lunes, 8 de abril de 2013

Por qué vuela Superman


"Clark, evita el enfrentamiento. No hagas nada que no quieras que te hagan, pero acepta que a veces ocurra a la inversa. No corras, saltes, ni rías de forma descontrolada. No soples las velas a pleno pulmón. Un simple codazo, un estrechar de manos o incluso un leve tropiezo, pueden acabar en tragedia... 
Lo siento mucho hijo, sé que te pido demasiado, pero debes contenerte."

Sale de casa con un enjambre en el cerebro, nutrido por directrices sencillas que facilitan la convivencia, asimiladas, una a una, con el paso del tiempo. Es ahora, al contemplarlo en conjunto, cuando comprende el daño.

Se siente atado, confinado y recluido por normas que chocan contra su naturaleza. Duda de si, con el peso de los años, no se estará hundiendo. Si tanto acatar las normas no está aniquilando una parte de sí mismo, su verdadero potencial. Vaga con su hormigueo craneal una carretera abandonada; asfalto negro entre dorados trigales y, arriba, una maraña de nubes con un hueco lleno de luz clara y potente. 

Se pregunta si llegará de un salto, mira a ambos lados y flexiona al máximo las piernas, reteniendo el estallido un poco más, hasta que todos sus músculos amenazan con rasgarse. Entonces detona la sangre y, con un estruendo, un fragmento de asfalto se despedaza bajo sus pies al elevarse.

Devora con ansia cada metro que lo separa de las nubes. Extiende los brazos y recoge el agua de lluvia al atravesar el algodón etéreo. Pero la velocidad aminora, el salto está llegando a su fin y Clark debe volver al suelo.

Mas queda muy poco y el ansia por alcanzar su objetivo no disminuye. Por un momento deja de mirar abajo, de pensar en las normas y el resto de cercas y se concentra sólo en aquel pedazo de luz. Es entonces cuando la velocidad no se reduce, sino que aumenta. Sonríe y acelera aún más.

Inmerso en el ensordecedor bufido del aire, grita con todas sus fuerzas como ser bajo el agua. Aviva aún más el vuelo, hasta que el entorno se emborrona y le asalta la excitación de desafiar sus propios límites. Las casas se alejan, los países empequeñecen y el mundo entero se vuelve un simple planeta más.

Se detiene, exhausto, y observa sonriente la magnitud real de los muros de su confinamiento. Desde ahí, tiene otra perspectiva; desde ahí, es el Hombre de Acero.

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