Peldaños de madera recorren la pared
desconchada hasta el corte parduzco de teja antigua. Arriba, observando
el cielo vacío, Lanturo juguetea con unas pocas monedas mientras
recuerda, tiempo atrás, los años pasados en Sorga. Las tardes de
jugo de naranja, nieve, chocolate y canela. Los paseos por los
muelles junto a Dría, la nodriza, comprando enseres traídos de los
confines del mundo. Y aquella cantidad de dinero que parecía no
acabarse nunca; cuando el problema no era tener, sino esperar.
Ahora las monedas han enrojecido y
apenas llenan una bolsa pequeña.
Abajo se escuchan las risas de los
chiquillos librando una épica batalla contra almendras saltarinas en un
mortero; mientras, por la chimenea, sube el aroma de un caldo humilde
con esa caricia de paladar que sólo Namira sabe ofrecer.
Atrás quedan los tiempos de holgura,
de cata de excelencias. Sin embargo, no recuerda la sensación de
desahogo, de no contar el metal una y otra vez para arrancar un día más al calendario, guardando un poco para después.
Quizás no lo recuerda porque nunca
ocurrió. Porque resulta curioso que estando en la cima se pusiera de
puntillas e intentara rozar las nubes, en lugar de admirar el
paisaje. Sin embargo, con el pobre
tintineo de cuatro cobres, nota una extraña pulsión de alegría.
Los grandes manjares no tapan el caldo, la fiesta se espera con
impaciencia y queda muy lejos el no saber que regalar cuando se tiene
de todo.
Una voz le devuelve a la tierra, el
bueno de Jurno se acerca con una botella.
"¡Ey, hazme un hueco que subo!
Tienes que probar esto, me ha salido un poco más fuerte que la
última vez, si tienes algún corte te vas a divertir..."
Sonríe mientras ve al destilador
novel batirse torpemente con la escalera y piensa que quizás pueda sacar algo bueno
de esto.
Cuando las cosas mejoren habrá que tener memoria.
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