Sala pálida. Ropas negras, rostros tensos, sentados en vasto silencio. Luz de vela que deforma sombras, entre temblores, ante la madera de un muerto. Todos callan, miran al suelo, recordando otros tiempos. Aquellos en que el cadáver reía y caminaba; cuando amasaba fortunas, sin dar a nadie nada. Ahora las hienas guardan su ponzoña, afilan los dientes y salivan ante el olor a carroña.
-Estamos aquí reunidos, hijos míos, ante el cuerpo de un hombre rico. Su rostro, sus entrañas, su carne en definitiva, se pudre como la nuestra. Quisiera decir buenas palabras, pero lo cierto es que hallarlas me cuesta. Era ruin, avaro, tosco en el trato, cruel y pendenciero; por suerte, su fe le permite cambiar oro por cielo. No se enerven ni alarmen, hijos míos, si digo verdades; quien ha de juzgar todo lo sabe, dejen pues que exponga los hechos y no interrumpan hasta que todo acabe.
Las voces callaron, no sin reticencias, pues nadie agradece la puñalada sincera de quien no sufre las consecuencias.
-Todos cuantos aquí se encuentran, conocían los modos del cadáver de acumular dinero: pendencias, chantajes, extorsiones y muertos, Todos y cada uno de ustedes, mas dejaron que continuara sin vomitar un pero. Se apartaron del tren que arrollaba al vivir a plena caldera, mas siguieron sus vías, recogiendo migajas con el sueño de, algún día, alcanzar la tarta entera.
Se mantuvo el silencio, mas gritaron los rostros de unos a otros en miradas inquisitivas, muecas mayúsculas y gestos atronadores.
-No busquen chivatos, cómplices ni traidores; pues aunque todos se acusaron mutuamente, fue el fallecido quien, arrepentido, confesó antes de los últimos estertores. E hizo bien, pues cuando todo acaba, de nada valen las fortunas, el poder ni las armas. Cuando todo llega a su fin y el cuerpo arroja el alma, ya no acuden los fieles, buenos lacayos, que no sacan tajada. Y aquellos que esperan el premio, se mantienen callados, en la sala contigua; rezan como nunca, no por ofrecer un tránsito agradable a la otra vida; sino por que todo acabe, sin que haya cambios en la fortuna cedida.
Se escucharon algunas voces, quejas que comenzaron con fuerza y fueron bajando ante la certeza de lo narrado.
-Pero algo ocurre cuando uno abandona el mundo no habiendo dejado nada bueno atrás, cuando ya no son creíbles las mentiras; algo ocurre en la última partida, cuando, los más cercanos, solo esperan que se agote tu vida. Pensáis que no os importa, que la riqueza desterrará las melancolías, que todo da igual y que, tras la sombra, ya vendrá otro día. Vinisteis aquí pensando, hijos míos, en salir con las manos llenas, disfrutar del objetivo y, en cuanto a los medios, pasar por encima de ellos. Pero son esos medios, que todos conocíais, los que os incriminan, esos mismos medios en los que crecisteis y que reprodujisteis, los que a desconfiar os obligan, haciendo que supusierais en este extraño, la honestidad necesaria para llevar a cabo el trámite, desconfiando de cuantos vosotros mismos habíais propuesto.
Alguno se levantó inquieto, con el abandono en la mente, pero el sentido común echó por tierra dicho pensamiento. Ya no quedaba sino esperar a ver cómo se desarrollaban los hechos.
-Mas no os preocupéis, que soy siervo del señor, honesto y consecuente con la tarea que debo llevar a cabo. Estamos aquí para despedirnos de este, nuestro hermano, quien, a pesar de no haberlo decidido, se marcha directo a la otra vida con un galón de veneno acumulado. Dediquemos al menos unos momentos a pensar en su viaje, que sea lo menos traumático y llegue pronto a su destino, ya sea arriba o con el diablo.
Jamás, en la historia de aquella gente, hubo un segundo tan largo. Mientras el silencio frío inundaba la sala, el tronar de pensamientos se enmarañaba en un nudo sucio, pesado y amargo.
-Bien, llegamos al fin al esperado momento de la cosecha del muerto. Las casas y tierras repartidas tal y como él lo dejó estipulado; no estéis tristes que cada uno se lleva algo. Respecto a lo más importante, el lote de joyas y la potestad de la mina, es necesario que sepan que me fue ofrecida una última confesión de todos los actos cometidos, firmada por el difunto, signada también por el aquí presente y por otro que, pese a no ser amigo, es hombre honrado y bien vale de testigo. Reflexionando acerca de la naturaleza del muerto y su familia, de lo que es vivir y la oportunidad continua que el creador nos ofrece al darnos la vida; considero necesaria una muestra de arrepentimiento activa. El acto sincero y generoso de ofrecer al señor las joyas y la mina a cambio de conservar el más precioso gesto de redención que supone dicha confesión firmada.
