Cascos y ruedas siguen la senda angosta y pedregosa; una fila estrecha que serpentea a través del bosque, abandonando la nieve. Dejan tras de sí el caserón de troncos, paradójicamente acogedor, como la falsa calma encontrada en el corazón del miedo, como el abrigo estanco de una jaula. Se alza lejano, engullido por las enormes montañas, bajo un vasto cielo enrojecido.
-¿Estas seguro, Jimmy? Podríamos venderlas.
-¿Has olvidado de qué están hechas? No pienso ir por ahí vendiendo esta asquerosidad. En cuanto encuentre un sitio adecuado, me desharé de ellas. No me traen buenos recuerdos.
-No sé, quizás tengas razón... ¿Sabes?, es la primera vez que salgo de las montañas. ¿Crees que podríamos ir a alguna ciudad? El señor Kurt siempre contaba cosas de allí. Me gustaría ver las gente elegante, las casas, los dulces, las iglesias...
-Si en lugar de hablar tanto de iglesias, hubiera hecho más caso a lo que se debería decir en ellas, a estas alturas seguiría vivo, igual que el resto. Iremos a una ciudad, pero antes habrá que deshacerse del carro y el cargamento. Además no es bueno que hables del señor Kurt, ni de Greg ni los otros... en cuanto lleguen los leñadores y encuentren los cuerpos, adivina quién cargará con las culpas.
Lily asintió. El tintineo de las botellas pareció calmar el dolor de las heridas y devolver el sueño a su cuerpo. Los ojos se entrecerraron y en la duermevela encontró el vértigo de empezar una nueva vida sin pasado. Todo lo que había vivido desde pequeña, lo que había conseguido aceptar y en lo que había aprendido a ser feliz era algo corrupto, denigrante y dañino... no pudo evitar cierta sensación de vacío y culpabilidad y preguntarse si sería capaz de seguir adelante. El sol comenzó a calentar; se acomodó en el palanquín y dejó las dudas para más tarde.
-¡Lily!
Abrió los ojos, arrancada del sueño, y puso voz a los codazos que recibía en su costado. Jimmy, nervioso, había aminorado la velocidad del carro y le indicaba con señas que lo importante estaba en el camino. Tardó un poco en aclimatarse al sol y distinguir la figura de el jinete con porte grave y sereno; el reflejo metálico de seis puntas segó todo germen de curiosidad.
-A no ser que te pregunte, no digas nada.
El hombre se acercó; alto, de anchos hombros, rostro afeitado respetando un bigote que caía fiero a ambos lados, amplia mandíbula y pequeñas ascuas hundidas que brillaban bajo las cejas acuchilladas.
-Buenos días, caballero y... ¡señora, se encuentra bien?
-Buenos días sheriff. Esta es mi esposa Lucy... nos dirigimos cuanto antes a Brownhill. Tuvo un accidente en el rostro; hice lo que pude pero va a ser necesario acudir a un médico.
-La verdad es que esos vendajes no tienen buena pinta. Les acompañaría pero me dirijo al Manantial de Rob; este invierno ha sido particularmente duro y no sé cómo se las habrá apañado... en fin, no les entretendré más. Espero que se mejore, señora.
Lily reconocía a aquel sheriff; un buen hombre que acudía año tras año, cuando la nieve comenzaba a disminuir, justo antes de la temporada de leñadores, para cerciorarse que todo estuviera en orden. Pensó que quizás podría ayudarles, quizás si le contara todo lo ocurrido podrían dejar atrás ese terrible incidente y descansar en paz.
-Disculpe caballero -dijo el sheriff mientras detenía un momento su caballo-. ¿Este no es el carro del señor Kurt?
-En efecto. Verá, yo he sido su ayudante este año, estuve cargando agua en el manantial. Perdimos nuestro carruaje a principios de invierno y, dado lo ocurrido, el señor Kurt ha tenido la amabilidad de permitirme bajar a Brownhill con su carro.
El sheriff se quedó mirándole. Sonreía amablemente, pero sus ojos escrutaban en busca de indicios, con un silencio que comenzaba a alargarse demasiado.
-¿Sabe? Aun no me ha dicho su nombre.
-Thomas, señor, Thomas Cauldroon.
-Bueno, señor Cauldroon, es muy generoso por parte del señor Kurt ofrecerle su carro; supongo que debe estar muy contento con el trabajo que ha realizado. No quisiera entretenerles más, pero ¿sería tan amable de mostrar el contenido del carro? Me ha llamado la atención cierto tintineo.
-Ahh... sin duda, se refiere usted a la primera remesa. No había trabajado antes para el señor Kurt y en las primeras botellas entró algo de fango del manantial. Ya sabe como es de quisquilloso con estas cosas, así que me dijo que, de paso que bajaba a la ciudad, me llevara los cascos y los cambiara por nuevos.
