La llama de candil ilumina una mesa de roble con sobres, dinero y notas arremolinadas. Al llegar al borde, la luz decae, mostrando entre sombras una lujosa alfombra, papel pintado en las paredes y el brillo dorado del marco de unos cuadros. A duras penas pueden verse los tres cuerpos, acurrucados en las esquinas, sosteniendo con un dedo el arma que de nada les sirvió.
Blackwell escudriñaba el lujoso armariete de nogal con incrustaciones de marquetería. El sonido de líquido y cristal les devolvió al fin la voz.
-Sabes, One, ha sido un verdadero placer trabajar contigo: Cob, Jules, los Sellman, los Morris; juntos hemos limpiado la zona.
El sheriff tomó dos copas del mueble bar y las llenó.
-No me extraña que estés contento, Blackwell. En teoría íbamos solo tras Jules, uno de los Sellman y el Señor Reims; vale que los Morris al completo tenían precio; pero sabes muy bien que todos y cada uno de los que han caído, sin que haya visto un dólar por ellos, suponían un problema para tí.
El sheriff esquivó uno de los cuerpos y, pisando el charco de sangre, se acercó con las dos copas.
-Tienes razón, me vino bien. Puede que en algún momento se haya forzado la situación más de la cuenta, pero has demostrado estar a la altura. No has cobrado demasiado... ¡Qué diablos, deberías estar contento! Ya ha acabado todo; Lily está bien y puedes empezar una nueva vida como One, el ayudante del sheriff Blackwell. Nadie recordará ya a Jimmy el forajido. ¡Brindemos pues!
One tomó la copa y la vació de un trago, engullendo con el líquido el odio acumulado. Mientras, el sheriff, dio media vuelta y, copa en mano, observó con detenimiento uno de los cuadros: el retrato frío, distante e iracundo del Señor Reims.
-Muchos dirían que era un hombre despreciable, que ni siquiera un artista supo encontrar algo bueno en él. En realidad supo captar perfectamente lo que le hacía especial; algo hay en ciertas personas, en su capacidad para infligir mal, que cuando sobrepasa cierta línea sublima lo reprobable en fascinación. Una vez alcanzadas esas cotas, ya no hay fronteras.
El cazarrecompensas escuchaba aquellas palabras, despreciables y, a la vez, extrañamente melodiosas. Notaba ahora el cansancio tras el nervio y se acercó a la mesa en busca de apoyo. Vio de reojo el armario de las bebidas y la botella abierta que destacaba, mugrienta, entre los elegantes recipientes de cristal. Aquella hechura, de forma cuadrada, y el papel raspado de la etiqueta, le recordaban al elixir de cierto medicucho viejo y farsante.
-Esta vez ha sido la más difícil de todas. Apostaste muy alto, sheriff. Podríamos haber traído a Doc, aunque solo fuera para hacer ruido con la escopeta.
-¿El viejo Well? No se acercaría a Reims ni por todo el oro del mundo. Hay rencores que no curan ni el paso de los años.
One no esperó más, venció el cansancio que se adueñaba de él y desenfundó hacia el sheriff.
-Entonces, ¿puedes decirme qué demonios hace esa botella ahí? ¡Qué me has dado, maldito cabrón!
Blackwell se giró condescendiente. Llevaba la copa aun en la mano y comenzó a verter el líquido sobre la alfombra.
-Comprendo tu enfado, Jimmy; la frustración, la ira y la decepción. Pero piensa en lo vivido, Tampoco lo hemos pasado mal. Debes comprender que no podría dejarte con vida, menos aun después de lo ocurrido con los Morris. No puedo fiarme ya de ti. Hasta aquí hemos llegado. Pero, tranquilo amigo, no habrá dolor; nada desgarrador, solo sueño.
Un hormigueo comenzó a chispear en los dedos de los pies y las manos. Apenas acertaba a mover el pulgar, haciendo un esfuerzo colosal para intentar, en vano, amartillar el arma.
-Nada puedes hacer. Piensa en Lily, ella está bien y seguirá estándolo si nada me ocurre.
Escuchaba la voz clara, en contraste con la figura borrosa que se deformaba por momentos.
