Apenas un claro, con cuatro edificios, perdido entre árboles. El pueblo de nadie, donde los proscritos encuentran su hogar. La sombra atardece y se mezcla el frescor de lo verde con el olor del alcohol, los gritos de los borrachos y los disparos: algunos al aire, otros alojados en carne. De uno de esos antros sale un hombre de dios, contando dinero, mientras su atento seguidor cuida sus espaldas con el rifle cargado y la prudencia en los ojos.
Se acercaron a los establos y Zek pagó la cantidad para recoger sus caballos. A pocos metros, un par de hombres conversaba con el típico tono que invoca la curiosidad. Intentó aguzar el oído mas le fue complicado descifrar la información; y, ya demasiado viejo, conocía el peligro de las palabras quebradas y de cómo estas deforman las intenciones de los hablantes.
-Reverendo, cuanto menos tiempo pasemos aquí, mejor. Esta gente no es de fiar y, si han pagado por los barriles, poco tardarán en intentar recuperar su fortuna.
-Algo tramaban esos dos, Fred. No sabría decirte el qué, pero sin duda es importante si en un sitio donde hasta los tímidos truenan debe susurrarse. Teme al ángel cuando venga con la espada en llamas, pero tiembla más aun cuando sea el demonio quien se acerque sin mostrar su ansia.
El hombre llegó, con las bestias limpias, atadas al carro. El Reverendo le dio las gracias y deslizó algo de dinero en su mano.
-Disculpe, ¿no recordará por casualidad de qué hablaban aquellos dos caballeros?
El hombre observó el lugar, rascándose el mentón y extendiendo de nuevo la mano.
-Quizás por casualidad...
Dos monedas más cambiaron de dueño y el brillar del metal pareció aclarar la memoria.
-Ya han pasado varios con el mismo cuento. Hablan de una viuda que vive a unas cuantas jornadas de aquí, en medio de la nada: la mujer del desierto, la llaman. Algunos la conocen por ser la primera casa que aparece tras la arena y ofrece, a cambio de poco, algo de comida. Unos dicen que vive sola, otros que con un perro y no falta quienes cuentan que al morir su marido perdió esta el juicio y continúa aferrada a su cadáver corrompido.
-Yo estuve allí, comí en su mesa y no hubo ningún cadáver acompañándonos. En cuanto a su información algo falta. Nada de cuanto ha contado merece la pena abandonar un trago ni emprender camino a ritmo nocturno y callado. Espero, por tanto, que esto alumbre algún otro recuerdo.
Dos monedas más cayeron en la mano y la lengua se volvió a soltar.
-El caso es que últimamente se lleva hablando de un lugar, un pueblo llamado Canatia. Hay revuelo, nadie sabe el porqué, pero hay gente influyente metida en el asunto. Y Bob Morgan, uno de los dos que estaban aquí, escuchó decir que el marido de la mujer del desierto tenía un papel, una especie de concesión, para ir a ese pueblo. Al parecer ese papelajo se paga muy bien. No sé si será verdad o no, pero si Morgan va para allá, no me gustaría estar en el pellejo de esa señora. Mire reverendo, hay cosas que es mejor dejarlas estar, existe gente que no atiende a razones, que no tienen el más mínimo decoro ni escrúpulo; Bob Morgan es el padre de todos ellos.
El reverendo se despidió mientras Fred subía al carro. Soltó el freno, sacudió las riendas y emitió la voz de marcha.
Poco después, Fred se prometía no abrir la boca, pues cada vez que preguntaba le llegaba, con la respuesta, la certeza absoluta de que andaba errado. Mas conforme veía las montañas y los verdes valles alejándose e iba apareciendo en su mente el horizonte arenoso y el aire implacable de un sol abrasador, las palabras brotaron por sí solas.
-Reverendo, ¿por qué damos la vuelta? ¿Por qué regresar a un pueblo del que hemos robado todo su alcohol? Explíqueme, diga algo porque esta vez no se me ocurre razón alguna.
