Cárcel de hielo y nieve
nutrida de sangre.
Cadáveres sedientos de vida,
ocultos para calmar el hambre.
Un hombre respira,
templando su ira.
Espera ansioso el momento
en que sea su arma quien hable.
Amartilló el revólver, apagando el ruido con la mano izquierda. Luchaba por domar sus pulmones. Los pasos se acercaban. Era necesario esperar, aguantar tensa la cuerda hasta que llegara el momento de soltar todos los demonios.
Los pasos se detuvieron, un silencio incómodo se adueñó del lugar. Vio la antorcha incrustada en la nieve y pensó que el olor a humo le había delatado; aun así, permaneció quieto, al abrigo de la oscuridad.
-¿Hola? -resonó la voz del señor Kurt-. Chico, ¿eres tú? Va siendo hora de ir al manantial...
No respondió y regresó el silencio. Tan solo los pasos alejándose indicaban que volvía a quedarse solo. Quedó quieto pensando qué hacer. Descartó seguir adelante, ya que aquel hombre estaría esperándole al otro lado; así que no quedaba otra salida que dar media vuelta e intentar trepar por la galería.
La tenue luz del quinqué le permitía evitar los accidentes del pasadizo. Devoró la distancia y respiró tranquilo al observar el hueco, aún abierto, al final de la sima. Desamartilló el arma, la enfundó y se dispuso a trepar.
Las piernas impulsaban al cuerpo mientras las manos, guiadas por el instinto de supervivencia, encontraban asidero. Continuó su escalada, saboreando la libertad con cada esfuerzo, atento a la oscuridad infinita, herida solo por el destello de una estrella solitaria. Dejó a su cuerpo a cargo del trabajo duro y permitió que su mente fuera por delante, imaginando la salida de las frías entrañas terrestres, el correr libre a través de la nieve, dejando atrás el tupido y asfixiante techo de ramas entrelazadas... y la cruda realidad lo frenó en seco; allí arriba no había más que marañas de vegetación y oscuridad nocturna. Era imposible que se vieran las estrellas, aquel destello solo podía indicar una cosa.
Un chasquido sonó limpio y claro a través de la garganta. Jimmy, liberó toda presión y se soltó de la roca. Vio el hueco alejarse a toda velocidad mientras un fogonazo iluminó el techo de agujas verdosas, mostrando el rostro del hombre con el tocado de pieles. El estruendo llegó al instante, junto al silbido y el choque del proyectil contra la piedra. Notó la caída en la espalda, un golpe fuerte pero continuado que repartía la gravedad a través del desnivel helado.
Se levantó algo dolorido; frente a él estaba el quinqué con el cristal roto y la llama casi extinta. Abrigó la luz con sus manos hasta recobrarla un poco, pero apenas quedaba mecha y el frío y la humedad acechaban hambrientos. Volvió a la sala y se apoyó en una de las paredes.
-Jimmy, no vas a poder salir -la voz del señor Kurt llegaba de nuevo a través del pasadizo-. Greg está al otro lado. Aquí te esperamos Tom, Rob y yo...
Permaneció callado, concentrado en la llama que, protegida por sus manos, se aferraba al trozo de mecha.
-Vamos, chico, sé inteligente. Lily nos lo ha contado todo, ella solo quiere seguir viviendo. No se trata de lo que debas hacer, sino de sobrevivir. Me caes bien, hijo, nadie te envió a ti al pozo, ¿verdad? Nunca pensamos en hacerte lo que a ese tipo.
La llama brillaba con una luz cálida, realizaba movimientos erráticos, alternando crecidas poderosas con caídas cercanas a la extinción.
-Jimmy, esto puede acabar ahora. Deja el arma y acércate, ven al fuego; bebe algo y toma un buen tazón de caldo. Es bueno, lo sabes. ¿Qué crees que has estado comiendo todos estos días? Tú, nosotros, hasta Lily... Seguro que recuerdas ese sabor, ligeramente dulzón y esa agradable sensación de saciedad. ¡Maldita sea, por qué crees que es tan buena el agua!
Un trozo de mecha carbonizada cae; la cantidad restante supera con dificultad el fino tubo de metal por el que asoma la llama casi extinta.
-No hay opciones, Jimmy, no te engañes. Si no vienes, caerás. Si caes, partiremos tus huesos, cortaremos tu carne y todo cuanto fuiste nos servirá de alimento, como una patética presa más. Todo por no ceder a las evidencias, por orgullo, por ser tan estúpido como para no adaptarse a la realidad. Vamos, hijo, ven.
La llama pareció recuperar su forma, de contorno bien definido y corazón vibrante. Creció, describiendo un movimiento firme y continuo, alzándose hasta el mismo techo del quinqué, justo antes de perecer.
Dejó caer la lámpara. Escuchaba, lejano, el martilleo insulso de Kurt. Repasó su situación, todo cuanto había vivido, y comprendió que nada había. Estaba cansado de huir, de mirar siempre atrás, contemplando incrédulo al maldito mundo. Buscó a tientas el revólver y lo tomó firmemente. Amartilló el arma y colocó el cañón en su sien. Descubrió entonces, que la muerte no se le mostraba terrible, no sentía el vértigo del vacío, ni la añoranza de lo abandonado; descubrió, finalmente, que si no temía a la muerte, tampoco temía a la vida. Fue entonces cuando decidió levantarse, empuñar el arma y llevarse a unos cuantos por delante.
Buscó a tientas el cadáver, que seguía en medio de la sala; subió a uno de los montones de nieve y empujó los ganchos hacia arriba hasta descolgarlo. Se llevó a su callado compañero hacia la galería y, tras hacer ruido rozando las ropas contra la pared, lo colocó justo debajo del agujero. De nuevo se produjo un fogonazo y la cara de Greg volvió a aparecer entre la oscuridad. El cadáver recibió un potente impacto y cayó; Jimmy apretó el gatillo y, mientras volvía a amartillar, movió un poco el cañón a la izquierda antes de alojar un segundo proyectil en el rostro de Greg.
Dejó a su fiel compañero de pie, apoyando la espalda en la pared y comenzó a trepar. Escaló sin pedir más esfuerzo al cuerpo de lo necesario; sin efectuar pausas, asegurando los asideros. Salió apoyando los pies en la pared del hueco, haciendo fuerza con las piernas de forma que siguiera tumbado, deslizándose por la nieve, siempre resguardado por el cuerpo de Greg. Miró a su alrededor pero no había nadie a la vista. Echó un vistazo hacia abajo y advirtió un resplandor que avanzaba por el túnel. Escuchó un disparo y vio el cadáver del hombre de la sala caer de nuevo. Guardó silencio, se colocó tras el cuerpo de Greg y esperó hasta que dos luces aparecieron en el fondo. Disparó tres veces y escuchó silbidos a su alrededor, además de algún que otro golpe seco alojado en su improvisado escudo. Una de las luces cayó; la otra reculó un momento para poder analizar bien la situación. Jimmy actuó rápido; colocó de nuevo la estructura de ramas para tapar el agujero y puso varias piedras encima, asegurándose que nadie pudiera abrirlo desde dentro. Cogió el rifle de Greg y comenzó a caminar.
A unos veinte pasos, el caballo de Greg esperaba atado a un árbol. El camino se mostraba claro a la luz de las estrellas: hacia el sur, la ciudad y el mundo; hacia el norte, el caserón y la montaña helada. Montó y dirigió al animal hacia el caserón. Poco antes de llegar, buscó un lugar oculto entre los árboles, dejó marchar al caballo y apuntó con el rifle a la casa.
El animal fue directo al caserón. Se detuvo en el claro frente a la entrada, resopló un par de veces y anduvo dando pasos aquí y allá hasta que la puerta se abrió. Jimmy seguía la línea fría del cañón hacia su presa. Observó una figura encogida que salía, caminando con dificultad. Puso el dedo en el gatillo, dispuesto a disparar, pero advirtió otra persona mirando hacia el claro, oculta, desde una de las ventanas. Dejó a la figura tambaleante acercándose hacia el caballo y apuntó con mucho cuidado al individuo que asomaba levemente por la ventana. La nieve caía pausada, sin ninguna intromisión por parte del viento, la distancia era considerable. Por el rabillo del ojo, observó a la figura tambaleante llegando al caballo, y, justó en ese momento, el individuo de la ventana se asomó un poco más. Jimmy venció la resistencia del gatillo y el proyectil salió expulsado con un grito de guerra seco y potente; rasgó la lluvia nevada hasta romper el cristal y atravesar el cuello de quien, incrédulo, apenas pudo girarse hacia el lugar de donde venía el disparo.
