Azul limpio, bruma temprana que enfría y adormece, refresca y despierta. Sobre las copas puntiagudas, asoma el reflejo grisáceo de calor amarillo. Aun es pronto, las casas relucen rocío y escarcha. Hace poco, cesaron los últimos golpes, el quejido de madera atravesada y el canto agudo del clavo haciendo camino. Algunos abrazan la paz de los últimos soplos nocturnos y cierran los ojos ante la llegada del alba.
De lado, frente al caballete, con tono agradable de café recién hecho, pincel cargado en mano derecha y cazoleta humeante en la izquierda, aspiraba con fuerza dos sorbos de aire, recogía el aroma que cuecen las brasas y enviaba la nube a través de la ventana, cubriendo su pueblo. La mano no avanzaba, la mente, anclada en el otro, buscaba el modo de presentar la vida cediendo a los demás sus ojos; de imponer la mirada propia en la ajena, con el poder legítimo de un pedazo de realidad. El fotógrafo sabe que aunque dos más dos sean cuatro, existen muchas formas de presentar tal número.
Pensó en las fotos que le dejó Curteys; el orgullo olvidado del indio en la reserva, el honor del soldado alejado del mundo y la paz reencontrada por el infante criado entre horrores. Dio otra bocanada y miró el lienzo en blanco. ¿De dónde viene esa habilidad para reconocer las capacidades dormidas? ¿Cual es el secreto para viajar a lo más profundo del ser y avivar la llama durmiente? Más importante aún, ¿cómo trasladarlo a otros? ¿En qué modo esa luz adherida al papel puede devolvernos el mundo transformado? ¿No tendrían razón los paganos?, ¿acaso no agarran tu alma y la moldean?, ¿no te obligan a verte de forma distinta a como te has construido? Cuánto poder acumulado en una pieza de papel...
Notó el tacto algodonoso del humo correteando por la boca, el punto final ligeramente picante y el placer de expulsarlo y verlo expandirse alrededor de la tela. Qué diferencia tan grande con la pintura filtrada en el lienzo. La carencia de realidad, la imposibilidad de coger un pedazo de mundo y filtrarlo para mostrar algo sin, aparentemente, cambiar nada. La pintura se muestra lejos del objeto, evidencia falsedad, la fantasía de la que nace y depende del receptor para comenzar el juego en que todo es cierto.
Apretó ligeramente la cazoleta buscando el calor de la brasa en la palma de la mano; posó las cerdas cargadas sobre la tela virgen y tiró hacia abajo dejando una erupción de azul intenso. Con un solo trazo dio vida al suelo muerto, otorgando el primer pulso a un mundo distinto, de azur vivo, pequeñas ondas y el jugueteo intermitente de un pincel extinguido en la delgada línea final. Dentro de aquel limbo pálido, había cambiado las normas, quebrado los límites, ignorado todos los convenios; todo era posible y aceptable, justamente porque se originaba lejos de la realidad, porque nadie teme los cambios cuando se presentan en otro plano.
Entornó los ojos, anclándolos en la línea, recorriendo el contorno sinuoso, los relieves fluctuantes, fruto del capricho de un pulso errático y parcial, y dedicó unos segundos más a pensar en lo que suponía aquella creación; se sorprendió al comprender cómo todo en ese pequeño mundo dependía del origen del primer trazo, cómo ese azul condicionaba todo cuanto llegara a partir de entonces.
-DeLoyd, ¿se encuentra bien?
-Sí, Ángel, perdone, se ha explicado con absoluta claridad. No esperaba noticias así y menos ahora que habíamos conseguido acabar el saloon. Es un duro revés, pero cualquier colina no será sino un nuevo puntal para nuestra Roma.
-No sé qué decir, me quedé tan sorprendido como usted. Pero los papeles son correctos, todo legal, firmados del puño y letra de Jeb.
-Parece que nuestro progenitor sigue sacando cartas de la manga. Te seré sincero, no puedo ni imaginar el porqué de este movimiento; es imposible jugar con un idiota. De todas maneras, por largo que sea el camino, tendremos nuestra Canatia.
-Esperemos que así sea... ahora, si me disculpa, voy a llevarle sus pertenencias al señor Miller, está en el saloon tomando un baño.
-Claro, muchas gracias por todo. Menos mal que lo encontró en medio del desierto.
-¿Sabe una cosa? al dar con él, allí en medio, agonizando entre el polvo, encontró fuerzas para darme las gracias y regañarme por haber tardado más de lo que un tal “Perro Amarillo” le había indicado. No sé de qué demonios podía estar hablando.
-Quien sabe; el calor juega con la mente como si de barro se tratase.
-Quizás; en fin, voy a llevarle sus papeles y el libro de cuentas.
-De acuerdo, recuerde avisar al resto para que vayan al saloon. En cuanto el señor Miller se haya repuesto, haremos la asamblea.
-Delo por hecho.
-Ángel, gracias y ánimo... cuando la realidad indica que todo ha acabado, es el momento de dejar los espejos y empezar a trazar azules sobre blanco.
-Perdone, no le comprendo.
-Nada, déjelo; es solo que me alegro de tener este lienzo aquí. Todo irá bien.
