Frotar de ojos, rascar de espalda y respirar fuerte de nariz para expulsar el aire cálido acumulado durante la noche.
Chasqueó la lengua un par de veces, invocando algo de saliva y caminó, aún en el umbral del sueño, hacia el salón.
Allí la estufa mantenía los últimos rescoldos nocturnos. Echó un par de leños más y puso la cafetera encima.
Arrastró los pies hacia la jofaina acompañado por el quejido de la madera. Hundió las manos en el agua cristalina y llevó el contacto helado hasta la cara. Resopló y dejó los restos de humedad en el raspar de tela rugosa. La visión se volvió nítida y el cuerpo comenzó a desentumecerse.
Se vistió, notó la tela recia y resistente y buscó su taza mientras el aroma del café inundaba la casa.
Abrió la puerta con la taza humeando en su mano derecha. El porche mostraba un campo claro de plantas silvestres y, más allá, grandes pinos se alzaban hasta perderse en el horizonte. En el inicio del día el frescor húmedo del alba se mezclaba con el aroma intenso a resina.
La madera crujió al sentarse y los pies se cruzaron sobre la barandilla. Ambas manos acogieron el metal caliente y notó el primer sorbo, amargo y tonificante, bajando por la garganta.
Se quedó un rato allí quieto, analizando el paisaje, visualizando los distintos puntos ya visitados, adivinando los picos y riscos, lejos, entre las copas más altas; hasta que el caldo negro desapareció con el último sorbo.
Dejó la taza sobre la barandilla, levantó la pieza metálica de uno de los postes principales y apretó el botón amarillo que descansaba en su interior. Arriba, sobre el tejado de la casa, una barra metálica emitió la luz roja y el pitido intermitentes que encontraron respuesta a 3 kilómetros de distancia hacia uno y otro lado.
A sus espaldas, miríadas de gigantescos esqueletos de acero y hormigón permanecían semiderruidos recubiertos de polvo, tierra y el manto verde de una vegetación que nada sabía de sus antiguos habitantes.
Bajó los escalones del porche con la mochila a la espalda, el mapa en blanco y su bordón de exploración. Aquel día, los primeros rayos de sol iluminaron sus pasos.
Bajó los escalones del porche con la mochila a la espalda, el mapa en blanco y su bordón de exploración. Aquel día, los primeros rayos de sol iluminaron sus pasos.
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