La otra figura, subió al caballo y salió a galope tendido. Jimmy la siguió con el rifle, esperando a que pasara cerca de su posición, asegurando el tiro; mas se detuvo al ver el rostro de Lily, gravemente herido. Intentó avisarla, pero ella seguía su alocada carrera, directa al camino, hasta que en uno de los vaivenes del animal se dio de bruces contra el suelo.
Todo quedó en silencio. El caserón se alzaba desafiante, sin ningún indicio de vida en su interior. Jimmy cambió de posición sin abandonar su escondite. Echó un vistazo a Lily que permanecía en el suelo, aunque parecía respirar, hasta que una voz surgida del caserón le hizo darse la vuelta.
-De acuerdo, Jimmy, solo quedamos tú y yo. Lamento que la situación haya acabado así; pero, te harás cargo de que llegados a este punto no pueda dejarte marchar. Imagínate lo que diría la gente de la ciudad si se enterara de ciertas costumbres un tanto peculiares. Podría ofrecerte continuar con el negocio, pero los dos sabemos que no aceptarías; ¿no es cierto?
-¡Se acabó, Kurt, está solo!
Un fogonazo iluminó una de las ventanas, el proyectil chocó contra un árbol a tres pasos de la posición de Jimmy.
-Jimmy, ¿te encuentra bien?
La voz brotó burlona desde una de las ventanas hacia donde Jimmy dirigió su disparo.
-Esto puede durar mucho tiempo. Si abandonas el bosque, estás muerto. Tendrás que quedarte allí, abandonado al frío. Yo en cambio, tengo cuanto puedo necesitar aquí dentro. Podríamos arreglar esto como hombres, cara a cara. ¿Qué me dices?
Jimmy disparó el rifle y cambió su posición; un par de detonaciones sirvieron de réplica. Escuchó un quejido leve y vio a Lily que comenzaba a recobrar el conocimiento. Se acercó, evitando hacer el menor ruido. Su rostro estaba plagado de cortes; sus ojos, aun perdidos, albergaban algo de lucidez.
-Lily, sé que va a ser muy difícil para ti, pero no hay tiempo. Necesito que me escuches atentamente...
El rifle sonó de nuevo entre el bosque, enviando otro proyectil hacia el caserón.
-¿Qué tal el frío? -un par de disparos fueron enviados a la oscuridad exterior-. ¿Crees que podrás aguantar hasta que amanezca? Primero llegarán los temblores, luego el escozor y finalmente no serás capaz ni de hablar.
Kurt siguió disparando a ciegas, estudiando con detenimiento el patrón descrito por los fogonazos. Parecía haber descubierto una sucesión en la forma de actuar de su enemigo, cuando un nuevo disparo atravesó la ventana echando por tierra sus cálculos. Disparó un par de veces hacia el lado del que quería alejarle. Empezaba a ponerse nervioso, tenía munición de sobra pero también era cuestión de tiempo que una de esas balas acabara dándole.
Otro fogonazo surgió del bosque, justo del mismo punto al que acababa de disparar. Eso solo podría hacerlo un estúpido o un loco. Accionó la palanca un par de veces más y colocó dos disparos a izquierda y derecha de ese punto. De nuevo, otro destello desde el mismo sitio; esta vez la bala sobrepasaba la ventana alojándose en el tejado.
-¡Vamos, el frío está afectándote al juicio! ¿Ya no puedes mantener ni el pulso?
La siguiente detonación no se hizo esperar, pero la bala nunca llegó al caserón. Kurt, dejó de disparar y, como un acto mecánico, volvió a escucharse otro estruendo en el bosque. Siguió esperando y ocurrió de nuevo... y otra vez. Fue entonces cuando comprendió que quien disparaba allí no hacía más que llamar la atención. Recordó ver a Lily huir a lomos del caballo y todo encajó. Cuando quiso darse la vuelta para acudir al pasadizo, Jimmy ya salía del sótano, apuntándole con el revólver.
-De acuerdo, chico; me has pillado. Sabes qué, es hora de arreglar esto como hombres...
Apenas le dedicó una mirada. Llevó atrás el gatillo hasta que liberó toda resistencia, escuchó el chasquido, el estruendo del fogonazo y el ruido absurdo del bombín cayendo al suelo.
-No veo a ningún hombre más por aquí.
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