lunes, 18 de febrero de 2013

Encerrado

Como cada mañana, apoyó las manos en la reja metálica y, negando todo cuanto hubiera tras él, observó el paisaje. Recorrió cada tramo con celo, ejecutando el rito con exactitud ceremonial. Bajó la colina nutrida de espigas tiernas y frescas, exploró el mullido valle y caminó entre las columnas de dura corteza coronadas por verdes copas, hasta atravesar las largas cañas que barren las nubes.

Se detuvo en el pequeño claro, más allá del cañaveral, justo en el fin de su mundo. Dio un paso atrás y admiró el periplo realizado. Comenzó a inhalar de forma intuitiva, dejando las fosas nasales abiertas, acogiendo el sonido de los pájaros y el silvestre aroma del viento al atravesar el verdor. 

Pero esta vez tomó otra senda. Ladeó levemente la cabeza, entornó los ojos y contempló su paisaje en conjunto. Poco a poco los aromas y sonidos se desdibujaron, el terreno verdoso oscureció enérgico y envió la verja más allá de la colina, los árboles y las cañas.

Sorprendido, intentó aminorar el ritmo pero su ánimo emitió un latido audaz y lo arrastró. La respiración se volvió más potente, inhalando grandes cantidades de aire, absorbiendo en cada bocanada, aromas salvajes de verde áspero, estruendos volátiles de bestias emplumadas y el lacerante tacto de corteza aristada.

Continuó en alocada carrera, inspirando metros de espesura, exhalando espacios de encierro. Galopando hacia la cuna del sol, allá entre colinas y árboles, donde el fulgor naciente comenzaba a fundir la verja mostrando al fin la esperada salida.

El ánimo espoleaba con pulsos violentos, mientras la carne bogaba con fuerza; espumando con ansia el último resuello, aferrado con tanta fuerza al hilo metálico que la sangre caía por sus muñecas. Los ojos desorbitados devoraron impávidos un metro más, hasta que una rota sonrisa de éxito extinguió la maquinaria.


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