lunes, 18 de mayo de 2015

Preparativos

A los pies de una de las gigantescas columnas de piedra, entre cielo limpio y horizonte abierto, rodeado de polvo, rocas y arena, descansa un pelotón de cuatreros, asesinos a sueldo e implacables buscafortunas de honor ausente. A pocos metros, el traje negro y el rostro herido, están sentados en sillas de verde tapiz, en torno a una mesa de roble lacado, cara botella labrada y copas de buen cristal.

-¿A qué viene tanta tontería? Esto es el desierto, Moodley. Y a los muchachos no les gusta este tipo de diferencias.

El traje de negro se mantenía sonriente, ligeramente recostado. Tomó la copa, bebió un sorbo y esperó a que los vapores se disiparan en el paladar.

-Vainilla, aroma floral y un toque amargo muy ligero, el punto justo para enaltecer la dulzura del caldo...

Apartó la copa, ladeó la cabeza y mantuvo el silencio, hasta que vio en el ojo sano del bandido que nunca obtendría respuesta.

-No son tonterías, Sr. Evans. Es lo justo y merecido a hombres que, como nosotros, están por encima de todo cuanto nos rodea. Cada uno con su estilo, usted mediante las balas y un servidor con medios más sutiles. No se preocupe por el resto, si no pudiera dirigirlos no habría llegado hasta aquí.

Evans rompió la rigidez, cerró el puño en torno a la copa y extinguió de un trago su contenido... alcohol ligero, flojo más bien; ni vainillas ni flores ni el vomitivo punto amargo propio del matarratas de Jake el Cojo.

-Son gente capaz, buenos tiradores y unos auténticos hijos de puta; lo que usted pidió. Estos no se manejan como al resto, no le lloverán halagos ni intentarán estar a buenas con usted. Harán lo que se les pide, de la mejor manera posible, si están de acuerdo con lo convenido. Algunos puede que se la intenten jugar en el momento menos oportuno. Y sí señor, responden mal a estas tonterías, no van a considerarle superior por el hecho de estar aquí sentado, con su mesa y su cristal, como si hubiera domado al desierto. Le considerarán el que da las órdenes mientras tenga dinero; más allá no busque, porque no hallará nada.

Moodley observó atentamente a la tropa. Caras largas, miembros tensos y manos ocupadas en el cuidado de bestias y armas. Estaban más en el siguiente paso que en el actual, pendientes de lo que tenían que hacer. Muchas muescas en culatas y rifles, cuchillos de hojas afiladas hasta la saciedad y empacho de sangre en los mangos. Solo unos cuantos miraban hacia el improvisado tenderete, hablaban entre ellos y afilaban sonrisas, entre tragos.

-Bueno, usted sabrá, al fin y al cabo no seré yo quien haya de cabalgar con ellos. Así pues, vayamos al verdadero motivo de mi visita.

Evans hizo ademán  de tomar la botella para rellenar su copa, mas recordó el sabor y volvió a recostarse en la silla.

-Pensaba que nunca lo diría.

Moodley dejó su copa en la mesa y no volvió a tocarla.

-En primer lugar, enhorabuena por su trabajo con la señora Wilberd, realmente impresionante. En cuanto a lo del sheriff de Oldrock city y su alguacil, quizás pecó de cierto exceso de teatralidad.

-No se mata a un sheriff a escondidas. Una vez salta la pólvora ya da igual todo; cuantos más bandidos vieran, menos ganas tendrían de ir tras nosotros. Los cables del telégrafo están cortados y dejé a tres hombres escondidos por las afueras para cazar “palomas mensajeras”. Eso nos da el tiempo suficiente para hacer lo que queda del trabajo sin visitas inesperadas.

-Ya veo, todo bien atado. Un tanto tosco, pero son sus métodos. El caso es que lo consiguió y es momento de que cumpla mi parte del acuerdo. La señorita de la que le hablé se llama Tabitha Seanlan y se encuentra en un pequeño pueblo unas cuantas millas tras cruzar estas dos magníficas columnas de piedra. Aquí tiene un plano del lugar y una fotografía de ella, ha pasado tiempo, puede que esté un poco cambiada.

Evans tomó la fotografía y memorizó el cuerpo, la cara y cada uno de los rasgos más característicos.   

-Bien, ¿alguna cosa más?

-Ella suele dormir en una cabaña que hay arriba del pueblo, en la arboleda, cerca de lo que era la antigua mina. La acompaña el dueño de la cabaña, una especie de montañés que tiene buen ojo con el rifle.

-Perfecto.

-Ah, recuerde nuestro trato, quiero ese pueblo limpio; cualquier superviviente significa un problema que no puedo permitirme.

-¿Niños?

-¿Acaso importa?

-La gente se pone nerviosa con eso.

-No, no hay niños. Hay más mujeres, espero que no se sientan cohibidos al respecto.

-Déjese de ironías. Eso puede hacerse.

-Pues eso es todo. Solo me queda desearles suerte. Si me permite un último consejo, no los subestime. Otro grupo ya ha caído intentando lo que ustedes están a punto de hacer.

Evans se incorporó, chasqueó la lengua y, mientras se guardaba el plano en el chaleco de cuero, dirigió sus últimas palabras al traje de negro.

-Es usted un tipo listo, Moodley. Si hubiera pensado que el otro grupo iba a conseguir la faena, jamás me habría llamado. Gracias por cansarlos; dentro de poco tendrá un buen motivo para brindar.

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