Una vez proyecté un pequeño pedazo de
tierra en medio de un lago. Liberé conejos y gallinas para que
el impulso natural me proveyera de carne y huevos. Ideé una balsa
con madera del lugar y cuerda de esparto trenzado, en la que
transportar de la otra orilla el esqueleto de una
sencilla cabaña; apenas un lugar donde descansar y encontrar cobijo. Imaginé el sosiego de la pesca, la
insignificancia de un punto en la inmensidad del lago. La punzada
vital del frescor intenso del agua y la reparadora calidez del sol.
Por dentro corrió un pequeño
riachuelo, una agradable sensación de control, majestad y
liberación. La recompensa de invertir el esfuerzo en uno mismo. El
sudor gastado en la subsistencia; la realización del reto para el
que estamos genéticamente preparados.
Pero algo accionó el interruptor y la
otra orilla comenzó a marchitarse. Los cielos nublados negaban la
compensación glacial. Desapareció la vida del lago y el espacio
acuoso se manifestó inabarcable. Las tormentas destrozaron mi débil
embarcación y golpearon con crueldad hasta destruir mi choza. La
humedad y el frío anidaron en las entrañas de mis animales sin que
nada pudiera hacer para salvarlos. Finalmente, las aguas
crecieron hasta engullir aquel humilde pedazo de tierra que pareció
no haber existido nunca.
Una grieta reseca hería el ánimo.
Desasosiego, pérdida y desconcierto. Un vacío simplón que decidí
taponar con las opciones de recreo dispuestas, al alcance de
cualquiera, para tal efecto.
Esta chulo, aunque el final no me ha gustado mucho. No creo que el vacío sea simplón en cambio si las opciones de recreo.
ResponderEliminarBueno un saludo y sigue escribiendo que aunque no conteste siempre te leo.
Au cacau.
No te falta razón, de hecho las opciones de recreo prefabricadas sólo consiguen taponar el vacío "simplón".
ResponderEliminarMuchas gracias por visitar estas tierras. Tus comentarios siempre son bienvenidos.