El reverendo no esperó respuesta alguna. Antes de que las voces se alzaran en lógico despertar de ira, expuso la situación con mesura.
-Conocedor de la naturaleza humana y su recurrente ceguera, he considerado oportuno tomar alguna medida por si la cordura cediera. Sepan ustedes que, Fred, aquel testigo del que les informaba, va camino del juez con la confesión, solo por pasear, que no tiene en mente hablar con él, siempre que mi persona continúe consciente y sana. Si todo va bien y marcho con lo que ya está al señor cedido, llegará esta misma tarde el sobre con la confesión, bien cerrado y sin malentendidos.
El rumor nació como de presa surgido: quedo en inicio, acabó en torrente convertido. Mientras, el reverendo Zek abandonaba la sala con paso decidido, amable y sonriente, con la mirada ligeramente alzada y piadosa. Tras cerrar la puerta, dejando atrás al gentío, echó a correr con las joyas bajo el brazo y la mina en el bolsillo. A pocos metros esperaba Fred con los caballos, que montó de un salto al ver al reverendo llegar tan decidido.
-Vámonos, Fred, no sea que pronto nos sigan con ánimo de hacernos daño. Con mucha demora esta tarde verán que no hay firma, ni confesión, ni nada de cuanto he contado.
Las pezuñas expulsaron tierra y hierba por el camino. Uno y otro cabalgaron sin mirar atrás, hasta que la lejanía ahuyentó el peligro.
-Y digo yo, reverendo, ¿no verá el señor con malos ojos lo que ha pasado? Pues al fin y al cabo no se trata sino de estafa, de robo y engaño.
-Verás Fred, Él conoce mejor que tú y que yo, la naturaleza de aquella gente. Un nido de alimañas, que se aprovechaba de pobres diablos, buenas personas y alguna que otra alma perdida; por lo que a mí respecta, todo cuanto ha ocurrido era penitencia pensaba desde arriba y, por lo tanto, bien merecida. No rebajes tu moral elevada, noble y seria, extrapolándola a quien decide pasar por encima de ella.
-Estamos aquí reunidos, hijos míos, ante el cuerpo de un hombre rico. Su rostro, sus entrañas, su carne en definitiva, se pudre como la nuestra. Quisiera decir buenas palabras, pero lo cierto es que hallarlas me cuesta. Era ruin, avaro, tosco en el trato, cruel y pendenciero; por suerte, su fe le permite cambiar oro por cielo. No se enerven ni alarmen, hijos míos, si digo verdades; quien ha de juzgar todo lo sabe, dejen pues que exponga los hechos y no interrumpan hasta que todo acabe.
Las voces callaron, no sin reticencias, pues nadie agradece la puñalada sincera de quien no sufre las consecuencias.
-Todos cuantos aquí se encuentran, conocían los modos del cadáver de acumular dinero: pendencias, chantajes, extorsiones y muertos, Todos y cada uno de ustedes, mas dejaron que continuara sin vomitar un pero. Se apartaron del tren que arrollaba al vivir a plena caldera, mas siguieron sus vías, recogiendo migajas con el sueño de, algún día, alcanzar la tarta entera.
Se mantuvo el silencio, mas gritaron los rostros de unos a otros en miradas inquisitivas, muecas mayúsculas y gestos atronadores.
-No busquen chivatos, cómplices ni traidores; pues aunque todos se acusaron mutuamente, fue el fallecido quien, arrepentido, confesó antes de los últimos estertores. E hizo bien, pues cuando todo acaba, de nada valen las fortunas, el poder ni las armas. Cuando todo llega a su fin y el cuerpo arroja el alma, ya no acuden los fieles, buenos lacayos, que no sacan tajada. Y aquellos que esperan el premio, se mantienen callados, en la sala contigua; rezan como nunca, no por ofrecer un tránsito agradable a la otra vida; sino por que todo acabe, sin que haya cambios en la fortuna cedida.
Se escucharon algunas voces, quejas que comenzaron con fuerza y fueron bajando ante la certeza de lo narrado.