Con una mirada de complicidad, Jimmy se acercó un poco más al sheriff y le comentó en voz baja:
-No me gusta hablar así delante de mi señora; pero ya sabe que el señor Kurt es perro viejo y poco da sin sacar algo a cambio. En un principio se ofreció a acudir con nosotros, pero, antes de partir, comenzó una de esas rachas de las que no lo separan de la mesa ni muerto... ya me entiende...
-Jajaja... veo que, el viejo Kurt, sigue igual que siempre. De acuerdo señor, Cauldroon, siga adelante; cuento con verle a usted y a su esposa en Brownhill.
Lily, lo vio tocarse el sombrero al despedirse. Sabía que con él se marchaba la única oportunidad de librarse de los muertos del manantial. En menos de un segundo analizó una maraña de opciones y decidió actuar. Jimmy reconoció su rostro demasiado tarde, justo en el momento en que sus labios exhalaban las primeras palabras...
-¡Sheriff Colter! ¡soy Lily!
Aquel nombre acabó de aclarar la sospecha. El sheriff dio media vuelta con la mano en el revólver y el rostro frío y desconfiado.
Jimmy no esperó y, encogido sobre el palanquín, se limitó a alzar el cañón sin apenas levantar el arma. Amartilló con el pulgar, apretó el gatillo y envió el plomo frío hacia su rival.
La bala atravesó el aire con un silbido afilado y acabó mordiendo la carne a pocos centímetros de la estrella. El sheriff cayó de su montura, emitiendo un último disparo al cielo.
-¿Pero qué has hecho Jimmy? ¡Podíamos haberle contado lo ocurrido! ¡Nos habría ayudado!
-¡Me buscan, Lily! Ni él ni ninguno de ellos, podrían ayudarme. Si de verdad quieres vivir una vida normal, debemos salir de aquí cuanto antes. Cogeremos los caballos y dejaremos el carro.
-¿Pero, y la ciudad?
-La ciudad tendrá que esperar.
Jimmy se acercó al cadáver; tomó su arma, y rebuscó entre sus ropas. Lily lo observaba desde el carro, incrédula, con los ojos encendidos.
-¿Sabes? Nada ha cambiado... seguimos alimentándonos de los muertos.
Jimmy, paró un segundo. Miró pensativo durante unos segundos el fajo de billetes antes de guardárselos en el bolsillo.
-Ahora no, Lily, ahora no... hay que seguir huyendo.
-¿Estas seguro, Jimmy? Podríamos venderlas.
-¿Has olvidado de qué están hechas? No pienso ir por ahí vendiendo esta asquerosidad. En cuanto encuentre un sitio adecuado, me desharé de ellas. No me traen buenos recuerdos.
-No sé, quizás tengas razón... ¿Sabes?, es la primera vez que salgo de las montañas. ¿Crees que podríamos ir a alguna ciudad? El señor Kurt siempre contaba cosas de allí. Me gustaría ver las gente elegante, las casas, los dulces, las iglesias...
-Si en lugar de hablar tanto de iglesias, hubiera hecho más caso a lo que se debería decir en ellas, a estas alturas seguiría vivo, igual que el resto. Iremos a una ciudad, pero antes habrá que deshacerse del carro y el cargamento. Además no es bueno que hables del señor Kurt, ni de Greg ni los otros... en cuanto lleguen los leñadores y encuentren los cuerpos, adivina quién cargará con las culpas.
Lily asintió. El tintineo de las botellas pareció calmar el dolor de las heridas y devolver el sueño a su cuerpo. Los ojos se entrecerraron y en la duermevela encontró el vértigo de empezar una nueva vida sin pasado. Todo lo que había vivido desde pequeña, lo que había conseguido aceptar y en lo que había aprendido a ser feliz era algo corrupto, denigrante y dañino... no pudo evitar cierta sensación de vacío y culpabilidad y preguntarse si sería capaz de seguir adelante. El sol comenzó a calentar; se acomodó en el palanquín y dejó las dudas para más tarde.
-¡Lily!
Abrió los ojos, arrancada del sueño, y puso voz a los codazos que recibía en su costado. Jimmy, nervioso, había aminorado la velocidad del carro y le indicaba con señas que lo importante estaba en el camino. Tardó un poco en aclimatarse al sol y distinguir la figura de el jinete con porte grave y sereno; el reflejo metálico de seis puntas segó todo germen de curiosidad.
-A no ser que te pregunte, no digas nada.
El hombre se acercó; alto, de anchos hombros, rostro afeitado respetando un bigote que caía fiero a ambos lados, amplia mandíbula y pequeñas ascuas hundidas que brillaban bajo las cejas acuchilladas.
