Poco más de mediodía, sol oculto tras las nubes. Todo el
pueblo está congregado frente al saloon. El hombre de traje blanco permanece en
pie sobre el carro. A su izquierda se encuentra Ángel, asido a las riendas, con
la mirada fija en el camino, lejano, pensando en la sangre, los muertos y en
por qué no llegó a tiempo. Oye la voz mas no la escucha, esperando el momento
de dar la orden de marcha, la única salida que les queda.
DeLoyd se mostraba firme, como capitán en su barco. Traje
blanco impoluto, sombrero de paja y bastón con plata. Emitía una voz solemne,
serpenteada de gestos enérgicos y fluidos. El brillo de Augusto relucía en su
mano.
-Afirmar que no tenemos otra opción, supone resignarse;
siempre hay otra opción, aunque sea la aceptación de la noche. Esta senda la tomamos por ser la
más adecuada. No se trata de conformarse, sino de aprovechar todos los medios disponibles. Sé que saben
luchar, bajo nuestros pies está la prueba de ello. Les he visto combatir como
cien, al defender lo que es suyo. Y han aguantado lo imposible por salvar cada
pedazo de esta tierra. Sé que de volver a ocurrir, actuarían de igual modo,
porque nadie piensa en la huida cuando está defendiendo el hogar que ha sido
construido con sus propias manos.
La gente miraba al hombre sobre el carro. Escuchaban
atentamente y asentían de vez en cuando. Jimmy y Lily, puestos al corriente,
estaban con el resto, dispuestos a lo que hiciera falta para defender su sitio
en aquel extraño lugar; mas el Dr Well veía, aterrado, la proximidad de la
sangre que creía haber dejado atrás. Vera estaba junto a Bison que se mantenía
en pie con dificultad apoyado en unas muletas. Ralph miraba, rejuvenecido, ante el portal de su herrería, junto a un sombrío Edgar que había cambiado
el libro de cuentas por un revólver en el cinto. Edward escuchaba con atención,
mientras sus ojos recorrían cada una de las fotografías que tomó del campo de
batalla.
-Y han de tener en cuenta que volverá a ocurrir. Moodley ha
decidido tomar este sitio y usará todo cuanto tenga a su alcance para
conseguirlo; no va a esperar ni a darnos más tiempo. Es mejor aceptar cuanto antes
que las bestias solo han sido el principio. Amigos, les doy mi más sincera enhorabuena por haber sido Hércules: fuertes en
determinación y fieros en el combate. Pero esta guerra no va a ganarse solo con
la fuerza, es tiempo de ser Ulises. Sé que alguno podrá estar en contra y no le
culpo por ello, mas desconocemos la naturaleza de lo que ha de venir, solo tenemos la fatídica certeza de que
llegará. Es por eso que debemos avisar al sheriff de Oldrock city, que este organice una partida, y si hay que
llegar a algún acuerdo para ello, que así sea.
Will Nake miraba desde el porche, sentado en su mecedora, con
los pies apoyados en la barandilla y el
gesto torcido. Echó un buen trago de café y escupió sonoramente en el suelo
algo amargo que era incapaz de tragar.
-Bien, alcalde. Entonces nos queda perder el pueblo a manos de ese
tal Moodley o dejarlo a merced de los de Oldrock, porque sus señoritos
cobraran cara la ayuda. Ea, pues veamos lo que nos trae ese señor M.
Si ha de quedárselo, que sea con nuestra carne encima, a ver si se le
atraganta. Porque, digo yo, ¿no éramos idiotas?
Hubo un revuelo que sacudió hasta Jonowl y Tabitha,
vigilantes en la colina. Las entrañas pedían defender lo suyo, pero las
cabezas ansiaban conservar la vida. Fuera como fuera, algo quedaba claro: si
la gente de la ciudad metía mano en el pueblo, todo cuanto habían construido se
perdería. Un cable se destensó en cada estómago, tanto abajo como arriba en la
colina, al resonar aquella frase: “¿No éramos idiotas?”... y brotaron las risas
junto a las voces de aprobación.
DeLoyd comprendió que ninguno de ellos encontraría sentido a
luchar por un lugar como cualquiera de los que habían abandonado; que solo se
dejarían la piel por aquel sitio en medio de la nada: el triste río seco que
separaba las destartaladas torres del saloon, la mina muerta, la colina junto a
la arboleda y aquel conjunto tosco de casuchas. Sin aquel grano de arena en
medio del desierto, nada tenían; ya que todo cuanto eran lo habían creado junto
a aquel lugar. Realizó entonces su último intento, movió los brazos para
recuperar la atención y jugó la baza intermedia.
-De acuerdo, tienen razón. De nada sirve salvar este sitio si
los de la ciudad deciden sobre él. Pero ello, lejos de llevarnos a un callejón
sin salida, nos marca la pauta a seguir. Déjenme, pues, que hable con el
sheriff de Oldrock. Todos convenimos en la imposibilidad de que alguien decida
sobre este pueblo, pero ello no invalida algún tipo de acuerdo económico. Por
favor, esperen a que hable con esa gente a ver que acuerdo podemos
conseguir. Debo actuar con presteza, porque los engranajes de Moodley siguen en
marcha.
Se realizó la votación y las manos, algo dubitativas, se
alzaron al final. Acordaron que ninguna influencia sobre el pueblo sería cedida, así como la negativa a aceptar
tratos como el que Moodley intentó hacerles, pues ningún sentido tenía acabar
pactando con otros lo que negaron en un inicio, poniendo en peligro sus vidas.
Cualquier arreglo final debería ser asumible por el pueblo tal y como había
sido concebido.
DeLoyd asintió, se despidió con brevedad, rompió la pose y,
al ir a sentarse junto a Ángel, no pudo evitar que su rostro cristalizara las
dudas que albergaba en el alma. Se quitó el sombrero de paja y Augusto
extinguió su brillo.
Detrás quedaban ya las casas, la colina y la arboleda,
engullidas por el horizonte. Tras el carro, solo las dos columnas de piedra se
erguían gigantescas. DeLoyd seguía con el rostro nublado; los ojos desenfocados
apenas distinguían las pequeñas variaciones del desierto. Entonces, su mano
asió el brazo del conductor y sus labios susurraron una orden.
-Pare.
Ángel detuvo el carro. Todo a su alrededor era arena, un mar
amarillo bajo un cielo gris sofocante. Solo una leve brisa rompía la asfixiante
monotonía. Nada a la izquierda ni a la derecha.
-¿Y bien?
-No hay nada que hacer, Ángel. Dije de acudir por emplear
hasta el último aliento, pero cualquier acuerdo pondrá a Canatia
en una situación imposible de aceptar. Haría todo cuanto estuviera en mi mano,
utilizaría cualquier medio; pero esta vez ellos tienen la
solución y nosotros poco que ofrecer, salvo, desgraciadamente, lo que no
queremos dar. Van a pedir lo mismo que quería Moodley.
Ángel asintió. Él, más que nadie, conocía a las gentes de
Oldrock. Nada diferentes a los de otras ciudades, ni peores ni mejores, y,
por eso mismo, perfectamente capaces de vivir en paz realizando lo indeseable en un lugar lejos de su hogar.
-En otro tiempo daría por hecho que había llegado el momento de
abandonar, pues nada encontraremos al volver sino el fin. Pero por mucho que
me repito lo absurdo de perder la vida en tales circunstancias, esta vez soy
incapaz de irme sin notar un gélido e insondable vacío. No hablo de culpa ni de
pena, hablo de pérdida. Es estúpido, porque miro allí y solo veo un puñado de
cuadros y edificios toscos, huelo las ascuas del tabaco dentro de la pipa de
maíz y escucho las voces y las risas de cada uno de esos individuos a los que
jamás hubiera dedicado siquiera una mirada. Recuerdo todo eso, lo pienso y
comprendo que no vale nada; apenas un puñado de monedas, que, sin embargo, soy
incapaz de encontrar. Es tan estúpido que, definitivamente, solo puede ser cosa
de idiotas...
Ángel seguía cabizbajo, mirando las riendas del carro que lo
trajo allí por primera vez, su mano izquierda, herida por el viento y el sol, y
el aplique de metal que Ralph le había hecho para cubrir el muñón del brazo
derecho. Recordó el dolor y la sensación, aun latente, de poder cerrar cada uno
de los dedos. Los dobló hasta formar un puño y algo despertó en su mente.
-Ellos... ellos DeLoyd. ¡Ellos nos ayudarán!
-¿Ellos quienes?
Ángel puso el brazo ante los ojos del hombre de blanco.
-¡Ellos, DeLoyd, ellos! ¡Esos malditos demonios! ¡Me costó
una mano! ¡Dijiste que no les haríamos nada, que todo iría bien porque nadie
más les permitiría continuar su vida! ¡Me costó la maldita mano, recuerdas? ¡Ya
va siendo hora de que nos devuelvan el favor!
Durante un segundo pensó objetar, pero pronto se disipó toda
duda. La espalda volvió a erguirse y los ojos enfocaron de nuevo, enfrentándose
al entorno.
-¡Exacto, eso es! Ellos quieren... necesitan que todo siga
igual y no van a conseguirlo con nadie más. Si Canatia cambia, el cambio se los
llevará por delante. El acuerdo es
sencillo y provechoso para ambas partes, los mejores pactos surgen de dichas cualidades. Amigo Ángel, los dioses han querido devolverle alguna cuenta pendiente,
porque no ha podido tener mayor claridad en momento más oportuno. Ponga rumbo a
la isla de las rocas, pero conténgase y déjeme hablar a mí.
-Sea, pero nada de dioses ni supercherías de esas. Esto ha
sido cosa de un servidor, que dejé una parte de mí entre esos salvajes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario