favor, señor, dese prisa.

Arriba, frente a las escaleras, un traje blanco impoluto camina hacia atrás saliendo de una de las habitaciones.

-De acuerdo Mr. Kingsyard. Al parecer debemos dejar la charla aquí. Siento tanto no haber llegado a un acuerdo. Sinceramente, considero adecuado dejar la campaña del territorio en mis manos, usted tendría más oportunidades en cualquier otro lugar. Pero... bueno, el Señor tiene un plan para cada uno, le deseo un feliz viaje.

Afuera el gentío se arremolina frente a la oficina del sheriff. Sabiéndose en grupo, los nervios se calman, se evalúa la situación y comienzan las primeras miradas de caza.

-Señor, que esta gente se está cabreando.

-Jed, a veces es preferible perder algo de tiempo guardando las formas a tropezar por ir demasiado rápido. Sin duda ese par de caballeros han sido un contratiempo con el que no contábamos. Me da la sensación de que el bueno de O'Doolan sigue sin aceptar nuestro negocio.

No tarda en salir, al encuentro de la muchedumbre, una espiga seca de cuencas profundas. El único brillo que emana reside en su estrella de latón y la empuñadura de marfil del instrumento de trabajo.

-Mr. DeLoyd... esto se pone cada vez peor.

-Mmmm... de acuerdo Jed, haremos un pequeño cambio de planes. Toma el pinto que hay en la parte de atrás y cabalga como nunca. Yo dispararé para evitar sospechas; no temas, apuntaré alto. Nos encontraremos en el pozo de Blake, cerca de Mancha.

-¿No hay otra salida, señor?

-Jed, hemos dejado ya el tiempo de pensar. Ahora, corre.

Las pezuñas de un caballo pinto arrancan la hierba, seguido por una espiga estrellada, el impoluto traje blanco y valientes héroes, de recobrada autoestima.
Lejos de allí, en el saloon de la ciudad, Mr. Kingsyard descansa en paz junto a una botella de carísimo bourbon, regalo de un compañero que a buen seguro velará por su alma.

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