Tres sillas en el porche, haciendo equilibrios; tres pares de botas, posadas en la barandilla. Miran hacia el saloon, entre hilos de humo y aroma de café recién hecho, cuando llega el alba. Desde allí se escucha una puerta, el crujido de la pasarela y la puerta de la segunda torre del saloon. Las sillas se incorporan, las botas toman tierra y todos esperan con ganas lo que ha de venir.
-Buenos días caballeros, ¿cómo tan temprano hoy?
-Shhh! Venga aquí, que va a salir ya.
DeLoyd subió al entarimado de la oficina del sheriff y se acercó a sus vecinos, aceptando una taza de café.
-Salir, ¿quién?
-Vino anteayer, en la diligencia. Ayer a primera hora de la mañana, cuando fui a despertar al par de borrachuzos que encerré la noche anterior, lo vi ahí mismo.
El sheriff señaló la puerta del saloon. Esta se abrió con cuidado y dejó salir a un señorito del este con calzado brillante, pantalones cortos de buena tela y camiseta interior de tirantes. Empezó a realizar movimientos extraños, similares a los contorsionistas que actúan en los circos.
-¿Por qué va así vestido, le han robado?
-No, no; ayer pensé lo mismo, pero antes de que fuera a preguntarle, comenzó a hacer todas esas posturas extrañas.
El hombre continuó con sus movimientos y, antes de que pudieran acertar a comprender la naturaleza de tan extraña conducta, se inclinó ligeramente hacia adelante, movió un pie y comenzó a correr.
-¿Pero adónde va?, ¿de qué huye?
Las seis manos apretaron incrédulas la barandilla. El sheriff sonrió, dio un trago del amargo café y esperó hasta que el hombre desapareciera en el horizonte.
-Ayer estuve tentado de seguirle pero esperé a que regresara, eso sí, tardó un buen rato. Al volver no pude aguantarlo más, le pregunté que adónde había ido y me respondió que a dar una vuelta.
-Pues que alquile uno de los caballos de Ángel, lo he visto comer y beber y os aseguro que no le falta dinero.
-Eso mismo pensé yo; pero, esperaos a que regrese...
El hombre dejó el pueblo atrás. Fue acelerando; todo cuanto tenía alrededor se iba difuminando hasta perder toda relevancia; ni sonidos, ni imágenes, solo el punto recto que marcaba su ruta. Siguió equilibrando el paso, buscando la armonía del cuerpo y llegó al momento esperado: el punto fluido en que los pies apenas tocan el suelo y el hombre descubre que es posible volar. A partir de entonces todo camino se espera infinito, que el parar sea cosa del individuo, no del medio. Y siguió devorando a zancadas el polvo frío; un ínfimo punto cruzando el océano de arena, observado por los gigantescos leviatanes de roca. Fue entonces cuando llegó la lucha, la terrible barrera de dolor y cansancio; el desespero, la necesidad de extinguir el esfuerzo. Mas siguió adelante, dejó al cuerpo que abandonara y fuera la mente quien tomara las riendas; un poco más, rompiendo umbrales, hasta volver a casa.
-¡Lo veis, por ahí viene!
-¿Ha estado todo este rato corriendo? Pero... para qué demonios...
-Esperad, esperad.
Tomó tierra, ralentizó el paso de forma progresiva, hasta acabar caminando con los brazos en jarra y la mirada fija en el suelo, buscando el resuello. Llegaron las punzadas, el calor y el latido de un corazón que todavía quería más. Siguió andando, expulsando las sensaciones en muecas de sufrimiento.
-¿Qué hay que esperar? Este hombre está hecho polvo.
-Esperad...
Llegó a la puerta del saloon, con el ritmo calmado y un color más cercano al tono habitual. Notó la brisa y alzó el rostro para aprovechar cada rastro de frescor matutino. Antes de entrar, sintió la presencia de los lugareños que miraban sorprendidos. Se giró y alzó su mano para saludarles; fresco, ligero, tranquilo, lleno de energía.
-¡Buenos días, caballeros, una mañana espléndida! Señor Bison, ¿sería posible tomar uno de sus magníficos desayunos?