-¡Cobarde! ¡No tienes valor para enfrentarte a mí!
Su propia voz comenzó a sonar más adentro de lo normal, cavernosa y profunda, como ahogada entre carne y huesos.
-Venga hombre, te he visto disparar. Uno debe reconocer sus limitaciones y no iba a jugarme la vida por el honor frente a un muerto. Anda, sé inteligente; tu tiempo ya ha pasado, piensa en Lily, dale una oportunidad y deja que todo acabe.
Se sintió cansado, más que nunca en su vida. Pensó en la demoledora certeza de lo escuchado, el final irremediable de su vida y la posible continuidad de otra.
-En tu mano está que este triste final tenga algún retazo de utilidad.
Sintió la presión del abrazo de un oso, cómo su pecho se comprimía y cómo tras cada exhalación apenas recuperaba un fino hilo de aire. Dejó caer los brazos, manteniendo el revólver siempre en su mano, demasiado pesado para alzarlo. Comprendió la realidad que aquella figura difusa le mostraba, que no podría recuperar las fuerzas, que estaba todo perdido. Pero pensó que si aun discernía, seguía consciente; y que si había consciencia, aun había esperanzas para un último intento.
-Descansa en paz, Jimmy, ahora ya solo eres la sombra de lo que fuiste.
Y la sombra venció la rigidez del muerto, alzó su brazo y dobló el pulgar hasta amartillar el arma. Escuchó el vaso chocando contra el suelo, mientras vislumbró la figura borrosa moverse con rapidez, adivinando el brillo metálico de un revólver abandonando el cinto. Apretó el dedo índice con todas sus fuerzas, disipando el hormigueo, hasta notar el encabritar del arma durante el destello. Esperó el estruendo enemigo, pero nunca tuvo lugar; solo sintió las gotas de sangre, chocando contra su rostro, segundos antes de que la oscuridad le invadiera, todo su cuerpo se paralizara y un hilo de baba cayera por la comisura de sus labios. Los latidos continuaron apagándose en un eco oscuro, una balsa queda, condenadamente fría y serena.
Entonces, como onda en estanque, irrumpió una voz vieja y carrasposa, cierto tono que le resultó familiar...
-¿One? ¿One, me oyes? Vamos, hijo, este no es sitio para ti.
Blackwell escudriñaba el lujoso armariete de nogal con incrustaciones de marquetería. El sonido de líquido y cristal les devolvió al fin la voz.
-Sabes, One, ha sido un verdadero placer trabajar contigo: Cob, Jules, los Sellman, los Morris; juntos hemos limpiado la zona.
El sheriff tomó dos copas del mueble bar y las llenó.
-No me extraña que estés contento, Blackwell. En teoría íbamos solo tras Jules, uno de los Sellman y el Señor Reims; vale que los Morris al completo tenían precio; pero sabes muy bien que todos y cada uno de los que han caído, sin que haya visto un dólar por ellos, suponían un problema para tí.
El sheriff esquivó uno de los cuerpos y, pisando el charco de sangre, se acercó con las dos copas.
-Tienes razón, me vino bien. Puede que en algún momento se haya forzado la situación más de la cuenta, pero has demostrado estar a la altura. No has cobrado demasiado... ¡Qué diablos, deberías estar contento! Ya ha acabado todo; Lily está bien y puedes empezar una nueva vida como One, el ayudante del sheriff Blackwell. Nadie recordará ya a Jimmy el forajido. ¡Brindemos pues!
One tomó la copa y la vació de un trago, engullendo con el líquido el odio acumulado. Mientras, el sheriff, dio media vuelta y, copa en mano, observó con detenimiento uno de los cuadros: el retrato frío, distante e iracundo del Señor Reims.
-Muchos dirían que era un hombre despreciable, que ni siquiera un artista supo encontrar algo bueno en él. En realidad supo captar perfectamente lo que le hacía especial; algo hay en ciertas personas, en su capacidad para infligir mal, que cuando sobrepasa cierta línea sublima lo reprobable en fascinación. Una vez alcanzadas esas cotas, ya no hay fronteras.