-Pero algo ocurre cuando uno abandona el mundo no habiendo dejado nada bueno atrás, cuando ya no son creíbles las mentiras; algo ocurre en la última partida, cuando, los más cercanos, solo esperan que se agote tu vida. Pensáis que no os importa, que la riqueza desterrará las melancolías, que todo da igual y que, tras la sombra, ya vendrá otro día. Vinisteis aquí pensando, hijos míos, en salir con las manos llenas, disfrutar del objetivo y, en cuanto a los medios, pasar por encima de ellos. Pero son esos medios, que todos conocíais, los que os incriminan, esos mismos medios en los que crecisteis y que reprodujisteis, los que a desconfiar os obligan, haciendo que supusierais en este extraño, la honestidad necesaria para llevar a cabo el trámite, desconfiando de cuantos vosotros mismos habíais propuesto.
Alguno se levantó inquieto, con el abandono en la mente, pero el sentido común echó por tierra dicho pensamiento. Ya no quedaba sino esperar a ver cómo se desarrollaban los hechos.
-Mas no os preocupéis, que soy siervo del señor, honesto y consecuente con la tarea que debo llevar a cabo. Estamos aquí para despedirnos de este, nuestro hermano, quien, a pesar de no haberlo decidido, se marcha directo a la otra vida con un galón de veneno acumulado. Dediquemos al menos unos momentos a pensar en su viaje, que sea lo menos traumático y llegue pronto a su destino, ya sea arriba o con el diablo.
Jamás, en la historia de aquella gente, hubo un segundo tan largo. Mientras el silencio frío inundaba la sala, el tronar de pensamientos se enmarañaba en un nudo sucio, pesado y amargo.
-Bien, llegamos al fin al esperado momento de la cosecha del muerto. Las casas y tierras repartidas tal y como él lo dejó estipulado; no estéis tristes que cada uno se lleva algo. Respecto a lo más importante, el lote de joyas y la potestad de la mina, es necesario que sepan que me fue ofrecida una última confesión de todos los actos cometidos, firmada por el difunto, signada también por el aquí presente y por otro que, pese a no ser amigo, es hombre honrado y bien vale de testigo. Reflexionando acerca de la naturaleza del muerto y su familia, de lo que es vivir y la oportunidad continua que el creador nos ofrece al darnos la vida; considero necesaria una muestra de arrepentimiento activa. El acto sincero y generoso de ofrecer al señor las joyas y la mina a cambio de conservar el más precioso gesto de redención que supone dicha confesión firmada.
El reverendo no esperó respuesta alguna. Antes de que las voces se alzaran en lógico despertar de ira, expuso la situación con mesura.
-Conocedor de la naturaleza humana y su recurrente ceguera, he considerado oportuno tomar alguna medida por si la cordura cediera. Sepan ustedes que, Fred, aquel testigo del que les informaba, va camino del juez con la confesión, solo por pasear, que no tiene en mente hablar con él, siempre que mi persona continúe consciente y sana. Si todo va bien y marcho con lo que ya está al señor cedido, llegará esta misma tarde el sobre con la confesión, bien cerrado y sin malentendidos.
El rumor nació como de presa surgido: quedo en inicio, acabó en torrente convertido. Mientras, el reverendo Zek abandonaba la sala con paso decidido, amable y sonriente, con la mirada ligeramente alzada y piadosa. Tras cerrar la puerta, dejando atrás al gentío, echó a correr con las joyas bajo el brazo y la mina en el bolsillo. A pocos metros esperaba Fred con los caballos, que montó de un salto al ver al reverendo llegar tan decidido.
-Vámonos, Fred, no sea que pronto nos sigan con ánimo de hacernos daño. Con mucha demora esta tarde verán que no hay firma, ni confesión, ni nada de cuanto he contado.
Las pezuñas expulsaron tierra y hierba por el camino. Uno y otro cabalgaron sin mirar atrás, hasta que la lejanía ahuyentó el peligro.
-Y digo yo, reverendo, ¿no verá el señor con malos ojos lo que ha pasado? Pues al fin y al cabo no se trata sino de estafa, de robo y engaño.
-Verás Fred, Él conoce mejor que tú y que yo, la naturaleza de aquella gente. Un nido de alimañas, que se aprovechaba de pobres diablos, buenas personas y alguna que otra alma perdida; por lo que a mí respecta, todo cuanto ha ocurrido era penitencia pensaba desde arriba y, por lo tanto, bien merecida. No rebajes tu moral elevada, noble y seria, extrapolándola a quien decide pasar por encima de ella.
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