-Fred, tranquilo, no vamos exactamente por la misma senda. Además, no hables de robar; pues nos limitamos a tomar lo que aquella gente detestaba. Aun así, en el supuesto de que guardaran algún rencor en sus corazones, ¿quién en su sano juicio se arriesgaría a desandar su camino?, ¿dónde buscas al fugitivo, en la ruta de la huida o en la de regreso?, ¿no crees que de buscarnos lo harían siguiendo el camino que tú planteas?
-Sí que lo creo, porque es lo más conveniente. Podríamos...
El reverendo, levantó la mano, sellando a su compañero y continuó.
-Van a caballo y el tiempo que ganamos la última jornada viajando de noche, lo perderíamos tarde o temprano. Debes detectar los momentos en que parece que esté todo perdido, cuando tus capacidades no dan más de sí y reconocerlos, no para darte por vencido, sino para cesar el esfuerzo e invocar a la providencia divina y el ingenio. Ahora mismo, nuestro mejor rumbo es ir directo al peligro; tan hambriento está el diablo que nunca busca almas en el infierno.
Fred siguió con la mirada fija en el camino, concentrado en el cabeceo de las bestias, mientras asimilaba palabras, ideas y posibilidades. Buscó a tientas su rifle y se encontró un poco más seguro.
-Es por el papel, ¿verdad?
-¿El papel?
-La concesión de la que hablaba aquel tipo. El mismo papel que intenta conseguir el tal Morgan.
-Una viuda sola, en la costa de un desierto, ha conseguido salir adelante pese a las circunstancias. Toda una vida dedicada a sobrevivir, a la autosuficiencia; resistencia, ímpetu y tesón. Magníficas cualidades que el señor puso en ella en el mismo momento en que quedó desamparada. Una planta dura y fuerte que encuentra acomodo donde nadie lo haría. Un faro que acoge al perdido; fueron tus labios quienes bebieron y tu propio estómago quien calmó el hambre en su casa. ¿Es justo que tan bella creación se vea truncada por la codicia del ser humano?
Fred apoyó el mentón en el cañón del rifle, tomándose su tiempo y se giró hacia el reverendo. Esta vez no dijo nada, pues aquellas batallas las tenía perdidas, se limitó a mirarle hasta que la máscara perdió consistencia.
Zek notó el largo silencio y sintió la falta de respuesta.
-De acuerdo, Fred, también vamos por el papel.
Se acercaron a los establos y Zek pagó la cantidad para recoger sus caballos. A pocos metros, un par de hombres conversaba con el típico tono que invoca la curiosidad. Intentó aguzar el oído mas le fue complicado descifrar la información; y, ya demasiado viejo, conocía el peligro de las palabras quebradas y de cómo estas deforman las intenciones de los hablantes.
-Reverendo, cuanto menos tiempo pasemos aquí, mejor. Esta gente no es de fiar y, si han pagado por los barriles, poco tardarán en intentar recuperar su fortuna.
-Algo tramaban esos dos, Fred. No sabría decirte el qué, pero sin duda es importante si en un sitio donde hasta los tímidos truenan debe susurrarse. Teme al ángel cuando venga con la espada en llamas, pero tiembla más aun cuando sea el demonio quien se acerque sin mostrar su ansia.
El hombre llegó, con las bestias limpias, atadas al carro. El Reverendo le dio las gracias y deslizó algo de dinero en su mano.
-Disculpe, ¿no recordará por casualidad de qué hablaban aquellos dos caballeros?
El hombre observó el lugar, rascándose el mentón y extendiendo de nuevo la mano.
-Quizás por casualidad...
Dos monedas más cambiaron de dueño y el brillar del metal pareció aclarar la memoria.
-Ya han pasado varios con el mismo cuento. Hablan de una viuda que vive a unas cuantas jornadas de aquí, en medio de la nada: la mujer del desierto, la llaman. Algunos la conocen por ser la primera casa que aparece tras la arena y ofrece, a cambio de poco, algo de comida. Unos dicen que vive sola, otros que con un perro y no falta quienes cuentan que al morir su marido perdió esta el juicio y continúa aferrada a su cadáver corrompido.
