Llevaba una semana con el alma torcida,
incrustada en el cuerpo, añorando mandar. Cansado en el fondo del
paso correcto, jodidamente mundano. Deambulaba de
noche, haciendo paradas a tragos oscuros, mientras de día seguía el
ritmo adecuado; cadencia intachable de un ciudadano más. Fue fácil
seguir el nuevo rumbo de noches insólitas y figuras forzadas estallando libremente. Cuando
rebasas la falta de sueño llega el momento de sentarse con calma y
tomar un café.
Allí lo encontré: sombrero alto
gastado, rostro distante y mirada viva que bebe de quienes vagan buscando misión. Con garra huesuda ofrece una taza
mientras espeta con calma un trato curioso, -¿Que tal una vida, inmerso en la gloria que la gente arrincona salvaguardando un falso bienestar?-.
Desde entonces recorro noches eternas,
te muestro un pedazo de tu propia gloria que un día negaste por
comodidad. Tras mi visita, despiertas una sonrisa en la cara,
recordando imposibles acabados de cumplir. Cuando paso de largo, sientes el grito de tu ánimo inquieto, ávido de poderse manifestar.
Si en algún momento, al despertar, sientes el ansia de
volver al mundo olvidado, quizás sea la ocasión de mantenerse despierto y tomar una taza de la garra huesuda
en la barra de un bar.
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