Al cerrarse la puerta, volvió el silencio; DeLoyd llevó la pipa a sus labios y aspiró fuerte, hasta escuchar el suave crepitar de tabaco ardiendo; observó de nuevo el blanco y vio plasmada la ausencia, la falta de contactos, de influencia, de medios... la ruptura total con el mundo que le rodeó y la línea azul, imperfecta, corva, temblorosa en ocasiones, pero dispuesta a ser el puntal de toda una nueva realidad. Se recostó en la silla y, como si las palabras tuvieran demasiado peso para decirlas callado, pronunció en voz alta: “...y el pintor crea que dos más dos serán cinco”.
Pensó en las fotos que le dejó Curteys; el orgullo olvidado del indio en la reserva, el honor del soldado alejado del mundo y la paz reencontrada por el infante criado entre horrores. Dio otra bocanada y miró el lienzo en blanco. ¿De dónde viene esa habilidad para reconocer las capacidades dormidas? ¿Cual es el secreto para viajar a lo más profundo del ser y avivar la llama durmiente? Más importante aún, ¿cómo trasladarlo a otros? ¿En qué modo esa luz adherida al papel puede devolvernos el mundo transformado? ¿No tendrían razón los paganos?, ¿acaso no agarran tu alma y la moldean?, ¿no te obligan a verte de forma distinta a como te has construido? Cuánto poder acumulado en una pieza de papel...
Notó el tacto algodonoso del humo correteando por la boca, el punto final ligeramente picante y el placer de expulsarlo y verlo expandirse alrededor de la tela. Qué diferencia tan grande con la pintura filtrada en el lienzo. La carencia de realidad, la imposibilidad de coger un pedazo de mundo y filtrarlo para mostrar algo sin, aparentemente, cambiar nada. La pintura se muestra lejos del objeto, evidencia falsedad, la fantasía de la que nace y depende del receptor para comenzar el juego en que todo es cierto.
Apretó ligeramente la cazoleta buscando el calor de la brasa en la palma de la mano; posó las cerdas cargadas sobre la tela virgen y tiró hacia abajo dejando una erupción de azul intenso. Con un solo trazo dio vida al suelo muerto, otorgando el primer pulso a un mundo distinto, de azur vivo, pequeñas ondas y el jugueteo intermitente de un pincel extinguido en la delgada línea final. Dentro de aquel limbo pálido, había cambiado las normas, quebrado los límites, ignorado todos los convenios; todo era posible y aceptable, justamente porque se originaba lejos de la realidad, porque nadie teme los cambios cuando se presentan en otro plano.
Entornó los ojos, anclándolos en la línea, recorriendo el contorno sinuoso, los relieves fluctuantes, fruto del capricho de un pulso errático y parcial, y dedicó unos segundos más a pensar en lo que suponía aquella creación; se sorprendió al comprender cómo todo en ese pequeño mundo dependía del origen del primer trazo, cómo ese azul condicionaba todo cuanto llegara a partir de entonces.
-DeLoyd, ¿se encuentra bien?
-Sí, Ángel, perdone, se ha explicado con absoluta claridad. No esperaba noticias así y menos ahora que habíamos conseguido acabar el saloon. Es un duro revés, pero cualquier colina no será sino un nuevo puntal para nuestra Roma.
-No sé qué decir, me quedé tan sorprendido como usted. Pero los papeles son correctos, todo legal, firmados del puño y letra de Jeb.
-Parece que nuestro progenitor sigue sacando cartas de la manga. Te seré sincero, no puedo ni imaginar el porqué de este movimiento; es imposible jugar con un idiota. De todas maneras, por largo que sea el camino, tendremos nuestra Canatia.
-Esperemos que así sea... ahora, si me disculpa, voy a llevarle sus pertenencias al señor Miller, está en el saloon tomando un baño.
-Claro, muchas gracias por todo. Menos mal que lo encontró en medio del desierto.
-¿Sabe una cosa? al dar con él, allí en medio, agonizando entre el polvo, encontró fuerzas para darme las gracias y regañarme por haber tardado más de lo que un tal “Perro Amarillo” le había indicado. No sé de qué demonios podía estar hablando.
-Quien sabe; el calor juega con la mente como si de barro se tratase.
-Quizás; en fin, voy a llevarle sus papeles y el libro de cuentas.
-De acuerdo, recuerde avisar al resto para que vayan al saloon. En cuanto el señor Miller se haya repuesto, haremos la asamblea.
-Delo por hecho.
-Ángel, gracias y ánimo... cuando la realidad indica que todo ha acabado, es el momento de dejar los espejos y empezar a trazar azules sobre blanco.
-Perdone, no le comprendo.
-Nada, déjelo; es solo que me alegro de tener este lienzo aquí. Todo irá bien.
Al cerrarse la puerta, volvió el silencio; DeLoyd llevó la pipa a sus labios y aspiró fuerte, hasta escuchar el suave crepitar de tabaco ardiendo; observó de nuevo el blanco y vio plasmada la ausencia, la falta de contactos, de influencia, de medios... la ruptura total con el mundo que le rodeó y la línea azul, imperfecta, corva, temblorosa en ocasiones, pero dispuesta a ser el puntal de toda una nueva realidad. Se recostó en la silla y, como si las palabras tuvieran demasiado peso para decirlas callado, pronunció en voz alta: “...y el pintor crea que dos más dos serán cinco”.
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