lunes, 24 de febrero de 2014

Un brindis


La oscuridad devora todo cuanto está a su alcance. Troncos y ramas se difuminan hasta desaparecer por completo. En lo alto, las estrellas titilan huérfanas del astro nocturno. Solo un guiño de luz, a través de una pequeña ventana, ofrece algo de vida. Hoy, nada importa lo que ocurra fuera; ningún paso ajeno tiene relevancia. Esta noche, los ojos del compañero  permanecerán cerrados.

Volvió con el espíritu henchido; descalzo, desdeñando el suelo helado y el sudor frío sobre la piel. Se quedó allí erguido con una mano en la espalda, socarronamente solemne.

Ella le observaba recostada, envuelta parcialmente en el manto de pieles; sonriendo pícara, ligeramente sonrojada, con un aguijón de curiosidad en el rostro.

Él, con aire digno y porte marcial, se inclinó hacia adelante y dedicó su mejor reverencia mientras ofrecía entre ambas manos el líquido de fuego toscamente embotellado.

Ella rió libre, sin el freno de convenios, ni la exageración de la risa proyectada. Mas recuperó la compostura de tan alta dignidad y mostró su agradecimiento con un leve y delicado ademán. Tomó con gracia la botella y apartando levemente su manto, invitó a tan insigne caballero a entrar en su corte.

-Si alguna vez me hubieran dicho que llegaría a beber de una botella, en medio del bosque, hubiera pensado de quien lo dijera que estaba loco. ¿Sabes cuánta gente se hubiera escandalizado? ¿Sabes cuántos hubieran hablado, juzgado y señalado con el dedo?, llenando conmigo su vacío y encontrando en ello un falso objetivo común, una vana razón para cimentar ideas de grupo. Y ¿sabes qué? Una vez perpetrado el crimen, y sin nadie para juzgarlo, no soy capaz de hallar el mal que produce.

Echó otro trago, tosiendo entre risas, y un fino hilo de lícor brotó de la comisura de sus labios hasta bajar por el cuello.

-Creo que el único mal que reside en ello es el proyectado por quien no se atreve a dar el paso, por quien ve en los lazos ajenos la pérdida del control ejercido o por quien no puede soportar actos libres y espontáneos.

Pasó la mano por su cuello, recogiendo el líquido cobrizo y observándolo brillar sobre sus toscos dedos a la luz del quinqué.

-Hace mucho, ya, que decidimos venir. Mucho tiempo desde el día que me encontraste, moribundo, en mitad del camino.

-Bastante, sí. No ha sido fácil, ni aun hoy lo es. Echo de menos las comodidades, la seguridad de las normas y el tiempo planeado; pero si algo es cierto es que es ahora cuando me siento viva... Más viva que nunca.

Él, echó de nuevo otro trago, mesó su cabello y la observó, hermosa, con esos ojos fantásticos, pensativos e insondables.

-Todo sigue adelante... se adapta y cambia hasta sorprender incluso a quien lo comenzó... Por cierto, -pareció volver en sí- ¿cómo va el saloon? El otro día vino Will con el hombro dislocado por el esfuerzo; bromeaba al pensar en un sheriff incapaz de levantar el brazo con el que dispara.

-No me extraña. La decisión de De Loyd de dejar el hueco que hizo el agua complica un poco las cosas, pero parece acertado.

-Sí, lo cierto es que es lógico que si ya ha pasado una vez, vuelva a ocurrir en el futuro. Tapar ese agujero seco no haría sino prolongar los problemas.

-La idea del saloon en dos partes, separadas por un pequeño puente, es buena. Tendré que ver cómo me las ingenio para hacer algo que aguante el trasiego de la gente yendo y viniendo; sobretodo teniendo en cuenta que la mayoría andará dando tumbos.

-Vera y Kornelius estaban encantados de dejar las habitaciones en la zona más alejada; así los inquilinos podrán descansar tranquilos. Pero no sabían cuánto tardaría en estar todo en marcha.

-Lo primero que hay que hacer es acabar de desmontar la casa del alcalde para sacar el material de construcción. La única condición que ha puesto De Loyd es que se respete la habitación de la ventana. Vera le ofreció hacerle una igual en la parte de las habitaciones del saloon, pero se negó en redondo.

-Le gusta pasar el tiempo allí, fumando en pipa, viendo el pueblo y pintando sus cuadros.

-Supongo que al final los deseos más importantes son en realidad los más sencillos...

El frío regresó de nuevo, Jonowl atrajo un poco más a Tabitha contra sí, colocó las pieles y sopló el quinqué. Ella se acurrucó en busca de la piel cálida, entrelazó sus piernas y dejó que los últimos ecos de la conversación se disiparan en la oscuridad.

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