Apoyaba un pie en la clavícula mientras se sostenía sobre la silla con el otro. Una mano presionando la frente de la víctima; la otra apretando las tenazas.
—¡Demonios, quédese quieto!, ¡que así no puedo trabajar!
Palanqueó, sudó y blasfemó mientras los gritos no cesaban; hasta que al final salió.
—¿Ya eftá, doftor? —dijo el pobre diablo con tono aliviado, casi agradecido.
—Falta poco, caballero, muy poco... —respondió titubeando el matasanos al distinguir en las tenazas, entre las brumas de la embriaguez, el blanco impoluto de la pieza incorrecta.
—Seguimos el método de la brillante Miss Katie Bender, una excelente profesional que descubrió... —paró un momento para hacer mella en el nuevo objetivo— que aplicando una gran cantidad de dolor, cualquier sufrimiento posterior... —recolocó las tenazas, apretó y tiró una vez más con fuerza— ¡se atenúa!
Gritó la víctima como si el cielo se rompiera.
Miró el doctor, orgulloso, la pieza careada y, pletórico, la dejó en el bacín junto a sus tres hermanas sanas.
—¡Ahora sí, caballero! Listo; son 40$.
No hay comentarios:
Publicar un comentario