El cazarrecompensas escuchaba aquellas palabras, despreciables y, a la vez, extrañamente melodiosas. Notaba ahora el cansancio tras el nervio y se acercó a la mesa en busca de apoyo. Vio de reojo el armario de las bebidas y la botella abierta que destacaba, mugrienta, entre los elegantes recipientes de cristal. Aquella hechura, de forma cuadrada, y el papel raspado de la etiqueta, le recordaban al elixir de cierto medicucho viejo y farsante.
-Esta vez ha sido la más difícil de todas. Apostaste muy alto, sheriff. Podríamos haber traído a Doc, aunque solo fuera para hacer ruido con la escopeta.
-¿El viejo Well? No se acercaría a Reims ni por todo el oro del mundo. Hay rencores que no curan ni el paso de los años.
One no esperó más, venció el cansancio que se adueñaba de él y desenfundó hacia el sheriff.
-Entonces, ¿puedes decirme qué demonios hace esa botella ahí? ¡Qué me has dado, maldito cabrón!
Blackwell se giró condescendiente. Llevaba la copa aun en la mano y comenzó a verter el líquido sobre la alfombra.
-Comprendo tu enfado, Jimmy; la frustración, la ira y la decepción. Pero piensa en lo vivido, Tampoco lo hemos pasado mal. Debes comprender que no podría dejarte con vida, menos aun después de lo ocurrido con los Morris. No puedo fiarme ya de ti. Hasta aquí hemos llegado. Pero, tranquilo amigo, no habrá dolor; nada desgarrador, solo sueño.
Un hormigueo comenzó a chispear en los dedos de los pies y las manos. Apenas acertaba a mover el pulgar, haciendo un esfuerzo colosal para intentar, en vano, amartillar el arma.
-Nada puedes hacer. Piensa en Lily, ella está bien y seguirá estándolo si nada me ocurre.
Escuchaba la voz clara, en contraste con la figura borrosa que se deformaba por momentos.
-¡Cobarde! ¡No tienes valor para enfrentarte a mí!
Su propia voz comenzó a sonar más adentro de lo normal, cavernosa y profunda, como ahogada entre carne y huesos.
-Venga hombre, te he visto disparar. Uno debe reconocer sus limitaciones y no iba a jugarme la vida por el honor frente a un muerto. Anda, sé inteligente; tu tiempo ya ha pasado, piensa en Lily, dale una oportunidad y deja que todo acabe.
Se sintió cansado, más que nunca en su vida. Pensó en la demoledora certeza de lo escuchado, el final irremediable de su vida y la posible continuidad de otra.
-En tu mano está que este triste final tenga algún retazo de utilidad.
Sintió la presión del abrazo de un oso, cómo su pecho se comprimía y cómo tras cada exhalación apenas recuperaba un fino hilo de aire. Dejó caer los brazos, manteniendo el revólver siempre en su mano, demasiado pesado para alzarlo. Comprendió la realidad que aquella figura difusa le mostraba, que no podría recuperar las fuerzas, que estaba todo perdido. Pero pensó que si aun discernía, seguía consciente; y que si había consciencia, aun había esperanzas para un último intento.
-Descansa en paz, Jimmy, ahora ya solo eres la sombra de lo que fuiste.
Y la sombra venció la rigidez del muerto, alzó su brazo y dobló el pulgar hasta amartillar el arma. Escuchó el vaso chocando contra el suelo, mientras vislumbró la figura borrosa moverse con rapidez, adivinando el brillo metálico de un revólver abandonando el cinto. Apretó el dedo índice con todas sus fuerzas, disipando el hormigueo, hasta notar el encabritar del arma durante el destello. Esperó el estruendo enemigo, pero nunca tuvo lugar; solo sintió las gotas de sangre, chocando contra su rostro, segundos antes de que la oscuridad le invadiera, todo su cuerpo se paralizara y un hilo de baba cayera por la comisura de sus labios. Los latidos continuaron apagándose en un eco oscuro, una balsa queda, condenadamente fría y serena.
Entonces, como onda en estanque, irrumpió una voz vieja y carrasposa, cierto tono que le resultó familiar...
-¿One? ¿One, me oyes? Vamos, hijo, este no es sitio para ti.
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