-La madre que lo parió... -masculló el cocinero-. Cómo no, señor, queda carne asada de anoche, un poco de pan y algo de café recién hecho.
-Perfecto, estará bien para empezar.
-Buenos días caballeros, ¿cómo tan temprano hoy?
-Shhh! Venga aquí, que va a salir ya.
DeLoyd subió al entarimado de la oficina del sheriff y se acercó a sus vecinos, aceptando una taza de café.
-Salir, ¿quién?
-Vino anteayer, en la diligencia. Ayer a primera hora de la mañana, cuando fui a despertar al par de borrachuzos que encerré la noche anterior, lo vi ahí mismo.
El sheriff señaló la puerta del saloon. Esta se abrió con cuidado y dejó salir a un señorito del este con calzado brillante, pantalones cortos de buena tela y camiseta interior de tirantes. Empezó a realizar movimientos extraños, similares a los contorsionistas que actúan en los circos.
-¿Por qué va así vestido, le han robado?
-No, no; ayer pensé lo mismo, pero antes de que fuera a preguntarle, comenzó a hacer todas esas posturas extrañas.
El hombre continuó con sus movimientos y, antes de que pudieran acertar a comprender la naturaleza de tan extraña conducta, se inclinó ligeramente hacia adelante, movió un pie y comenzó a correr.
-¿Pero adónde va?, ¿de qué huye?
Las seis manos apretaron incrédulas la barandilla. El sheriff sonrió, dio un trago del amargo café y esperó hasta que el hombre desapareciera en el horizonte.
-Ayer estuve tentado de seguirle pero esperé a que regresara, eso sí, tardó un buen rato. Al volver no pude aguantarlo más, le pregunté que adónde había ido y me respondió que a dar una vuelta.
-Pues que alquile uno de los caballos de Ángel, lo he visto comer y beber y os aseguro que no le falta dinero.
-Eso mismo pensé yo; pero, esperaos a que regrese...
El hombre dejó el pueblo atrás. Fue acelerando; todo cuanto tenía alrededor se iba difuminando hasta perder toda relevancia; ni sonidos, ni imágenes, solo el punto recto que marcaba su ruta. Siguió equilibrando el paso, buscando la armonía del cuerpo y llegó al momento esperado: el punto fluido en que los pies apenas tocan el suelo y el hombre descubre que es posible volar. A partir de entonces todo camino se espera infinito, que el parar sea cosa del individuo, no del medio. Y siguió devorando a zancadas el polvo frío; un ínfimo punto cruzando el océano de arena, observado por los gigantescos leviatanes de roca. Fue entonces cuando llegó la lucha, la terrible barrera de dolor y cansancio; el desespero, la necesidad de extinguir el esfuerzo. Mas siguió adelante, dejó al cuerpo que abandonara y fuera la mente quien tomara las riendas; un poco más, rompiendo umbrales, hasta volver a casa.
-¡Lo veis, por ahí viene!
-¿Ha estado todo este rato corriendo? Pero... para qué demonios...
-Esperad, esperad.
Tomó tierra, ralentizó el paso de forma progresiva, hasta acabar caminando con los brazos en jarra y la mirada fija en el suelo, buscando el resuello. Llegaron las punzadas, el calor y el latido de un corazón que todavía quería más. Siguió andando, expulsando las sensaciones en muecas de sufrimiento.
-¿Qué hay que esperar? Este hombre está hecho polvo.
-Esperad...
Llegó a la puerta del saloon, con el ritmo calmado y un color más cercano al tono habitual. Notó la brisa y alzó el rostro para aprovechar cada rastro de frescor matutino. Antes de entrar, sintió la presencia de los lugareños que miraban sorprendidos. Se giró y alzó su mano para saludarles; fresco, ligero, tranquilo, lleno de energía.
-¡Buenos días, caballeros, una mañana espléndida! Señor Bison, ¿sería posible tomar uno de sus magníficos desayunos?
-La madre que lo parió... -masculló el cocinero-. Cómo no, señor, queda carne asada de anoche, un poco de pan y algo de café recién hecho.
-Perfecto, estará bien para empezar.
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