-Buenos días, caballero y... ¡señora, se encuentra bien?
-Buenos días sheriff. Esta es mi esposa Lucy... nos dirigimos cuanto antes a Brownhill. Tuvo un accidente en el rostro; hice lo que pude pero va a ser necesario acudir a un médico.
-La verdad es que esos vendajes no tienen buena pinta. Les acompañaría pero me dirijo al Manantial de Rob; este invierno ha sido particularmente duro y no sé cómo se las habrá apañado... en fin, no les entretendré más. Espero que se mejore, señora.
Lily reconocía a aquel sheriff; un buen hombre que acudía año tras año, cuando la nieve comenzaba a disminuir, justo antes de la temporada de leñadores, para cerciorarse que todo estuviera en orden. Pensó que quizás podría ayudarles, quizás si le contara todo lo ocurrido podrían dejar atrás ese terrible incidente y descansar en paz.
-Disculpe caballero -dijo el sheriff mientras detenía un momento su caballo-. ¿Este no es el carro del señor Kurt?
-En efecto. Verá, yo he sido su ayudante este año, estuve cargando agua en el manantial. Perdimos nuestro carruaje a principios de invierno y, dado lo ocurrido, el señor Kurt ha tenido la amabilidad de permitirme bajar a Brownhill con su carro.
El sheriff se quedó mirándole. Sonreía amablemente, pero sus ojos escrutaban en busca de indicios, con un silencio que comenzaba a alargarse demasiado.
-¿Sabe? Aun no me ha dicho su nombre.
-Thomas, señor, Thomas Cauldroon.
-Bueno, señor Cauldroon, es muy generoso por parte del señor Kurt ofrecerle su carro; supongo que debe estar muy contento con el trabajo que ha realizado. No quisiera entretenerles más, pero ¿sería tan amable de mostrar el contenido del carro? Me ha llamado la atención cierto tintineo.
-Ahh... sin duda, se refiere usted a la primera remesa. No había trabajado antes para el señor Kurt y en las primeras botellas entró algo de fango del manantial. Ya sabe como es de quisquilloso con estas cosas, así que me dijo que, de paso que bajaba a la ciudad, me llevara los cascos y los cambiara por nuevos.
Con una mirada de complicidad, Jimmy se acercó un poco más al sheriff y le comentó en voz baja:
-No me gusta hablar así delante de mi señora; pero ya sabe que el señor Kurt es perro viejo y poco da sin sacar algo a cambio. En un principio se ofreció a acudir con nosotros, pero, antes de partir, comenzó una de esas rachas de las que no lo separan de la mesa ni muerto... ya me entiende...
-Jajaja... veo que, el viejo Kurt, sigue igual que siempre. De acuerdo señor, Cauldroon, siga adelante; cuento con verle a usted y a su esposa en Brownhill.
Lily, lo vio tocarse el sombrero al despedirse. Sabía que con él se marchaba la única oportunidad de librarse de los muertos del manantial. En menos de un segundo analizó una maraña de opciones y decidió actuar. Jimmy reconoció su rostro demasiado tarde, justo en el momento en que sus labios exhalaban las primeras palabras...
-¡Sheriff Colter! ¡soy Lily!
Aquel nombre acabó de aclarar la sospecha. El sheriff dio media vuelta con la mano en el revólver y el rostro frío y desconfiado.
Jimmy no esperó y, encogido sobre el palanquín, se limitó a alzar el cañón sin apenas levantar el arma. Amartilló con el pulgar, apretó el gatillo y envió el plomo frío hacia su rival.
La bala atravesó el aire con un silbido afilado y acabó mordiendo la carne a pocos centímetros de la estrella. El sheriff cayó de su montura, emitiendo un último disparo al cielo.
-¿Pero qué has hecho Jimmy? ¡Podíamos haberle contado lo ocurrido! ¡Nos habría ayudado!
-¡Me buscan, Lily! Ni él ni ninguno de ellos, podrían ayudarme. Si de verdad quieres vivir una vida normal, debemos salir de aquí cuanto antes. Cogeremos los caballos y dejaremos el carro.
-¿Pero, y la ciudad?
-La ciudad tendrá que esperar.
Jimmy se acercó al cadáver; tomó su arma, y rebuscó entre sus ropas. Lily lo observaba desde el carro, incrédula, con los ojos encendidos.
-¿Sabes? Nada ha cambiado... seguimos alimentándonos de los muertos.
Jimmy, paró un segundo. Miró pensativo durante unos segundos el fajo de billetes antes de guardárselos en el bolsillo.
-Ahora no, Lily, ahora no... hay que seguir huyendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario