Ecos de pasos ondearon la oscuridad.
Notó el papel bajo la mejilla y los dedos de su mano izquierda
aprisionados por la sien. El quinqué se había apagado y
un hilillo de saliva caía por la comisura de sus labios. Fue abriendo los ojos, reavivando los músculos y tratando de
exorcizar el chisporroteo de sus dedos dormidos. De nuevo
escuchó los pasos. Escudriñó el entorno buscando respuestas, pues sólo los
muertos podrían caminar ya por esa casa.
La luz
del sol caía tras las cortinas. Se incorporó, estiró los brazos escuchando el
crujido del vestido y observó la mesa llena de papeles. Las cuentas,
patrimonios y bienes de la familia descansaban allí sin que su
administrador habitual pudiera hacerse cargo. De nuevo escuchó los
ecos, esta vez seco golpeteo contra madera acompañado de una voz
aguda con cierto aroma de ricino.
El cristal de la puerta mostraba la
silueta reducida y curva de un tocado con pañuelo. Después de lo
ocurrido el día anterior, pensó que nada bueno podría ofrecer
aquel portón y decidió, por un momento, dar media vuelta.
-¿Señorita Seanlan, está usted ahí?
Aquella era sin duda la voz de la
señora Wilberd, una de las damas más influyentes de la ciudad. Tabitha tomó aire, ahuyentó las arrugas de la ropa, se arregló el
pelo y abrió.
-Buenos días señora Wilberd, es usted
muy amable al pasarse por aquí. -Rompió su cara de arcilla en busca
de una sonrisa, mientras con todo su cuerpo intentaba emplazar una
barrera para impedir la entrada.
-No es amabilidad, hija, son los
deberes que conlleva pertenecer a una comunidad. Necesitas nuestro
apoyo y es nuestro deber proporcionártelo, en otras circunstancias
ocurrirá al revés y serás tú la que debas acudir. -dirigió la
mirada al interior de la casa y afianzó el pie derecho al otro lado
de la puerta.
-En realidad no debe preocuparse, ayer
vino el señor Webber para ofrecerme su ayuda. -cerró un poco con la esperanza de que deshiciera el camino emprendido; mas
aquella señora parecía decidida a entrar.
-¿Webber? ¡Pues sí señor, ese solo
acude a donde hay negocio; cuídate de los procuradores! -aumentando
el tono de voz tomó la determinación necesaria, apartó la puerta y
entró definitivamente en la casa. -Querida, lo que debes hacer es
relajarte. Pobre niña, estarás destrozada, sola en
esta casa tan grande. -hablaba mientras seguía andando, directa hacia el sillón de
la sala de invitados.
-Verá, señora Wilberd, lo cierto es
que al morir mi padre, no quedó ningún hombre en la casa para ocuparse de los negocios. Es por eso que no se me ocurre quien
pueda hacerse cargo sino yo misma. -Tabitha aceleró el paso hasta
situarse a su lado.
-Mi pobre niña, no tienes de qué
preocuparte, para eso estoy yo aquí. Ya verás como encontraremos a
alguien -los surcos de su cara deformaron una sonrisa proyectada
desde el viejo y leñoso ego, radiante ahora ante la promesa de una
nueva alma.
-Debo confesarle que tengo mis dudas;
de hecho siento cierto temor ante el hecho de seguir adelante. Pero,
siendo sincera, la idea de tomar las riendas me provoca un vértigo
refrescante, esa inseguridad de borde de acantilado previa al batir
de alas.
-Hija mía, las alas son atributo
propio de pájaros. Los sueños cumplen su función durante la
infancia, enseñan a canalizar esa ilusión que con los años mudará
en férrea voluntad. Piensa en las amistades, los contactos y los
acuerdos que deben firmarse con mano firme de varón. No podrás
acceder a los clubes, ni a las reuniones. Y si en algún momento la
concesión de un negocio se disputara entre tu persona y la de un
respetable ciudadano, no dudes ni por un momento de que jamás habrá
existido disputa alguna. -Sus ojos se entornaban como los del viejo
depredador que vuelve a sentir el ansia de la caza. Con exactitud
quirúrgica, utilizaba sus finos labios y lengua afilada para
extirpar los abscesos de confianza.
-Comprendo lo que decís, pero residen
en mí la necesidad de intentarlo y un atisbo de certeza de éxito.
¿Y si fuera posible, señora Wilberd? ¿Acaso no podría enviar
algún valedor para hablar por mí en los clubes? ¿Acaso no son las
mejores condiciones lo que busca aquel que ofrece la concesión de un
negocio? ¿Y si soy yo quien las ofrece, qué importancia podría
tener mi naturaleza en dicho acuerdo?
-Querida Tabitha, ese no es tu camino.
Recorrer sendas desconocidas siempre acaba en desgracia. Tú
has sido creada con ciertas cualidades, de gran valía, que debes
explotar. Deja a ellos las guerras, las disputas y el frío caos del
exterior. Nosotras pulimos el material basto de objetos y seres,
mantenemos el calor del hogar, garantizamos el orden. El suyo es un
mundo de sangre y muerte; el nuestro es también un mundo de sangre,
pero en vida.
-Escucho sus palabras, señora Wilberd,
pero no siento que hablen de mí.
Los ojos, entrecerrados por el peso de
los años, se abrieron como incrédulos platos. Un rigor mortis
recorrió todo su semblante, al observar como poco a poco se iba
aflojando la cuerda con que amarraba a aquella jovencita. Pensó qué
ocurriría cuando el resto de gente supiera que había fracasado en
su intento. Que la señora Wilberd había sido incapaz de domar a una
estúpida muchacha.
-Señorita Seanlan, es posible que mi
celo por no perturbarla, dada la reciente pérdida que ha sufrido, no
me haya permitido hacerle ver la situación con la suficiente
claridad. Le comunico, por lo tanto, que por mucho que genere ese
delirio en su fuero interno, no va a encontrar apoyo en esta ciudad
ni en todo aquel lugar al que llegue mi voz. Así pues, usted
elige; puede entrar en razón y dejar que la recibamos con los brazos
abiertos, o bien continuar con su locura y obligarnos a destruirla. Mañana
por la mañana vendré a verla de nuevo, espero que las cosas sean
muy diferentes.
Incapaz de encontrar una sola palabra,
Tabitha acompañó a la señora Wilberd hasta la puerta. La vio
marcharse con la cara enrojecida, andares mecánicos y las puntas de
los nervios pinchando la piel. Ella por su parte, se encontraba
embotada en una nube de calor, con una maraña de frases por decir y
la triste sensación de derrota; pero bajo todo aquello vio con
claridad que nada había perdido, que seguía deseando lo mismo, sin
importar el coste. En silencio recogió todos los papeles, algo de
ropa, tomó la tarjeta del señor Webber, se puso su pamela azul y
dejó que una agradable sensación barriera marañas y nubes hasta
emerger en sincera sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario