lunes, 26 de agosto de 2013

Caminos

Un pequeño punto, perdido en el vasto caldero de entre montañas. Una tenue luz abandonada en la bruma nocturna. El triste candil de una estación olvidada, cuyas vías yacen bajo el manto invernal. Y dentro de las cuatro paredes, dos hombres esperan el alba; uno, anclado con metal a un recio banco de madera; el otro, vigila junto a la estufa, alargando la escasa provisión de combustible, hasta que lleguen los suyos.

-Este café está frío y sabe a moho.

-Más frío hace afuera y ¿quién le ha dicho que el café deba saber bien? Nos mantendrá despiertos, eso es suficiente.

-¿Sabe que está haciendo una estupidez, verdad? Y aún así, sigue convencido de que esto le valdrá para algo.

-Si no lo estuviera, hace tiempo que le habría liberado.

-¿Hace cuanto que lleva esa placa? Todavía brilla demasiado, no hay muescas, ni pueden verse las sombras en el latón. No criticaré sus ganas de hacer lo correcto; no está bien juzgar a quien no ha recibido el golpe de realidad. Puede seguir actuando como crea que debe hacerse y mostrarse como el ayudante ejemplar, allá donde los humanos hacen nido. Pero cualquier decisión que tome esta noche, todo cuanto haga aquí en las montañas, puede permanecer enterrado bajo la nieve.

-Bébase el café. Cuanto más se caliente, peor sabrá.

-Conozco a gente muy bien situada, apenas rozaré los muros de la cárcel. Usted en cambio verá como todo lo que ha hecho estos días, persiguiéndome, todo el esfuerzo invertido, no habrá valido para nada. En cambio si me dejara marchar, si me soltara y dejara que me llevara una de las monturas, podría recomendarle. No es extraño perder el rastro de un fugitivo en este lugar; es el único de toda la partida que sigue en pie, nadie osaría echarle en cara el fracaso. Piénselo, si yo hablara bien de usted...

-Su gente encontraría un buen puesto para mí. Me hago una idea.

-Sé lo que piensa, pero no se trata de un atajo. No se engañe, es la única manera de medrar; o conoce a alguien de los de arriba o nada tiene que hacer. Los méritos se le reconocen únicamente al que es visible, eso puedo facilitárselo yo; el resto vendrá dado por sus cualidades, no se sienta incómodo, sólo obtendrá aquello que merezca.

-¿Se le ha ocurrido pensar que cuando alguno de los suyos caiga, irá el resto tras él? Con un solo dedo se arranca la telaraña entera. Piensan que son fuertes, pero esos lazos podridos son solo trampas: una cadena de favores cada vez más estrecha. En cambio, si alguien llegara por mérito propio, nada debería a nadie y podría actuar con plena libertad.

-Por favor, no sea estúpido. Le estoy diciendo que así son las cosas, no existe otra forma, porque aquellos que están ahora mismo, son quienes escogen a los siguientes. Para llegar arriba, necesitará apoyos, dinero. ¿Acaso es incapaz de comprender que aquello que no se ve no puede valorarse? Si decidimos que usted no exista, no existirá; es así de sencillo.

-Ahora mismo, poco puede decidir.

-Está bien, déjeme mostrarle sus opciones. Hasta el alba no llegará ninguno de los suyos, y eso contando con que hayan podido seguirle la pista. En cambio, mi socio sí que sabe donde estamos; es cuestión de tiempo que aparezca, bajando de aquellas montañas. Él no es hombre paciente, no acostumbra a charlar amablemente en torno al fuego mientras da sorbos a una taza de café mohoso. Llegará marcando una tumba, desde el momento en que aviste la caseta de la estación; esperará hasta poder verle con claridad y apretará el gatillo tranquilamente, con la desidia de quien ejecuta un trabajo repetido hasta la saciedad. No es un enfrentamiento justo para un joven como usted, ¿por qué no me hace caso, Will?

Al escuchar su nombre un torrente eléctrico recorrió su piel, como si de repente se le ofreciera un terreno seguro ante la certeza de la muerte. No pudo evitar sentirse estúpido, dudar de si estaba tomando la decisión acertada; la incertidumbre del siguiente paso... ¿por qué seguir actuando de acuerdo a sus propias creencias, teniendo tanto que ganar y tan poco que perder?

La decisión llegó con una mueca, una suerte de ademán triunfal en el rostro de aquel hombre anclado al banco; el tono satisfecho de quien cree controlar todo cuanto alcanza a su vista.

Se negó. Sintió la sangre golpeando su cráneo, al ver, a través de los cristales helados, al hombre de sombrero recto; un fantasma de gélida mirada, en traje negro moteado de nieve. Aquel hombre descabalgó y se dirigió a la caseta; caminaba erguido, rápido, con decisión, aprovechando los árboles para evitar ofrecer blanco. Will, apenas conseguía apuntarle, volvía a perderle de nuevo. Cruzó como un rayo el paso ancho donde descansaban enterradas las vías y, en el tiempo justo de cambiar la orientación de la escopeta, la puerta se abrió de golpe. Dos fogonazos salieron del arma enemiga; el ayudante de sheriff consiguió efectuar un único disparo, que atravesó el aire.

Will despertó sobresaltado, con la quemazón en el pecho de la estrella deslucida calentada por el sol. Se quitó el sombrero buscando algo de aire. Se notó viejo, como si le acabaran de arrebatar 40 años. Miró alrededor para ofrecer anclaje a la mente. Recordó cómo lo encontraron cubierto de sangre, tendido en el suelo de la estación. Cómo tras aquello, siguió actuando de la manera que consideraba correcta y de qué modo nada obtuvo a cambio. Sin embargo recordó también un día, paseando por la ciudad, observar a aquellos hombres en actitud interesadamente agradable, saludándose por cortesía, estrechando las manos, generando favores para la cadena. Y, al levantarse en el porche, regresó la certeza de que, si bien el mundo no respondía a la naturaleza de una persona, esta no tenía porque verse determinada por el mismo.

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