Justo cuando el vaso golpeó la mesa,
doce plomos repartieron el contenido de su cráneo entre un par de
vecinos de barra y la cara horrorizada de la corista.
Atraído por el ruido, su compañero no
tardó en acudir. Atravesó las puertas del saloon, colt en mano,
pestañeó para adaptarse al cambio de luz y, antes de que pudiera
reaccionar, Jed vació el segundo cañón de la recortada. El
atacante giró sobre sí mismo, como un muñeco de trapo, clavando
los dientes en el suelo.
Siempre ocurre igual, el estruendo de
sillas y mesas precedió a la avalancha humana. Una masa de
parroquianos se vertía por la puerta sin mostrar deferencia alguna
con la dama naufragada en el mar de patas.
-Por favor, señor, dese prisa.
Arriba, frente a las escaleras, un
traje blanco impoluto camina hacia atrás saliendo de una de las
habitaciones.
-De acuerdo Mr. Kingsyard. Al parecer
debemos dejar la charla aquí. Siento tanto no haber llegado a un
acuerdo. Sinceramente, considero adecuado dejar la campaña del
territorio en mis manos, usted tendría más oportunidades en
cualquier otro lugar. Pero... bueno, el Señor tiene un plan para
cada uno, le deseo un feliz viaje.
Afuera el gentío se arremolina frente
a la oficina del sheriff. Sabiéndose en grupo, los nervios se
calman, se evalúa la situación y comienzan las primeras miradas de
caza.
-Señor, que esta gente se está
cabreando.
-Jed, a veces es preferible perder algo
de tiempo guardando las formas a tropezar por ir demasiado rápido.
Sin duda ese par de caballeros han sido un contratiempo con el que no
contábamos. Me da la sensación de que el bueno de O'Doolan sigue sin aceptar nuestro negocio.
No tarda en salir, al encuentro de la muchedumbre, una
espiga seca de cuencas profundas. El único
brillo que emana reside en su estrella de latón y la empuñadura de
marfil del instrumento de trabajo.
-Mr. DeLoyd... esto se pone cada vez peor.
-Mmmm... de acuerdo Jed, haremos un
pequeño cambio de planes. Toma el pinto que hay en la parte
de atrás y cabalga como nunca. Yo dispararé para evitar sospechas;
no temas, apuntaré alto. Nos encontraremos en el pozo de Blake,
cerca de Mancha.
-¿No hay otra salida, señor?
-Jed, hemos dejado ya el tiempo de
pensar. Ahora, corre.
Las pezuñas de un caballo pinto
arrancan la hierba, seguido por una espiga estrellada, el impoluto
traje blanco y valientes héroes, de recobrada autoestima.
Lejos de allí, en el saloon de la
ciudad, Mr. Kingsyard descansa en paz junto a una botella de carísimo bourbon, regalo de un compañero que a buen seguro velará por su
alma.
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