El fuego se alza majestuoso, junto a la columna de risas y charla clara y sincera liberada de toda tensión. Debían haber hecho turnos para las guardias, atesorar las fuerzas para continuar el camino en la mejor de las condiciones. Pero los ánimos aún vibran, relucen los ojos y brotan, una y otra vez, las historias de lo sucedido.
Nadie puso pegas, nadie mandó dormir a unos cuantos. Prefirieron disfrutar un rato, destensar las almas y, ya más pausados, encontrar descanso en el sueño reparador.
Quizás lo más novedoso, lo más increíble, era el reflejo rojizo de una melena libre de ataduras, que desterraba su pose marcial de señorita del este y reía cómplice junto a la Sra Howard y a su aliviado esposo que aún andaba dándole vueltas a la posibilidad de captar de alguna manera, aunque solo fuera una imagen, lo ocurrido…
Hasta el viejo reía recordando su anclaje, maravillado por no haber deformado el revólver ante la presión de su mano. Pues por un momento, lejos de toda civilización, algunas cosas parecían tener mucha menos relevancia; mientras que otras se mostraban básicas, reparadoras, esenciales.
Y en esas se echaron, junto al reconfortante calor del fuego, mirando al frescor infinito de un cielo oscuro plagado de miríadas de estrellas. Así fueron vaciando la charla, aminoraron los recuerdos y surgieron las ganas de dormir.
Quedaron en pie Patty y Jake. La reverenda miraba hacia el frío horizonte.
–Patty. Vamos a tener jaleo, ¿verdad?
–Puedes apostar a que sí. Ya no se trata de una corazonada. Henry dice que ninguno de los jinetes que nos atacaron era de sus coyotes…
–No sé si sobreviríamos a otra encerrona igual.
–Bueno, eso está por ver. No ha ido tan mal. Pero la siguiente vez que se te ocurra “vivir la vida”, recuérdame que demuestre algo de sentido común y te mande a la mierda –resopla divertida la reverenda.
Ríe Jake en respuesta, mientras echa un vistazo a la señorita que duerme ahora, completamente relajada.
–¿Qué pasará con ella? Me da que nadie en su destino espera aquello en lo que se está convirtiendo.
–Eso, querido amigo, no es asunto nuestro. Ya tenemos bastante con salir de este infierno. Además, si es a ella a quien esperan, es más ella la que duerme aquí que la que subió por primera vez en la diligencia.
–Puede ser pero, ¿por qué ahora? ¿Acaso no habrá tenido momentos difíciles en el este?
–No se trata de vivir momentos difíciles. En el este son muchos y apiñados, continuamente expuestos al roce y muy pocas veces para bien. Los golpes y amenazas forjan defensas, no personas. Aquí se ha expuesto, junto a la Sra. Howard, para ayudar a otro y ha conseguido salvarle. En esos momentos el alma reacciona de otra forma: estar con otros que no implican mal, arrimar el hombro, supone un bien y por tanto quiere estar ahí.
–Ya veremos qué opina el viejo...
–De momento a ver cómo nos apañamos para llegar vivos. Podríamos despertar al alcornoque y a Sam.
–Buena idea, planteamos la ruta entre todos y que se quede Henry después de guardia; a Sam lo necesitamos fresco.
Se levantaron, pusieron café al fuego y fueron a despertar a los otros. Los surcos en el suelo mostraban un mapa complejo. El ataque había dejado claro el modo de actuar del enemigo. Fue una jugada más peligrosa de lo que en inicio esperaban. Ahora los apeaderos eran inaccesibles, igual que las rutas alternativas y en los caminos más difíciles se esperaba la presencia de los coyotes de Henry. Para poder cruzar aquel infierno, era necesario hacer que los demonios entraran en conflicto.
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