El quinqué atraviesa a duras penas la
mugre de su cristal, iluminando una decrépita pianola que extiende el quejido de
madera vieja por un mar de polvo, sillas y mesas. Sólo
una de ellas se mantiene a flote, con cercos de alcohol y un fajo de billetes sobre tapete verde, habitada por un tipo de ropas sucias y otro estrellado. En silencio se acompañan a tragos largos, hasta que el
vapor del alcohol trepa por la garganta, esparce una densa nube en
el cerebro y uno de ellos sabe que es momento de hablar.
-¿Que sabes de Tom?
-Murió hace tres meses, en el muelle de Pickfield. Su
mujer e hijos viven ahora en casa de Sánchez.
-¿Aja... y Dave Tincher?
-Ese hijoputa llegó como el salvador, dispuesto a hacer lo necesario para arreglar la situación. Parecía como si fuéramos a llenar el mundo de raíles. Luego empezaron los "pequeños ajustes", las pagas que llegaban si había suerte, hasta malvivir con el dólar prometido.
-Ahí fue cuando yo decidí marcharme.
-Tú y todo aquel que tenía dónde ir.
Nos quedamos los que estábamos pillados por los huevos: los que
teníamos que rellenar varios estómagos, los irlandeses que
venían contratados desde europa y los negros recién liberados que
no tenían donde caerse muertos. Pero la gota que reventó el vaso se llamó Jed: uno de esos que siempre está
hecho polvo, le faltaba un cacho de
oreja, sin duda mordedura de bala. A los pocos días de trabajar con nosotros, empezó a
decir que el
señor Tincher sabía lo que había ocurrido con las pagas. Parecía convencido, y por si fuera poco nos enseñó un papel con cuentas del ferrocarril. Tom era el único que sabía leer, fue él quién nos dijo que el dinero había llegado puntualmente.
-Comprendo... ¿y entonces?
-Bueno, fuimos a por él, juró que ya no tenía el dinero. Revolvimos todo pero sólo pudimos hacernos con la última entrega. Baste
decir que al día siguiente una de las traviesas chillaba como puerco
en el matadero. Cuando vinieron del ferrocarril, nadie dijo nada.
Sorprendentemente no hubo investigación, Tom recibió suficiente metal para marcharse a donde quisiera y en un par de días
llegó Mr. DeLoyd para ocupar el puesto de Tincher.
El tipo estrellado enarcó las cejas. No dejaba de parecerle curioso que el bueno de Tom hubiera disfrutado de una jubilación tan corta. Por no hablar de ese nombre, DeLoyd, juraría haberlo escuchado en algún lugar.
-Desde entonces las cosas han mejorado, recibimos la paga religiosamente, no cobramos lo mismo que antes, la
verdad, pero como Mr. DeLoyd dice, las cosas ya no son como antes. Y
con la que está cayendo... a ti al menos las cosas te han ido bien, ¿eh Rob?
-Cada trabajo tiene sus cosas. Este grano le pica a gente importante y es a mí a quien le toca rascarlo. Así que si sabes algo más...
-Bueno hay una cosa... se dice que el contable del ferrocarril, un tal Kingsyard, es uno de esos tipos con la honradez atada al cogote y dos pistoleros de la empresa pegados a la espalda. Sinceramente, no veo cómo un desecho como Jed haya podido hacerse con esos papeles.
Uooo... Chucuchu del tren... En serio, me ha encantado, rapido, dinámico y resumida una situación a las mil maravillas!!! Queremos más!!
ResponderEliminarMuy agradecido Deméter.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado, te escucho, ten por seguro que para bien o para mal, habrá más :)