Se dirigió a la columna de humo. El sol enrojecía de sueño y la idea de un buen fuego reconfortaba el alma cansada.
Fue cauto, amortiguando cada paso, evitando ramas y hojarasca seca; lento y fluido, sin movimientos bruscos ni silencios repentinos que alertaran de su presencia.
Se acercó hasta que pudo ver el campamento: tres palos cruzados sobre un fuego, de los que colgaba un pequeño puchero humeante. En frente, descansaba sobre una piedra una figura alta y delgada como los troncos de los pinos que la rodeaban. Apenas asomaba su nariz oscura a través de una gruesa capucha, mientras acogía una taza entre ambas manos.
Cuando estuvo seguro de que no había nadie más, abandonó el cuidado y hojas y ramas avisaron con tiempo de su presencia.
—Adelante, fiera, llevo viéndote desde que bajaste por aquella loma. ¿Por qué no te sientas y tomas algo?. —Echó la capucha hacia atrás y mostró un rostro seco, lleno de nudos y aristas, con la piel rajada por las inclemencias del clima.
Jubo marcó una sonrisa en el rostro, alzó la mano y apretó el paso hacia el campamento.
—Tampoco era tan difícil verme, y menos para alguien que sabe moverse por aquí. ¿Cuánto llevas?, ¿semanas?, ¿un mes?...
—Voy para el medio año. Y me estuve planteando no volverme, hasta ayer.
—¿Qué ocurrió?, se te ve de una pieza.
La figura señaló al bordón que descansaba apoyado en uno de los árboles.
—La jodida erosión... crees que no hay nada peor que el respirar denso cuando está estancada, hasta que un torrente de esa neblina transparente pasa arrasándolo todo. Y no me refiero a uno de esos golpecitos que te deja todo el equipo temblando; sino a una sacudida de las buenas, de esas que te pasan por encima y te dejan temblando a ti. Ayer pasó una de esas y mandó el SdU del bordón de exploración a tomar por culo. Y eso que estaba apagado. Hay que joderse...
—Y que lo digas, el último que me pilló me dejó sin sistema de localización. Así de un plumazo, y me ves mirando el sol...
—Y buscando musgo en los árboles y estrellas en el cielo, nos pasa a todos.
—Exacto, y casi mejor así. Luego todo es diferente.
La figura asintió, se acercó al puchero, rellenó su taza y se la ofreció a Jubo.
—Es el bautismo de fuego. Luego empiezas a formar parte del lugar de una forma que jamás podrías entender. Mira estas manos: finas, oscuras y leñosas. —rebuscó en su mochila y sacó una tira verdosa que se echó a la boca —yo me he secado para hacerme resistente. Y mírate tú, grande y fuerte como las putas rocas que habrás pisado una y otra vez y no ceden jamás.
Volvió a su piedra, se sentó exhalando un leve quejido y se dirigió con una mueca al visitante.
—¿Sabes?, ¡claro que no quiero volver! ¡Maldita sea, no hay nada para mí allí! ¡Allí están todos locos!
Jubo soltó una carcajada y sacó una cantimplora de su mochila.
—Pruébalo, está malo de cojones y al tercer trago empeora.
La figura echó un buen trago y aguantó el volcán de vapor que estalló contra su cráneo.
—¡Maldito tarado!, ¿se puede saber qué lleva esto?
—Ya no lo sé, he ido rellenando con lo que cambiaba a otros. Si quieres contribuir...
—Pues mira, algo tengo por aquí, aunque no le hace justicia... sabe hasta bien.
—Tú échalo, la mezcla hace el milagro.
Cayeron más troncos al fuego y continuó la charla. Hablaron de las zonas visitadas, la fauna y la flora, la vida tan diferente en medio de la nada: la desconexión.
Con el alba se despidieron como si se conocieran de toda la vida. Estrecharon la mano e intercambiaron las últimas palabras.
—¡Ah, se me olvidaba! Toma, por los recambios.
Jubo empomó un libro de cubiertas tan maltratadas que a duras penas podía adivinarse el título.
—¿Qué es?
—El viejo T., disfrútalo.
—Pues gracias. Ya nos veremos.
—Claro, aquí estará siempre Riba: alta, oscura y leñosa. Al menos hasta que el mundo se vuelva a ir a la mierda.
—Eso me lo dices a la próxima, después de un par de buenos tragos.
—Mala hierba nunca muere.
—Mala hierba nunca muere.
Jubo se marchó entre risas y, caminando, abrió el libro por una página al azar:
¿Es que no podría alguien pasar en la soledad de este territorio virgen ocupado en otras actividades perfectamente gratas, inocentes y nobles? Por uno que llega con un lápiz de dibujo o a cantar, hay mil que vienen con un hacha o un rifle.
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