Las voces atronaban desde el otro lado del risco, traídas por el resplandor intermitente de una fogata que proyectaba dos sombras gigantescas sobre la roca escarpada.
—Te digo que es inagotable. Ya he entrado tres veces y aún no me he hecho con todo lo que hay allí. Ese filón me va a hacer rico.
El tipo movía su mandíbula cuadrada a toda velocidad. Masticaba, bebía y hablaba todo a una con tal habilidad que parecía capaz de acabar con el mundo entero.
—Y a ti, ¿cómo te va?
Jubo cogió un poco de guisado del perol que colgaba sobre el fuego.
—Yo encontré uno de los concentrados, apenas más grande que un par de casas y bien cargado, pero... —Jubo negó con la cabeza.
—¡Jodida erosión! ¿Sin remedio?
—Completamente sellado, un poco más y consigo mi propio mausoleo.
—Pue yo, ya te igo que tes ve-es y jigue en fungionamiento —contestaba mientras se quitaba un trozo de comida de entre los dientes con la punta del cuchillo.
—Tengo pensado seguir por la zona del río, suelen haber cerca del agua.
Jubo echó un trago de su cantimplora y la pasó.
—Depende de la zona. Hubo bastantes que desconfiaron de que los cauces naturales quedaran envenenados. En esto de los filones no hay una puñetera norma que se cumpla más de dos veces seguidas. —Tomó la cantimplora y echó un buen trago. —Tienes toda la razón, está malo de cojones, pero mi caldo lo ha mejorado notablemente.
—Jajajaj, ¡eso dicen todos! Y la verdad es que cada vez sabe más raro y por extraño que parezca deja un buen regusto al final, como si estuviera más completo.
—¡Brindo por eso! —Tras el trago, cerró la cantimplora y se la devolvió a su dueño.
Jubo la guardó en su mochila y se recostó, apoyado en uno de los árboles, mirando fijamente al fuego.
—¿Qué piensas hacer cuando acabes?
El otro tipo estaba dando buena cuenta de uno de los dulces, cuando alzó la vista incrédulo.
—¡Maldita sea! ¡Pienso vivir por todo lo alto! En cuanto consiga lo suficiente, pienso abandonar este sitio de mierda, volver a casa con el pastizal, contratar a cuatro o cinco imbéciles como nosotros y dedicarme a esperar mis ganancias pegándome la gran vida.
—No sé, no lo tengo tan claro...
—Bueno, siempre puedes darme tu parte —dijo y la cuadratura del círculo se dibujó socarrónamente en su rostro.
—Jajajajaj, no lo veo, amigo, —La sonrisa se perdió en el baile de llamas y el crepitar del fuego.— ¿Nunca has pensado para qué sirve todo esto?
—¡Todos los días! Para ganar felicidad y con qué criar bien fuerte y grande a este, —dijo llevándose ambas manos al estómago.
—Venga, ¿nunca te preguntas qué harán con lo que tenemos en los cosechadores?, ¿para qué utilizarán esa información?, ¿qué demonios van a construir con lo que extraemos?
—Ah, eso... ¿Sabes qué? —cogió un puñado de frutos secos y los lanzó directos a la boca— No me importa una mierda. Nosotros nos jugamos el pellejo entrando en esas galerías: los chispazos, la erosión, por no hablar de todos los peligros del exterior. Esa es nuestra vida, las demás preocupaciones que las tengan otros.
—Mira, hay algo que lleva pasándome desde la primera vez que vine. Algo en todo esto que me llama de una forma tan básica y honesta que me parece casi obsceno eludir. Con cada inmersión me siento más cerca de este lugar.
—Yo creo, querido Jubo, que se te ha metido la erosión en el seso. He oído de algún caso antes... pero eso se cura volviendo y dando buen uso a lo que ganes: buen comer, buen beber, buen follar y unos cuantos caprichos que te hermanen de nuevo con el mundo.
—Joder, eso es lo bueno. He comido mejor aquí que en ningún lado, la otra, la comida de casa, es un conjunto de fogonazos y destellos tan extremo que apenas sé lo que como. Y no me negarás que este licor da de qué hablar.
—Joder, eso es lo bueno. He comido mejor aquí que en ningún lado, la otra, la comida de casa, es un conjunto de fogonazos y destellos tan extremo que apenas sé lo que como. Y no me negarás que este licor da de qué hablar.
—Vale, la cena ha sido una gozada. Y este caldo te da una patada en el paladar con el primer trago, para dejarte las ganas de pillar todos los tonos que guarda al echar alguno más. Que sí, que en eso tienes razón. Pero, nada de esto sabrá igual cuando vuelvas. Cuando vuelvas querrás aquello que ahora no tienes. Todas esas cosas que, por mucho que te empeñes, nos hacen disfrutar.
—Ostias, es que me siento rico ahora. Lo mismo, la cosa está en volver sabiendo que toda esa mierda accesoria no es más que eso... complementos que nada pasa si caen.
—Entonces, ¿me das tu parte? Porque si es así, ¡bendita erosión! Espero que trastorne a unos cuantos más.
—Mejor me guardo mi parte. Y, lo mismo cuando andes encadenado a tu gran vida, esperando con ansia a esos imbéciles que deben traer más ganancias. Es posible que te apetezca pasarte a charlar y echar un trago, lejos de cuentas, cosechadores y ese torrente de tretas y jugadas para obtener un mayor beneficio. A lo mejor hasta resulta que entonces echarás de menos el fuego para espantar el frío y esta absurda charla antes de que se haga de día y nos mandemos mutuamente a la mierda.
—¿Sabes?, si en algún momento tengo la desfachatez de echar algo de eso de menos, siempre podré contratar a algún maldito loco al que la erosión le haya sorbido el seso.
—No tengo precio.
Las sombras atronaron de nuevo. Nuevos leños cayeron al fuego y continuaron las voces y carcajadas hasta casi despuntar el alba. En ese momento recogieron sin haber pegado ojo y se mandaron mutuamente a la mierda.
Hacia el norte partió el otro; Jubo marchó al oeste, y comenzó el caminar con un párrafo agarrado a su mente:
¡Sencillez, sencillez, sencillez! Os digo que vuestros asuntos sean dos o tres y no cien o mil.
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