-Yo estuve allí, comí en su mesa y no hubo ningún cadáver acompañándonos. En cuanto a su información algo falta. Nada de cuanto ha contado merece la pena abandonar un trago ni emprender camino a ritmo nocturno y callado. Espero, por tanto, que esto alumbre algún otro recuerdo.
Dos monedas más cayeron en la mano y la lengua se volvió a soltar.
-El caso es que últimamente se lleva hablando de un lugar, un pueblo llamado Canatia. Hay revuelo, nadie sabe el porqué, pero hay gente influyente metida en el asunto. Y Bob Morgan, uno de los dos que estaban aquí, escuchó decir que el marido de la mujer del desierto tenía un papel, una especie de concesión, para ir a ese pueblo. Al parecer ese papelajo se paga muy bien. No sé si será verdad o no, pero si Morgan va para allá, no me gustaría estar en el pellejo de esa señora. Mire reverendo, hay cosas que es mejor dejarlas estar, existe gente que no atiende a razones, que no tienen el más mínimo decoro ni escrúpulo; Bob Morgan es el padre de todos ellos.
El reverendo se despidió mientras Fred subía al carro. Soltó el freno, sacudió las riendas y emitió la voz de marcha.
Poco después, Fred se prometía no abrir la boca, pues cada vez que preguntaba le llegaba, con la respuesta, la certeza absoluta de que andaba errado. Mas conforme veía las montañas y los verdes valles alejándose e iba apareciendo en su mente el horizonte arenoso y el aire implacable de un sol abrasador, las palabras brotaron por sí solas.
-Reverendo, ¿por qué damos la vuelta? ¿Por qué regresar a un pueblo del que hemos robado todo su alcohol? Explíqueme, diga algo porque esta vez no se me ocurre razón alguna.
-Fred, tranquilo, no vamos exactamente por la misma senda. Además, no hables de robar; pues nos limitamos a tomar lo que aquella gente detestaba. Aun así, en el supuesto de que guardaran algún rencor en sus corazones, ¿quién en su sano juicio se arriesgaría a desandar su camino?, ¿dónde buscas al fugitivo, en la ruta de la huida o en la de regreso?, ¿no crees que de buscarnos lo harían siguiendo el camino que tú planteas?
-Sí que lo creo, porque es lo más conveniente. Podríamos...
El reverendo, levantó la mano, sellando a su compañero y continuó.
-Van a caballo y el tiempo que ganamos la última jornada viajando de noche, lo perderíamos tarde o temprano. Debes detectar los momentos en que parece que esté todo perdido, cuando tus capacidades no dan más de sí y reconocerlos, no para darte por vencido, sino para cesar el esfuerzo e invocar a la providencia divina y el ingenio. Ahora mismo, nuestro mejor rumbo es ir directo al peligro; tan hambriento está el diablo que nunca busca almas en el infierno.
Fred siguió con la mirada fija en el camino, concentrado en el cabeceo de las bestias, mientras asimilaba palabras, ideas y posibilidades. Buscó a tientas su rifle y se encontró un poco más seguro.
-Es por el papel, ¿verdad?
-¿El papel?
-La concesión de la que hablaba aquel tipo. El mismo papel que intenta conseguir el tal Morgan.
-Una viuda sola, en la costa de un desierto, ha conseguido salir adelante pese a las circunstancias. Toda una vida dedicada a sobrevivir, a la autosuficiencia; resistencia, ímpetu y tesón. Magníficas cualidades que el señor puso en ella en el mismo momento en que quedó desamparada. Una planta dura y fuerte que encuentra acomodo donde nadie lo haría. Un faro que acoge al perdido; fueron tus labios quienes bebieron y tu propio estómago quien calmó el hambre en su casa. ¿Es justo que tan bella creación se vea truncada por la codicia del ser humano?
Fred apoyó el mentón en el cañón del rifle, tomándose su tiempo y se giró hacia el reverendo. Esta vez no dijo nada, pues aquellas batallas las tenía perdidas, se limitó a mirarle hasta que la máscara perdió consistencia.
Zek notó el largo silencio y sintió la falta de respuesta.
-De acuerdo, Fred, también vamos por el papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario