lunes, 22 de septiembre de 2014

Vacaciones


Un manto de fina arena blanca, largo e interminable, acapara todo cuanto a la vista está. Arriba, un sol omnipresente, fuerte y radiante, disfruta evaporando el ánimo del pobre iluso que se atreva por allí, sin carro ni caballo, a deambular. Pues nada hay en este páramo; ni agua, ni sombra, ni vida; tan solo un antiguo fortín, medio destartalado, donde pasan sus vacaciones unos cuantos hombres de paz.

Se levantó bien temprano, como cada día desde hacía un mes. Limpióse la cara y las manos, con jabón aromático en el aguamanil. Enjuagó su boca con un poco de bourbon, despertó a Fred y, sentado en su butaca, esperó al alguacil. 

-Buenos días, reverendo, ¿qué tal ha dormido hoy?

-Perfectamente, Tom, ¿qué tal tu mujer?

-Oh, le encantó la carta; olvidó el problemilla y espera con ansias volverme a ver.

-Lo importante es arrepentirse, solo si el arrepentimiento es sincero, las buenas palabras hacen el golpe certero. Eso sí, deja que pase un tiempo antes de volverte a arrepentir, que si bien está lamentar lo ocurrido, mejor es espaciar el desliz.

Sonrió agradecido, abrió la celda y les dejo pasar. Zek saludaba al caminar, en uno y otro hallaba respuesta; bien fuera por enviar alguna carta, pedir consejo o trámite religioso, todos tenían algo que tratar. 

Cruzó el pasillo que daba al patio ardiente, donde esperaba el martillo, la piedra, y la obligación de picar. Mas siempre había algún alma noble que, de buen grado, su labor se ofrecía a desempeñar. Saludó a un par de presos nuevos, con buenos modales, sonrisa amplia y sinceridad; tan extrañados estaban estos, que apenas acertaron a bajar los instintivos puños y emitir un tímido gesto con el que contestar. Saludó a los mexicanos con camaradería, a los indios con calma, a los chinos con alegría y a los negros con humildad. Traspasó el patio hasta acercarse al general. 

-Buenos días, reverendo. Ya veo que, como siempre, está usted pletórico, vital.

-Día sin nubes, calor firme, por lo que limpiamos toxinas al sudar. Muchas gentes buscan este clima: del este vienen por salud, del norte por comodidad y los hay que cruzan el charco, sedientos de curiosidad. Cómo si no habría de estar en un lugar tan magnífico, en el que nos dan alimento y un lugar donde descansar.

-Bien, bien, como usted diga. El caso es que el tabaco se acaba y hay uno de los guardias que se niega a colaborar... ya sé que no es amigo de trifulcas, así que antes de apretarle la cuerda, quizá quiera usted probar.

-Sé de quien habla, no diga más. Es hombre bueno y honrado, seguro que explicándole las cosas, lo adecuado del premio al colaborar, hará que comprenda que no es tan necesaria la reprimenda para con estos chicos tratar.

-Ya sabía que algo haría, sus métodos son raros, pero ahorrar sangre, ahorra problemas; y eso nunca viene mal. 

Marchó, afuera del patio, un guarda abrió la puerta con una sonrisa y un ademán. Recorrió el pasillo hasta la oficina del alcaide, llamó dos veces y espero la respuesta antes de entrar. 

El alcaide saludó encantado, con ambas manos y hondo estrechar. Puso dos copas y le invito a pasar; dentro, un par de butacas tapizadas en verde, una de ellas vacía y en la otra la mujer del alcaide con amable sonrisa de cordialidad.

-Bueno yo os dejo solos, gracias por todo, reverendo. Ya sabe, si necesita cualquier cosa, solo tiene que avisar.

Charlaron un rato, de esposas añorando el lujo y la buena vida de la ciudad, las conversaciones ilustradas, los buenos modales, la gente elegante y el confort, allí lejano, de la espiritualidad. Bebieron un poco, cantaron un himno y le recomendó en carro salir a pasear. La acompañó hasta la puerta, montando a su lado en la parte de atrás. Al abrirse el portón paró el cochero a fin de que el guarda diera el visto bueno para continuar. Entonces Zek se acercó al individuo y le dijo, algo quedo: “ya ve que al final llega la suerte, pues el mismo alcaide me acaba de soltar”. La señora quedó enmudecida incapaz de alzar la cabeza, el guarda quedó un segundo en silencio intentado rumiar; entonces el reverendo rió con ganas diciendo “es broma, solo la señora ha de marchar”. Rió ella, rió el guarda y hasta el cochero tuvo un momento de felicidad. Al volver hacia el patio, Zek acudió a donde Fred debía picar.

-Reverendo, por un momento he pensado que ese guarda le iba a dejar pasar. Pese a ser increíble era el momento perfecto para la huida.

-Y a dónde iría yo, mi buen amigo, sin poder disfrutar de tu amistad. Por supuesto que hubiera escapado de haberlo querido, pero no es tiempo de huidas, pues aun hay obra divina aquí por realizar.

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